“Por lo tanto, acéptense unos a otros, tal como Cristo los aceptó a ustedes, para que Dios reciba la gloria”. Romanos 15:7 (NTV)
La mayoría de nosotros ocupamos toda nuestra vida en intentar ganar aceptación. Queremos tenerla de nuestros padres, socios en la vida, personas que respetamos, y tal vez incluso las personas a las que envidiamos. El deseo de ser aceptado es un deseo tan profundo que puede influenciar el tipo de ropa que usas, el tipo de auto que conduces, el tipo de casa que compras, e incluso la carrera que eliges.
Tal vez como niño deseabas tanto ser parte de los chicos populares. Así que si alguien te decía: “Te reto a hacer esto”, y sugerían algo que era estúpido o ponía en riesgo tu integridad física. Pero lo hacías de todas maneras porque tu deseo de ser aceptado era más grande que el deseo de estar seguro.
Lo hacemos porque amamos el sentimiento de “Estoy bien. Alguien me acepta”. Cuando eres aceptado, hace grandes cosas a tu autoestima. La verdad es, Jesús te acepta, y esa aceptación no está basada en tu desempeño. De hecho, tal vez ya hayas recibido a Cristo, pero ¿no te has dado cuenta de que fuiste capaz de hacerlo porque Jesús te acepta? No tienes que ganar su aceptación. No tienes que probarle quien eres.
Necesitamos dejar de pensar, “Tengo un Dios desagradable allá arriba, tengo que ser un chico o chica bueno para ser aceptado”. Dios, a través de Jesucristo, ya te ha aceptado. ¡Esas son buenas noticias!
La Biblia enseña, “Aunque mi padre y mi madre me abandonen, el Señor me recibirá en sus brazos”(Salmos 27:10 NVI). Aun hoy puedes estar intentando hacerte aceptable ante un padre desagradable. Sigues intentando ganar su aceptación. Si ese eres tú, necesitas entender dos cosas:
Primero, si no has obtenido su aprobación hasta hoy, entonces jamás la tendrás –y segundo, ese es su problema, no el tuyo.
No necesitas ser aceptado por otros para agradar a Dios. Ya has sido aceptado por Dios. Tenemos más de 7 millones de personas en el planeta. Si a algunos de ellos no les agradas, ¿A quién le importa? No lo necesitas. ¡Dios ya te ha aceptado!
Reflexiona sobre esto:
- ¿En qué basas tu autoestima?
- ¿Cómo te afecta físicamente el deseo de ser aceptado? ¿Qué tal emocional y espiritualmente?
- ¿Cómo cambia tu vida el saber que eres aceptado por Dios?
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