sábado, 28 de julio de 2018

Fui un matón de la mafia gringa y viví para contarlo

Por Seth Ferranti; traducido por Sergio Ávila

Izquierda: el arma que mató a Sam Giancana. Derecha: Al Tocco, el jefe de la mafia de Chicago y jefe de Charles Hager. Fotos cortesía de la colección John Binder / Southern Illinois University Press
Izquierda: el arma que mató a Sam Giancana. Derecha: Al Tocco, el jefe de la mafia de Chicago y jefe de Charles Hager. Fotos cortesía de la colección John Binder / Southern Illinois University Press
"Todo comenzó quebrando a unos cuantos tipos. Luego pasé a las cosas pesadas".
El gangster de Chicago Albert Tocco empezó a llamar a Charles Hager "Little Joe College" ('El pequeño Joe universitario') por ser un pensador, una criatura diferente de los tipos que trabajaban para The Outfit, que eran todo menos maquiavélicos. Pero Hager era de Virginia occidental, y se ganó el respeto del mafioso sureño al escoger muy bien sus palabras antes de hablar. Tocco era el segundo al mando del Chicago Heights crew, como se hacían llamar, y Hager lo recuerda como una persona impulsiva; un hombre en el molde de Al Capone que adoraba y respetaba las reglas de la vieja escuela, como mantenerse callado y no presumir la riqueza.
Se trataba del Omertà, el código de vida en el que Hager se involucró a pesar de no tener ascendencia italiana. Lo que no sabía es que eso terminaría con el asesinato de su mejor amigo, su encarcelamiento por ese crimen, y su inquietante conclusión sobre quién realmente había matado al legendario jefe de la mafia Sam Giancana. La CIA, los Traficantes y The Outfit han sido culpados por el acto durante décadas, pero Hager cree que el homicidio fue cometido por Robert Zazzetti, también conocido como Bob Duff, un tipo de clase baja que se la pasaba entrando y saliendo de prisión y que murió en 1981. Se decía que Giancana había mantenido una relación con Marilyn Monroe (después su propia familia lo acusó de haber estado involucrado en su muerte) y desde hace mucho han existido rumores de que él le ayudó a John F. Kennedy a ser elegido en 1960. Pero el gangster fue asesinado por ser un soplón, afirma Hager en su nuevo libro, Chicago Heights: Little Joe College, the Outfit, and the Fall of Sam Giancana.
VICE habló con Hager por teléfono para entender por qué decidió contar su historia ahora, cómo salió de esa vida, y qué tan poderosas eran las mafias en los 60 y 70.
VICE: Después de 40 años, ¿por qué contar ahora tu historia?
Charles Hager: Este libro fue de hecho iniciado en prisión. [Me preguntaba]: ¿Lo escribo, lo publico, lo dejo quieto? Teniendo en cuenta que soy el último sobreviviente del grupo, y que no tenía que señalar a nadie ni involucrar a nadie [supe que] no podía dejarlo así. Tenía que seguir escribiendo y quería que mi historia se supiera. Fui a prisión por un crimen que no cometí. Esa fue la inspiración de mi libro, y luego salió todo el resto. Relato desde que era casi un niño, hasta los últimos años. Si alguien me quiere matar, pues bueno, tengo casi 70 años. Que así sea. Al menos tuve una vida decente.
Después de entrar a una vida criminal, ¿cómo lograste salir de ella? Supuestamente eso es lo más difícil de ese mundo.
La cárcel fue un factor decisivo. Tuve mucho tiempo para pensar, y sabía que no quería pasar el resto de mi vida en una celda. [Pero] ya estaba inclinado en esa dirección, y en el momento que salí, supe que quería hacer lo que yo quisiera hacer, no lo que otra persona me dijera. ¿Por qué debería ganar un cheque para alguien más, cuando podría tenerlo en mi bolsillo? ¿Por qué debería seguir órdenes de alguien más? Fui el cerebro detrás de una organización que produjo mucho dinero. ¿Por qué debería entregar mi vida por alguien a quien no le importo? Yo no era más que un soldado raso, merodeando por las calles, ganándomela para alguien más.
Sabía que si me iba por un buen camino tendría muchas posibilidades para empezar mi propio negocio.
Por ningún motivo iba a volver a la cárcel. Tuve una reunión en Chicago Heights y más o menos le di una pistola a Albert Tocco y le dije 'haz lo que tengas que hacer. Me retiro de esto. ¿Qué te debo, qué tengo que hacer?'. Albert Tocco me miró y me dijo, "pagaste tu tiempo por el crimen. Tus deudas están saldadas. Nadie está en una corte por ti".
Nunca fui parte de ellos por mi sangre alemana. Solo llegué a ser asociado. No podía ascender ahí. Había garantizado que ningún nombre sería mencionado, (pero) todos los involucrados ya fallecieron.
 Es emocionante. Es casi como meter heroína o consumir drogas, cosa que nunca hice. Eso estaba prohibido para nosotros.
¿Qué tan metido estuviste en esa vida, siendo parte de The Outfit?
Participé en todo, desde romper piernas hasta préstamos con intereses imposibles. Estuve muy involucrado. Lo mío eran las carreras de caballos. Ganaba mucho con eso. Tenía que ver con haber crecido en Virginia occidental y estar rodeado de caballos; notaba cosas que mucha gente no notaba, y conseguí mucho dinero en la pista Balmoral en Crete, Illinois. Era a quien recurrían. El que arreglaba todo. Pasé de las calles a un trabajo de oficina porque me volví en la gallina de los huevos de oro para ellos.
Entonces te vuelves la persona importante, logras cosas. Te sales con la tuya. Es emocionante. Es casi como meter heroína o consumir drogas, cosa que nunca hice. Eso estaba prohibido para nosotros. Yo era un premio para ellos. Así de simple.
Pero empecé como un mensajero, un chofer. Todo comenzó quebrando a unos cuantos tipos. Luego pasé a las cosas pesadas, que no mencionaré, pero para volverme un asociado a ellos… creo que todo el mundo sabe lo que tienes que hacer.
¿Cómo era tu día a día siendo matón de la mafia?
Había días en los que podía hacer lo que quisiera y días en los que tenía que reunirme con el grupo. Yo era el tipo de persona que, si me necesitaban, ahí estaría, Johnny en su lugar. Hacíamos rondas todos los días. Siempre estaba el sujeto que no pagaba, o alguien que no estaba haciendo lo que debía. Era casi un trabajo de tiempo completo, y al mismo tiempo no lo era. También había tiempo para jugar. Un día podría ir al bar de un hombre para reclamar el dinero. Podría darle hasta el día siguiente para conseguirlo. Al tercer día, tal vez tendríamos que dedicarle un poco más de tiempo al asunto.
Había juegos de cartas. Había trago. Había carreras de caballos y tenía también un pequeño negocio propio. Tenía un par de negocios pequeños y eso era casi una obligación, para que sirvieran como una buena fachada. En pocas palabras, no descansábamos. Nuestras rutinas eran de 14 horas al día, a veces 15. A veces eran de 24 horas. Todo el tiempo estábamos buscando ese nuevo elemento, o esa nueva cosa que protegiera nuestra cosa, La Cosa Nostra, la mafia. No había una rutina. Hacíamos lo que tuviéramos que hacer ese día.
Creo que mucha gente no entiende lo poderosa que fue la mafia en los 60 y 70. ¿Cómo era el día a día y por qué se deterioró tan drásticamente?
En esa época, si te unías a estas pandillas, empezabas desde abajo como un soldado raso, y de ahí ascendías. Si ibas a la cárcel, te quedabas callado. Había dinero para todos. Éramos un clan. Era casi imposible meter al círculo a una persona externa. Había un código por el que uno debía vivir y morir. Así era. Pero a mediados de los 70 llegaron las drogas y todo cambió. Los gangsters se volvieron presumidos, ostentosos. La vieja guardia se preocupaba por no llamar la atención, por no ser extravagante. Si tenías dinero no te parabas en la esquina de la calle a mostrar tu oro y tu plata. Te ibas a casa y te hacías cargo de tu familia. Ahora es un mundo muy distinto.
La mafia murió en los 70. Todos empezaron a atacarse unos a otros. Los tiempos cambiaron, el mundo cambió, la gente cambió. Hoy en día no hay honor entre ladrones, como dicen. Cada uno se preocupa por sí mismo. Hubo tantas matanzas en los 70 y 80 que acabaron con todo el mundo. Se perdieron muchos miembros y, de la nada, no había nuevos reclutas, y así como así se acabó la mafia.
¿Cómo terminaste involucrado en el asesinato de Virginia occidental?
Me rehusé a testificar y me culparon por eso. No iba a testificar en contra de Bob Duff y en ese momento, si no atrapaban a uno, atrapaban a otro. Bob había ido allá para ajustar cuentas con Dick Spry y las ajustó con tres balazos en su cabeza. Yo estaba en el carro en ese momento. Pagué cinco años por eso. Tuve que declararme culpable por homicidio en segundo grado, o habría tenido que pagar una sentencia de cadena perpetua. Básicamente no tuve nada que ver con eso. Simplemente fui a intentar calmar un poco las cosas, y fui con Zazzetti. Tocco lo mandó para ocuparse del asunto. Yo vi cómo pasó. Estuve en el lugar equivocado en el momento equivocado.
En retrospectiva, ¿te sientes afortunado de seguir con vida?
Esa es una parte de mi vida en la que hubiese preferido no involucrarme. Sí, tuve dinero. Sí, tuve una buena vida, y sí me deje encantar por eso. Volví a ser un niño y no saber nada. Fue el tiempo en prisión el que me dio tiempo para pensar: ¿Quiero hacer esto? ¿No quiero hacerlo? Hubo tantos muertos que, sí, tuve miedo. Sería un tonto si no me hubiese asustado. La cárcel en realidad me salvó.

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