El tabaco sigue siendo en la actualidad una de las mayores amenazas para la salud pública mundial. Las estadísticas son claras y escalofriantes: fumar mata a más de 7 millones de personas al año, de las cuales más de 6 millones son consumidores directos y alrededor de 890.000 son fumadores pasivos, o lo que es lo mismo, no fumadores.
Según los datos recogidos por la Organización Mundial de la Salud, solamente veinte minutos después de fumar ya se pueden percibir los primeros cambios físicos, como el descenso del ritmo cardíaco y la presión arterial, que retornan a sus valores normales. Si el organismo no vuelve a inhalar el humo del tabaco durante doce horas después del último cigarro disminuyen los niveles de monóxido de carbono en la sangre.
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Los grandes cambios al dejar el tabaquismo vienen con el transcurso de las semanas y de los meses: entre dos y doce semanas después los pulmones y el sistema circulatorio agradecen la mejora, mientras que entre el primer y el noveno mes se experimenta una notable mejora a la hora de respirar.
A medio y largo plazo, decir adiós al pitillo abarca una reducción significativa del riesgo de padecer enfermedades graves, como el cáncer de pulmón -cuya prevalencia se reduce a la mitad una década después de fumar-, enfermedades coronarias como el infarto o derrames cerebrales.
Una de las noticias más positivas es que en el lapso de uno a cuatro años, el exfumador cuenta con un riesgo total de fallecer de alrededor de la mitad de un fumador.
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