El consumo excesivo de alcohol es uno de los problemas de salud pública más apremiantes en Estados Unidos. Entre 2006 y 2010, cada año, unos 88,000 estadounidenses murieron por causas relacionadas con el alcohol, según las estimaciones de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC por sus siglas en inglés).
Eso es mucho más alto que el último número de muertes anuales por sobredosis de drogas (64,000), cáncer de mama (42,000) o cáncer de próstata (28,000). Las encuestas sugieren que más de 15 millones de adultos estadounidenses sufren de dependencia o abuso de alcohol dentro de un año determinado.
Existen numerosas opciones de tratamiento para las personas que beben en un grado insalubre, incluyendo los programas de rehabilitación para pacientes internados. Muchos pacientes y proveedores de servicios de salud son menos propensos a saber que los medicamentos también pueden ayudar a tratar el trastorno por consumo de alcohol (ese el término que ahora usan los profesionales médicos para las personas con problemas recurrentes relacionados con el consumo de alcohol). Tres de estos medicamentos han sido aprobados por la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA por sus siglas en inglés) de Estados Unidos.
La naltrexona se ha hecho muy conocida en los últimos años como una opción para las personas con adicción a los opiáceos; también parece atenuar los antojos de alcohol y los efectos placenteros de la bebida en algunas personas. Decenas de ensayos controlados aleatorios sugieren que la naltrexona puede ayudar a reducir el consumo de alcohol.
El acamprosato también puede ayudar a disminuir el consumo de alcohol, aunque los mecanismos por los que se logra esto no están muy claros. Los ensayos clínicos han encontrado que los pacientes que toman acamprosato tienen aproximadamente un 15 por ciento menos de probabilidades de beber cualquier tipo de alcohol en comparación con las personas que toman un placebo, con períodos de abstinencia significativamente más acumulativos.
El disulfiram, también conocido como Antabuse, puede usarse para interrumpir el metabolismo del alcohol, haciendo que los pacientes se sientan enfermos si beben. Y, por lo tanto, desincentivan el consumo de alcohol (debido a estos efectos, muchos pacientes dejan de tomar el medicamento o necesitan un estímulo constante para continuar). Algunos estudios sugieren que el disulfiram puede ayudar a los pacientes a limitar el consumo a corto plazo, pero otros ensayos han mostrado resultados mixtos en términos de eficacia.
Estos tres medicamentos han existido durante años (el disulfiram recibió la aprobación de la FDA para tratar el alcoholismo en 1951). Organizaciones como la Asociación Estadounidense de Psiquiatría y el Instituto Nacional sobre el Abuso de Alcohol y Alcoholismo respaldan el uso de estos medicamentos para ayudar a ciertos pacientes. Sin embargo, estos tratamientos siguen siendo ampliamente infrautilizados, de acuerdo con varios estudios.
Por ejemplo, un estudio publicado en 2009 estimó que menos de 1 de cada 10 estadounidenses que necesitan un tratamiento para el alcoholismo recibieron medicamentos recetados para la enfermedad. Un estudio de 2012 realizado en más de 330,000 pacientes con trastorno por consumo de alcohol en la Administración de Salud de Veteranos descubrió que solo el 3.4 por ciento de ellos recibió medicamentos para esa afección. Otro estudio analizó los programas de tratamiento de abuso de sustancias en todo el país y descubrió que menos del 20 por ciento utilizaba medicamentos como el naltrexona o el disulfiram.
Si estos medicamentos funcionan para algunas personas, ¿por qué no los estamos utilizando?
Parte del problema es que las personas con trastorno por consumo de alcohol, a menudo, no reciben ningún tipo de tratamiento. Según una encuesta nacional, menos del 8 por ciento de las personas con trastorno por consumo de alcohol buscaron tratamiento para la afección durante el año anterior. Si las personas no van a los proveedores de atención médica para recibir tratamiento, los medicamentos no pueden entrar en la ecuación.
El estigma también sigue siendo una barrera importante para el tratamiento. Aunque cada vez más personas de la comunidad médica y del público aceptan la idea del alcoholismo como una enfermedad neurobiológica causada por factores genéticos, muchos siguen sin estar convencidos. De hecho, un estudio encontró que el 65 por ciento del público estadounidense atribuyó la dependencia del alcohol al “mal carácter” en 2016, frente al 49 por ciento en 1996. La investigación ha demostrado que las personas que perciben mayores niveles de estigma hacia las personas con alcoholismo son menos propensas para la obtención de atención médica para dicha condición.
Entre los que persiguen el tratamiento, muchos buscan opciones no farmacológicas, como la terapia cognitiva conductual, una forma de terapia conversacional que ha resultado útil para las personas con problemas de abuso de sustancias, o programas como Alcohólicos Anónimos, que promueven reuniones y redes de apoyo. La disponibilidad de reuniones gratuitas y entornos informales puede ser atractiva, aunque la efectividad de tales programas continúa disminuyendo.
Algunos pueden tener dificultades con los costos o los obstáculos administrativos. Un estudio de 2016 señaló que muchos planes de seguro requieren autorización previa para medicamentos como la naltrexona inyectable y pueden colocarlos a niveles costosos que requieren mayores copagos. También, la falta de capacitación entre los profesionales médicos puede contribuir a la infrautilización de estos medicamentos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario