domingo, 20 de enero de 2019

El pastelero homófobo y el gobernador gay

El pulso de los dos Américas se libra en Colorado, el antiguo ‘Estado del odio’, donde el avance de la diversidad choca con la reacción ultraconservadora


Jack Phillips en su pastelería Masterpiece Cakeshop en Denver, Colorado. En vídeo, sus declaraciones y las de uno de los demandantes tras comparecer ante el Supremo en 2017

La pastelería de Jack Phillips huele a mantequilla y está inundada de colores. El artesano recibe a los forasteros con sonrisa y curiosidad. Sobre una mesa se encuentra un atlas que usa para que los visitantes le señalen el lugar preciso en el que nacieron, invita a firmar el libro de visitas que lo acompaña y se ofrece a tomarse fotos con el visitante. “Si puedes imaginarlo, Jack puede convertirlo en un pastel”, es el lema con el que el negocio se anuncia en Internet. Y la variedad que exhiben sus estanterías —un pingüino, una pizza o un periódico convertidos en dulce— hacen pensar que en, efecto, en este local de Lakewood (Colorado) todo es posible. Masterpiece se llama (en español, obra maestra). En verano de 2012, sin embargo, Charlie Craig y Dave Mullins descubrieron los límites de la imaginación de Jack. Entraron en el local, situado a unos 25 minutos en coche de Denver, con el fin de encargar una tarta nupcial, pero no llegaron a hablar de sabores, texturas o tonos. En cuanto el pastelero preguntó de quién era exactamente la boda y le respondieron que los que se casaban eran ellos, se negó a servirles arguyendo que violentaba sus creencias religiosas. Ahí acabó su curiosidad. No hubo atlas, ni fotos, ni nada.
Phillips podría habérselos quitado de encima con cualquier excusa, pero quería que supieran por qué no pensaba elaborar el pastel. Les dijo que podían llevarse magdalenas o galletas de la tienda, pero que no haría una tarta para celebrar una boda entre personas del mismo sexo. La pareja salió de allí avergonzada; la madre de Charlie, hecha una furia. Publicaron lo sucedido en su muro de Facebook como desahogo y pensaban seguir adelante sin más, echarse a la espalda la mala experiencia, como una de tantas heridas que se acumulan en la vida, pero, al correr por las redes sociales, una ola de apoyo procedente de medio mundo los levantó en volandas. La ACLU, principal organización de derechos civiles de Estados Unidos, se ofreció a llevar su caso. Demandaron al pastelero y ganaron. Phillips, apoyado por la ONG cristiana conservadora Alliance Defending Freedom, recurrió hasta llevarlo ante el Tribunal Supremo.
Y así es cómo el caso de Masterpiece Cakeshop se convirtió en un nuevo hito en la lucha por los derechos LGTBI en Estados Unidos. El pastelero argumentaba que elaborar el postre para dicho banquete equivale, en su opinión, a apoyarlo, y por tanto violaba su libertad de expresión. Tampoco produce dulces con motivo de Halloween, pues lo rechaza. Los abogados de la pareja defendían que la objeción de Halloween se aplica en el producto en sí y afecta a cualquier cliente, independientemente de su raza, religión o sexualidad. Pero un pastel gay, como producto, no existe. Los pasteles no tienen orientación sexual. Y si Philips sí es capaz de elaborar exactamente la misma tarta para una pareja de hombre y mujer, a quien rechaza en este caso es al cliente que la quiere ofrecer en su fiesta, y lo hace únicamente porque es gay (Craig y Mullins no llegaron a pedir ningún diseño que pudiera generar un conflicto por llevar algún tipo de mensaje homosexual).
Charlie Craig y Dave Mullins, en su casa en Denver, enseñan una fotografía del día que fueron a declarar ante el Tribunal Supremo.
Charlie Craig y Dave Mullins, en su casa en Denver, enseñan una fotografía del día que fueron a declarar ante el Tribunal Supremo. A. M.
El pasado 5 de junio un jarro de agua fría cayó sobre este —hoy ya— matrimonio de Denver. El Tribunal Supremo de Estados Unidos dio la razón a Jack Phillips porque consideró que la justicia de Colorado no había sido neutral con el pastelero, pero evitó pronunciarse sobre el fondo de la cuestión. Es decir, si un negocio tiene derecho a no servir a clientes homosexuales con la religión como argumento.
Cinco meses después, en las elecciones legislativas del 6 de noviembre, Colorado, el mismo Estado en el que viven Jack, Charlie y Dave, el mismo Estado conocido hace décadas como el “Estado del odio” por sus leyes homófobas, elegía al primer gobernador abiertamente homosexual de Estados Unidos. Jared Polis, de 43 años, un congresista judío fundador de una compañía tecnológica, juró su cargo el 8 de enero junto a su esposo, Marlon Reiss, y los dos hijos de la pareja, un niño y una niña. En el baile inaugural estaba anunciada la actuación de Cindy Lauper. Y los ciudadanos de Colorado, en lugar de una primera dama, tienen un primer caballero.
“Se ve un enorme progreso ahí, aunque al mismo tiempo a nosotros nos ocurrió eso en el Supremo, lo que yo veo son dos fuerzas moviéndose al mismo tiempo, una que es cada vez de mayor aceptación y otra que quiere ir en contra de esto. Lo que pasó en esa pastelería fue incapacitante, muy doloroso”, explica Dave Mullins, editor de 34 años, en su casa, una vivienda unifamiliar en el norte de Denver. Su marido, Charlie, diseñador de interiores de 39 años, lo resume así: “Estamos en un país en el que el domingo te puedes casar con tu pareja y el lunes te pueden rechazar en un comercio y, en algunos Estados, te pueden despedir”, añade.
El choque de trenes de Colorado se parece al que vive este EE UU en el ecuador del mandato de Donald Trump. Durante sus dos primeros años de Administración, que se cumplen este domingo, se han abierto paso políticas regresivas en materias como el aborto, el feminismo o los derechos LGTBI. Además del veto a los transgénero en el Ejército (batalla que se está librando en los tribunales), la Administración protege a los facultativos que no quieran prestar ciertos servicios y ha eliminado las directrices en Educación para facilitar que los chicos transgénero puedan usar los baños y vestuarios del sexo con el que se sientan identificados. Al mismo tiempo, los comicios del pasado noviembre llevaron al Congreso una ola de nuevos legisladores con la mayor presencia de mujeres y diversidad religiosa, racial y de orientación sexual de la historia. Solo en Colorado, para relevar a Jared Polis de su escaño en el Congreso, escogieron a Joe Neguse, hijo de unos inmigrantes de Eritrea, y para la Cámara estatal votaron a una mujer transgénero, Brianna Titone.
Para Arash Jahanian, abogado de ACLU especializado en derechos LGTBI, “algo muy positivo es que la orientación sexual del gobernador Polis fue objeto de debate solo a nivel nacional y una vez elegido, porque es algo remarcable, pero aquí no lo fue durante la campaña”. Los avances sociales, en su opinión, resultan evidentes en EE UU, pero advierte de que el progreso lleva consigo la reacción ultraconservadora. “Este Estado es el que en 1992 aprobó una enmienda que explícitamente prohibía cualquier ley o normativa que protegiese a gais y lesbianas [el Supremo la tumbó en 1996]. Fue hace solo 27 años”, añade.
La pastelería de Jack Phillips se ha convertido en un lugar de peregrinación para ultrarreligiosos. De una pared cuelga enmarcada la foto del día que fue a declarar ante el Supremo en Washington y el libro de visitas se encuentra plagado de mensajes de apoyo en su actitud. Sus abogados no le permiten hacer declaraciones sobre el caso, pero admite que ha vuelto a los tribunales porque rechazó elaborar una tarta de celebración de la transición de una mujer transgénero.
Charlie Craig y Dave Mullins se sienten satisfechos con la batalla que libraron, pues, explican, ayudó a dar visibilidad al problema y también a recabar apoyos. Ahora dan charlas en colegios. La victoria de Polis, dice Dave, “ayudará a muchos niños a ver que ser gay no significa que te vaya a ir mal”. “Yo, cuando era niño, creí que era el único gay del mundo. Literalmente, no conocí a otro hasta los 17 años. Tener referentes hace que los niños sepan que hay un sitio para ellos en el mundo”.
Lejos, eso sí, de Masterpiece Cakeshop.

EL ESTADO MORADO COMO ‘MICRO AMÉRICA’

Colorado, con 5,6 millones de habitantes, tiene algo de micro-América, por su distribución entre republicanos, demócratas e independientes. Se le conoce como el "Estado morado" porque se encuentra a medio camino entre el rojo, color de los republicanos, y el azul, color de los demócratas. Como en el resto del país, el aumento de población en las urbes, más progresistas, está moviendo las placas tectónicas del voto. En las elecciones presidenciales de los últimos 10 años, los conservadores han ganado seis veces y los demócratas cuatro (en 1992 y en las tres últimas).

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