viernes, 16 de marzo de 2018

Mike Pompeo y la intervención humanitaria, por Antonio Sánchez García



Venezuela ha dejado de constituir un problema regional para convertirse en un problema mundial. Es del perfecto conocimiento de la CIA que dirigiera Mike Pompeo hasta hace unos días, que bajo la dictadura de Nicolás Maduro el territorio venezolano se ha convertido en la cabecera de playa de la invasión de la región y el hemisferio por Rusia, China, el Estado Islámico, Cuba y el narcotráfico. Y sufre la peor crisis humanitaria de la historia de América Latina. ¿Lo permitirán los Estados Unidos de Norteamérica?
Sería precipitado sostener que la salida de Rex Tillerson al frente de la política exterior estadounidense acerca las posibilidades de un endurecimiento inmediato en la política de Donald Trump hacia la dictadura reinante en Venezuela, pero si la presencia de Mike Pompeo, el hombre de línea dura más próximo al presidente de Estados Unidos, podría tener alguna repercusión sobre el tema más sensible de América Latina, sin duda el cambio del ex jefe de la ExxonMobil, fiel al espíritu tradicionalmente conciliador del Departamento de Estado,  por el último jefe de la CIA sería una manifestación más que evidente en tal sentido. Sigue la ruta de Shannon: poner fin a la nefasta influencia de Clinton Obama frente a nuestra región.
Por el momento, todos los comentaristas de la política exterior norteamericana apuntan en otra dirección: hacia el endurecimiento de la línea hacia el Medio Oriente, Israel, Irán y Rusia. Sobre todo en los temas de sensibles diferencias entre Trump y Tillerson: las divergencias en dos temas centrales: la manutención del acuerdo con Irán sobre política nuclear y la decisión de Washington de retirarse del Acuerdo de París sobre Cambio Climático.  Dichas diferencias se hicieron públicas y notorias. Pero tampoco es de subestimar la perfecta concordancia entre Trump y Pompeo en la materia que constituye posiblemente el mayor dolor de cabeza para la política de seguridad de Estados Unidos en el hemisferio: el agravamiento de los peligros reales que entraña la dictadura venezolana para el gigante del norte. Acabar cuanto antes con Nicolás Maduro y erradicar las fuentes del terrorismo islámico y el narcotráfico podrían estar convirtiéndose en asuntos de primera importancia para la seguridad de Estados Unidos.
El ex embajador de Estados Unidos en Panamá John Feeley lo advirtió al señalar que “Tillerson estuvo ausente al volante de Venezuela”, agregando que se esperaba el reforzamiento de la política del Departamento de Estado en los temas más sensibles de nuestra región, como Venezuela, el Tratado de Libre Comercio y la política inmigratoria, especialmente frente a  México. Pompeo llega precedido de un antecedente que debiera causar honda preocupación en los círculos dirigentes de la dictadura venezolana: los informes de la CIA dirigida por Pompeo fueron la base de las sanciones acordadas contra las más importantes figuras del gobierno de Nicolás Maduro. Como director de la CIA, Pompeo afirmó durante una conferencia sostenida en enero que los servicios de espionaje estuvieron detrás de algunas de las sanciones adoptadas durante los últimos meses contra el régimen de Nicolás Maduro. “La segunda o tercera batería de sanciones obedecía a nuestras recomendaciones”, dijo Pompeo en esa ocasión. Los cuatro sancionados eran generales activos o en retiro.
Cabe preguntarse si la llegada de Mike Pompeo supone más que las simples averiguaciones sobre los sentimientos de las cancillerías suramericanas frente a una eventual intervención militar de Estados Unidos en Venezuela, adelantadas por Tillerson sin obtener otros resultados que el diplomático distanciamiento de sus pares tras la habitual parsimonia de la no intervención en nuestros asuntos internos. Pero la situación comienza a cambiar en la región. Al frente de la Cancillería chilena ya no se encuentra un socialista moderado que se movía en la equidistancia favorable al chavismo de un José Miguel Insulza, como Heraldo Muñoz, sino un intelectual de centroderecha, cercano a Sebastian Piñera,  Roberto Ampuero, que se diera a conocer, más que con sus novelas, con un estremecedor reportaje del papel desempeñado por Cuba en la grave alteración de la política chilena por los cubanos durante el gobierno de Salvador Allende, llamado Los años verde oliva. Un ex militante del Partido Comunista chileno que pasara los primeros años de su exilio durante la dictadura de Augusto Pinochet en Cuba y la República Democrática Alemana, conocedor directo y en profundidad, por lo tanto, del marxismo leninismo y perfectamente consciente e informado sobre las nunca postergadas pretensiones injerencista e imperiales del castro comunismo en la región. Hoy centradas en Venezuela y Colombia, con un inmenso despliegue de tropas, funcionarios y agentes de seguridad estacionados en Venezuela, si bien con la vista puesta en el dominio del Pacífico. Siempre en la perspectiva de cumplir con el sueño castrista de conquistar América Latina y convertirla en foco del enfrentamiento mundial contra Estados Unidos. En una peligrosísima alianza con el terrorismo islámico, China, Irán y Rusia.
Pues Venezuela ha dejado de constituir un problema regional para convertirse en un problema mundial. Es del perfecto conocimiento de la CIA que dirigiera Mike Pompeo hasta hace unos días, que bajo el gobierno de Nicolás Maduro el territorio venezolano, además de ser la principal plataforma de distribución de cocaína a nivel mundial, se ha convertido en la cabecera de playa de la invasión de la región y el hemisferio por Rusia, China y el Estado Islámico. De modo que cabe pensar que para el nuevo titular de las relaciones exteriores de Estados Unidos los tres punto nodales de la política exterior de Estados Unidos son Corea del Norte, Israel y Venezuela. Con el agravante de que Venezuela se encuentra a un tiro de misil de las costas norteamericanas.
Puede que el monumental rechazo con el que cuenta Maduro en Colombia –97%– influya sobre la derrota de Petro. Pero no sucede lo mismo en México, en donde López Obrador podría alcanzar la Presidencia. La derrota de ambos, una alta posibilidad cercana, favorecerá, sin ninguna duda, la intervención humanitaria, incluso militar, de Estados Unidos en Venezuela. Y reforzará la exigencia de los sectores más conscientes de la oposición venezolana que claman la necesidad de una urgente intervención humanitaria. Ante el notorio y evidente fracaso de las acciones de la oposición en la política interna, nada más alejado y contrario a la resolución de nuestros graves problemas de sobrevivencia que poner esperanzas en un parapeto que nació muerto como el llamado Frente Amplio. Y jugar a confundir a las mayorías sobre la inmensa gravedad de la situación con una candidatura que comparte con dicho frente la agonía de su parto y el abierto y desembozado respaldo de la dictadura, como quedara de manifiesto con el respaldo que encuentran Falcón y sus asesores de parte del embajador de Venezuela en la ONU, Samuel Moncada. Pero ni el Frente Amplio ni Henri Flacón nacen con vida. Son fetos muertos. No incidirán en la resolución de la crisis ahora, cuando se ha hecho imperativa. La suerte ya está echada. La intervención humanitaria se ha convertido en una necesidad perentoria.

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