El expresidente luso fue siempre fiel a sus convicciones laicas, republicanas y socialistas
Soares, en un mitin en Lisboa el 1 de mayo de 1975 |
El 7 de diciembre, Mário Soares cumplió 92 años rodeado de sus hijos, Isabel y João, y de sus nietos. Desde hacía más de un año su incansable dinamismo vital, seña de identidad invariable, iba debilitándose, pero serenamente: el gran guerrero percibía que se acercaba su descanso. El fallecimiento de su esposa, María Barroso, le había afectado profundamente: llevaban casados desde 1949, por poderes, al estar Mário en cárceles de la PIDE (aparato de represión del régimen salazarista).
Todavía pude visitarle en su casa, casa familiar en la que, hace más de medio siglo, conocí a su padre, antiguo ministro de la Primera República, hombre de una pieza, liberal y católico, que sufrió destierros y prisiones en la dictadura. Domicilio de burguesía media, sin lujos salvo los libros y en la que Mário vivió permanentemente, incluso en sus diez años de presidente de la República. Con el tiempo amplió el piso con dos más, convirtiéndolo en casa-biblioteca con miles de libros sobre historia, política y literatura. A pesar de su constante activismo político, Mário fue un voraz lector de curiosidad compulsiva y también escritor prolífico (libros, ensayos, artículos). Se licenció en Historia y Derecho por la Universidad de Lisboa. En dos de sus publicaciones (Portugal amordazado y Memoria Viva) me invitó a que redactase los prólogos.
Conocí a Mário a mediados de los sesenta, cuando aún no existían relaciones entre la oposición democrática española y portuguesa: también aquí se aplicaba el viejo proverbio de las costas voltadas (estar de espaldas) entre los pueblos ibéricos. Por esos años 60 y 70, en distintos momentos, viajamos juntos por la América hispana y lusa, conociendo a sus viejos y nuevos líderes: Altamirano, Allende, Haya de la Torre, Rómulo Betancourt, Carlos Andrés Pérez, Reyes Heroles, López Portillo, Echevarría y Porfirio Muñoz Ledo.
Refundó el Partido Socialista portugués
Mário Soares fue sin duda uno de los grandes referentes políticos e ideológicos de la convulsiva historia portuguesa del siglo XX, formando parte de un cuarteto muy dispar que definió esta centuria: Afonso Costa, Salazar y Cunhal, (republicanismo democrático, fascismo católico y comunismo ortodoxo prosoviético). A Mário, con sus amigos, le corresponderá refundar el partido socialista portugués, consiguiendo un instrumento nuevo para asentar la democracia pluralista. A partir de la revolución de los militares demócratas, recorrió Europa y América obteniendo apoyos para la revolución democrática emergente, que tendría amplia repercusión europea y americana y, de modo especial, en la opinión pública española y en sectores militares demócratas (UMD), y cierta sorpresa y temor en la dictadura franquista.
En su muy larga biografía política, que surge en los 40, como estudiante rebelde, y durante un tiempo en el PC, Mário participó en todos los movimientos opositores antirrégimen y en las comisiones de apoyo a las candidaturas presidenciales de los generales disidentes Norton De Matos y Humberto Delgado. Ya como socialista democrático, impulsó la resistencia liberal y socialista, más tarde Acción Socialista y al final, en un proceso unitario de personalidades y grupos, el Partido Socialista Portugués (PSP). En estas décadas, Mário sería detenido y encarcelado en múltiples ocasiones, desterrado en la Isla de Santo Tomé y por fin exiliado en Francia. Desde París, con la ayuda de Willy Brandt, Miterrand y otros líderes europeos, culminó su lanzamiento del partido. En la democracia restaurada, ocupó el Ministerio de Asuntos Exteriores, fue tres veces primer ministro y diez años presidente de la república, además de secretario general del PSP, diputado nacional, eurodiputado y presidente del Movimiento Europeo.
Europeísta desde primera hora
De carácter fuerte, trabajador duro, siempre optimista y pragmático en el poder y en la oposición, de suma sencillez y nunca declinando polémicas ante los desafíos políticos. En toda su trayectoria aparecen constantes coherentes con sus convicciones —laico, republicano y socialista— que las traducía en utopía concreta: defensa de las libertades, plena preeminencia del poder civil y del Estado de Derecho y lucha continua por la consecución de una sociedad democrática avanzada, moderna y pacífica. Beligerante contra todo nacionalismo demagógico, europeísta desde primera hora y flexible, nunca dogmático, cuando la estabilidad pudiese peligrar. Puso en marcha la descolonización y, más tarde, la integración en la entonces CEE. En sus últimos tiempos, acentuó su crítica al neoliberalismo salvaje y de casino; se sentía incluso “más cerca de Puerto Alegre que de Davos” atacando la globalización sin reglas en defensa de la justicia social.
De este fraternal amigo con tantas aventuras en común destaco su iberismo e iberoamericanismo. Iberismo desde luego opuesto al tradicional anacrónico y expansionista, afirmándose en una cooperación y profundización entre los pueblos ibéricos y los de la América portuguesa y española. Iberoamericanismo encarnado en los Poemas Ibéricos del gran poeta luso Miguel Torga: “Iberia. Tierra desnuda y de tamaño tal / que albergó juntos al Viejo y al Nuevo Mundo / que dio cobijo a España y Portugal / y a la alada locura de su Pueblo”.
Raúl Morodo es exembajador de España en Portugal y miembro de la Academia de Ciencias Morales y Políticas
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