Pobre Alemania, pobre Europa

Sánchez muestra a Torra la fuente de Antonio Machado en su paseo por los jardines de La Moncloa. AFP / Presidencia / Fernando Calvo

FRANCISCO  PASCUAL

Dedicar un par de horas a leer En el huracán catalán, el libro de la periodista francesa Sandrine Morel sobre el procés, es un ejercicio recomendable e, incluso, terapéutico. Morel, corresponsal de Le Monde, retrata de forma desapasionada la colonización por parte del independentismo de toda la sociedad, la suplantación que sus activistas hicieron de los representantes políticos, el engaño al que sometieron a la población aprovechando la recesión, los métodos exhaustivos de propaganda, la vulneración de las leyes para someter a las minorías parlamentarias en nombre de una democracia bastarda y la inanidad del Gobierno de España para combatir el golpe.

Es importante que sea la narración de una corresponsal extranjera que revela cómo se negó a ser sobornada por la Generalitat y que, al tiempo, dedica un capítulo entero a exponer con detalle la ausencia total de estrategia política y comunicativa de Rajoy. Su honestidad y su voluntad de describir los hechos es palmaria. No hay adjetivos, no hay épica, hay verdad. Pasó lo que vimos y vivimos.

No estamos locos. El mismo Pedro Sánchez que hizo de tripas corazón para contenerse ante la desastrosa gestión del 1-O porque había un bien superior a proteger [(sic.) «la integridad territorial de España está amenazada»] se pone hoy de canto ante la mayor humillación sufrida por el Poder Judicial en los últimos 40 años. La de un tribunal regional que se arroga la capacidad de blindar a Puigdemont porque «no fue el líder espiritual de la violencia», «no tenía voluntad de cometer excesos» y no causó una «guerra civil». Echan en falta los jueces un baño de sangre con visos de éxito para considerar que una insurrección sea delito. Pobre Democracia alemana. Pobre Europa.

Sorprende eso sí que, en la estupenda entrevista que le ha realizado Raúl Conde, Morel se muestre extrañada de que la Generalitat eligiera en la Transición el aniversario de una derrota bélica (el 11-S) como fiesta patria. Fueron unos avanzados en la revolución posmoderna. Y no sólo por obra de los nacionalistas, sino también de los socialistas.

Otro ejemplo. El Gobierno de Aragón ha proclamado esta semana que la región es «una nacionalidad histórica, cuya identidad jurídica, así como la voluntad colectiva de su pueblo de querer ser, se han mantenido de manera ininterrumpida desde su nacimiento». Lambán prefiere que sus derechos emanen de reyes pseudofeudales como Juan el Grande o Fernando el Católico que del autonomismo constitucional del 78. Buscar una legitimidad histórica frente a la democrática implica también imponer la identidad sobre la ciudadanía, el qué somos, frente al qué hacemos, el sentimiento frente a la ley y, cuando vienen mal dadas, el victimismo frente a la responsabilidad. Nada nuevo en el PSOE.