¿Cuántas veces nos ha ocurrido estar aparentemente escuchando a otra persona, cuando en realidad estábamos sumergidos en nuestros propios pensamientos?
Max quería proponer un reto a sus tres alumnos favoritos: Clara, Alberto y Marta:
A Clara le había lanzado el reto de encontrar la primera habilidad necesaria para relacionarse con los demás: la escucha. Marta había sido la responsable de descubrir la segunda: estar en contacto con los propios sentimientos. Alberto tendría que descubrir la tercera.
Con la intención de no ponerle las cosas fáciles a Alberto, le envió un escueto mensaje que decía: “Es tu propia melodía la que no te deja escuchar mi música”.
Alberto alucinó. Sabía que se referiría a la tercera habilidad para relacionarse con los demás, pero no le encontró ni el más mínimo sentido a aquel mensaje.
Sin embargo, le encantaban aquellos retos y disfrutaba con los juegos intelectuales de Max. Así pues, cogió un rotulador y escribió la frase de Max en un folio. Luego lo colgó en su despacho de forma que tuviera la frase siempre a la vista.
Con ello pretendía que fuera su subconsciente el que encontrase las primeras pistas.
De repente, le vino un recuerdo a la memoria. Una noche en la que Max, en medio de una larga conversación y viéndolo totalmente absorto en sus pensamientos, le preguntó:
“Alberto, ¿dónde estás? ¿En tu mundo o en nuestro mundo?”.
Alberto empezó a atar cabos. En el enigma de Max, la música era una metáfora de los pensamientos. “Mis pensamientos no me dejan captar los tuyos”, se dijo; y aún fue un paso más allá: “La atención en mí no me deja prestarte atención a ti”.
Este era uno de los problemas de Alberto y lo admitía sin excusas: le costaba percibir lo que les ocurría a los demás porque estaba demasiado metido en sí mismo, en sus problemas o preocupaciones.
Y ello lo hacía ser especialmente torpe en sus relaciones: algunas veces había actuado con absoluta insensibilidad y, en otras, había cometido manifiestos errores de percepción.
No tenía duda de cuál era aquella tercera habilidad que Max lo incitaba a descubrir: para poder comunicarnos con los demás de manera constructiva, debemos ser capaces de captar en todo momento sus sentimientos.
Pero Alberto no tenía bastante con descubrir la habilidad, sino que quería saber cómo podía integrarla y desarrollarla.
Debía aprender a interesarse por el otro; ser capaz de apagar de vez en cuando su melodía y escuchar con los cinco sentidos la música de los demás.
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