jueves, 18 de mayo de 2017

El elogio de la gula / El condimentario

Margarita Bernal
Margarita Bernal.
Foto: 
Tomada de elcondimentariodemargarita.com
 
29 de abril 2017 , 11:54 p.m.
Confieso que he pecado, me he dejado llevar por la tentaciones de la carne, del pollo, del pescado, de diversas y suculentas viandas, postres y licores; en otras palabras, he cometido gula, soy una glotona insaciable cuando de comida se trata. Quienes me conocen saben de mi amor incondicional por los alimentos, y obviamente por aquellos que disfrutan de este placer tanto como yo.
“Aquellos que padecen una indigestión o una borrachera no saben lo que es comer ni lo que es beber”, decía el célebre gastrónomo Anthelme Brillat-Savarín, y tengo claro que se refería a los excesos, los cuales, como bien sabemos, son malos en todo sentido, pero quien esté libre de pecado que tire la primera piedra, en especial cuando la tentación de una cucharada adicional de postre o un bocado de más del plato favorito es incontrolable. Los golosos pecadillos de los que hago mención son aquellos que se hacen disfrutando, saboreando y seduciendo al paladar, se asoman y llegan motivados por un antojo. Hambre y gula no son platos de la misma mesa; con el primero solo se busca satisfacer una necesidad física o llenarse hasta atragantarse engullendo cualquier cosa, lo primero que aparezca sin pensar, mientras que con lagula se trata del placer de comer lo que a uno le gusta y hace feliz; está más relacionada con los sentidos y, por supuesto, con las debilidades y caprichos en materia gastronómica. Permitirse la licencia de saciar las ganas con sabores que emocionan y producen alegría en cuerpo y espíritu. Comer y beber por gusto, porque está tan sabroso que da lástima dejarlo o porque las papilas gustativas exigen un poco más de ese manjar.


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