martes, 22 de agosto de 2017

El Felo Ramírez que yo conocí

"Echa pa´cá, que te voy a contar un chiste". Así, invariablemente, me saludaba Felo Ramírez cada vez que nos encontrábamos en el Marlins Park antes de que comenzaran los juegos que él narraba con ese chorro de voz inconfundible que nunca mermó con los años.
No sé si se aprendió la colección completa de Alvarez Guedes, pero siempre tenía un chiste listo para disparar como un francotirador.
Eso sí, había que afinar el oído, porque de la misma manera que su voz se escuchaba como un cañonazo cuando describía un jonrón, era de hablar bajito, casi inaudible, en una simple conversación. Qué contraste, ¿no?
Miembro del Salón de la Fama de Cooperstown, 94 años de edad y más de siete décadas detrás del micrófono le hacían valedero ya del título de Don Felo, como le llamaban muchos colegas de otros países, donde su voz también se paseó contando las hazañas del diamante, como Puerto Rico o Venezuela.
Pero como nosotros los cubanos tuteamos hasta al Papa, para mí era simplemente Felo, el viejito noble, sonriente y de lento andar, en quien parecen haberse inspirado para dibujar el personaje de la película de animados UP!.
Algunos jóvenes que merodeaban el palco de prensa del Marlins Park siempre lo buscaban para divertirse con él o, hablando en buen cubano, joder un poco con el venerable anciano.
"Felo, tú siempre estás rodeado de jóvenes", le comenté una vez, mientras disfrutaba de decenas de imágenes trabajadas con photoshop en las paredes de su cabina de transmisión, donde se le veía lo mismo montando un caballo en el Oeste con John Wayne, que vestido de monje tibetano y conversando con el Dalai Lama.
"¿Y qué le voy a hacer?", me respondió mordaz. "Desde hace años yo siempre soy el más viejo de cualquier grupo que esté. El día que eso no pase ¿sabes lo que quiere decir? Que me morí", agregó riéndose y pasándose el dedo por el cuello como si fuera un cuchillo.
Pero más allá de bromas y chistes, lo que era un verdadero espectáculo era cuando Felo comenzaba a contar anécdotas, las tantas y tantas que atesoró en una carrera tan larga como la suya.
Era como ir a un encuentro con la historia, revivir las glorias del béisbol y del boxeo, pues tanto conocía las interioridades del deporte de las bolas y los strikes, como del arte de los golpes y las fintas.
Escucharlo hablar de Minnie Miñoso, de Roberto Clemente, de Muhammed Alí y de otras muchas legendarias figuras era como ver una película, por la claridad de los detalles que contaba Felo y que yo trataba de absorber con la misma avidez de un niño a quien una vieja tía le cuenta historias infantiles.
Triste, muy triste, lo vi los días posteriores al 25 de septiembre pasado, cuando murió José Fernández.
"Es como cuando murió Clemente, pero peor. Al menos Clemente ya había tenido una carrera inmensa. Este muchacho apenas estaba empezando y ahora nunca sabremos a dónde hubiera llegado", me comentó.
Y a pesar de tantas glorias esparcidas por otras tierras, llevaba a Cuba bien dentro, con dolor.
Cuando Cuba regresó en el 2014 a la Serie del Caribe como invitada, después de más de medio siglo de ausencia, me sorprendió su reacción, en medio del entusiasmo que generó entre la mayoría de los fanáticos el acontecimiento.
"Eso es una vergüenza. Ellos fueron los que acabaron con la pelota profesional, los que impidieron a sus jugadores poder venir aquí. Ahora están tratando de acercarse por necesidad", dijo refiriéndose al régimen castrista que gobierna Cuba desde 1959.
Así fue el Felo Ramírez que conocí. Jovial, enciclopédico, vertical ante la dictadura de su Patria, un poco de todo para conformar al gran ser humano que fue.
Descansa en paz, Felo. Están ganando los Marlins y el show debe continuar.

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