Por Andrés Pascual
El campeonato invernal cubano gozó de tanta clase artística como profesional: los mejores peloteros, los mejores fanáticos, la mejor prensa y, sin dudas, comparable a los Padrecitos del Beisbol Organizado, el mejor apoyo en propiedad y gerencia, en fin, los mejores hombres “que no salían a jugar”.
Cada oficina de club, incluyo la de los Havana Cubans, o la de los Cubans Sugar Kings, fueron ejemplos de pulcritud, solícitos en agradecer con creces el apoyo popular a una clase de beisbol inigualable en ningún país de la región; mucho menos hoy en el lugar en que nació, se asento y asesinaron aquel ejemplo magnífico de por qué fuimos dueños, durante casi 100 años, del segundo lugar en la porfia beisbolera mundial.
Durante los 40’s se produjo el despegue definitivo del poderío cubano en el pasatiempo; La Tropical asimiló el efecto nutritivo del jugador amateur, que contribuyó a repletar las gradas, porque arrastró su público natural desde el circuito unionista, poco antes de la transición al monumental Grand Stadium de La Habana en la barriada del Cerro.
Y fue la década de los 40’s la que ha quedado como testimonio del mejor y más peleado campeonato del beisbol nacional en su historia: 1945-46, el año en que Max Lanier-Agapito Mayor se combinaron para que los Alacranes del Almendares ganaran un evento que nunca se ha podido olvidar, ni por la calidad de juego ni por la tensión popular tras cada envío de los lanzadores del club añil, como por Fred Martin defendiendo la H escarlata.
La campaña que comento generó tantos premios que poco faltó para que le entregaran uno al que “más sudó”: radios, guayaberas, 50 pesos…todos propuestos en vistosas y agresivas vallas situadas detrás de las cercas del outfield. Nada, cosas del malsano capitalismo, que Castro superó eliminando el beisbol, el comercio y la calidad de vida; su abrazo, ¡Solo su abrazo! fue catalizador de cualquier estado sublime para una sociedad atípica desde entonces.
Pero aquellos premios fueron creados para entregarse por la actuación de los jugadores durante los campeonatos invernales; entonces, en 1946, Cuba entró al Beisbol Organizado al aprobarse la franquicia de los Havana Cubans, realmente propiedad del dueño de los Senadores de Washington, Clark Griffith, representado de forma fantasmal en la “junta o grupo inversionista”, que incluyó al ex pelotero cubano Merito Acosta, por el scout Joe Cambria, quien apareció como uno de los dueños gracias a una inversión de cierto nivel de importancia.
Unos días antes de comenzar la campaña invernal de 1945, influido por el derroche de “estímulos” que se ofrecían, el dueño de la popular Bohemia, Miguel Ángel Quevedo, citó al Maestro Eladio Secades, Jefe Editor de sus Páginas Deportivas, para considerar entre ambos un presente que nivelara a la revista en el concierto que contribuiría a prestigiar a los jugadores, tanto como a reafirmar el empuje comercial de cada casa que los entregaba.
El cronista y el hombre de negocios llegaron a la conclusión de que Bohemia entregaría 500 pesos al pitcher que lograra un no hit no run; eso sí, cada oferta, todas, válidas únicamente para actuaciones durante el campeonato invernal. Entonces le encargaron a la publicitaria Alvarez-Pérez el cartel o valla que anunciaba, a todo color, el regalito, por cierto, el más difícil de alcanzar, detrás de las cercas.
En 1945, el canadiense Jimmy Roy estuvo a un inning de los 500 pesos y de la gloria en Cuba; pero entró Héctor al homeplate disfrazado de villano, cañón al hombro y le metió un obús entre short y tercera que lo dejó con la boca abierta y el corazón destrozado.
En 1946-1947, Gentry Jessup, pitcher de ébano que impactó al fanático cubano de entonces, de quien, puede afirmarse, dependió casi exclusivamente el Almendares aquella temporada, le metía cero hit cero carreras al Habana en el 9no episodio una noche fría de enero de 1947; entonces apareció Sagüita Hernández, apodado Tolón Tolón por el estribillo de una canción relativa a una vaca lechera.
El pequeño jugador, que hasta una liga amateur que fue un fracaso tuvo para competir contra la Azucarera Pedro Betancourt, se hizo famoso por un jonrón como emergente que decidió un juego que estaba más perdido que un pez en la arena de una playa, rápidamente, Jessup lo puso en 0-2 y, acto seguido, le tiró la recta obligatoria para sacarlo out: a 95 m/h y tan baja y afuera que ni acostado hubiera podido alcanzarla; pero, cosas del juego, el tipo se tiró sobre el home y, con la punta del bate, produjo un caramelo, especie de fly-línea (abombado o texas-leaguer le dicen), justo hacia el territorio que nunca puede ni el center ni el camarero, la bola picó y adios 500 pesos…
Conrado Marrero (foto a la izquierda con Sandalio Consuegra), fue un señor lanzador que tiraba recta y slider, más nada, pero con tanto control que la podía poner donde le pidiera el catcher; la recta, de menos de 88 millas/h, por efecto del agarre, de su estatura, del aire y del lugar por donde soltaba la píldora, hacía una curiosa inflexión hacia arriba sobre el home, como las rectas de Koufax o de Madduxx después en Grandes Ligas, la mal llamada “curva hacia arriba”.
El Premier adornaba sus clase atlética, su sentido de la competencia, su disposición y su determinación ante la victoria con tal modestia y dignidad, que, tal vez junto a Willy y Ortiz, hayan sido los únicos peloteros verdaderamente mimados de todos los tiempos en el país.
Desde el circuito amateur, desde la discusión de los gallardetes en Series Mundiales, la dignidad de Marrero fue legendaria, su forma de entrega ante la defensa del pabellón nacional y su hálito grandioso.
Entre profesionales, en las Mayores, Ted Williams dijo del Guajiro: “ese cubano parece que está enterrado hasta la cintura, con 5 como él, batear .300 podría ser un lío de colosal dimensión” y Ted le dio duro, pero habló claro…
Como son las cosas, cuando terminó la campaña invernal 1945-1946, la publicitaria Alvarez-Pérez no bajó la valla, no quitó el llamativo anuncio del premio de 500 por un no hit no run; pero Conrado Marrero le metió nueve ceros sin hits al principal rival de los Havana Cubans en la Liga de la Florida, los Fumadores de Tampa.
Olvidando que el compromiso de los premios, de todos, era por actuaciones durante el campeonato invernal; arrastrados por la simpatía que despertaba Marrero entre los fanáticos, estos comenzaron una protesta gigante, de alcance nacional, peor que los levantamientos en París durante la Revolución Francesa; no tenían razón, no tenían derecho, pero sentían ese amor por el ídolo que solo los que idelizan conocen. Y comenzaron el acoso de cuanto empleado de Bohemia tuviera que ver con la decisión de premiar por la hazaña, prácticamente ni Quevedo ni Secades ni Molina pudieron dormir por la persecusión inquisitoria.
Hasta que, haciendo uso del sentido de justicia extraño e impropio para resolver la situación, a través de la prensa escrita, del micrófono, de programas y columnas de especialidad, se informó que, para la siguiente serie de los Havana Cubans como homeclub, Bohemia le entregaría un premio de 500 pesos a Marrero, que no merecía por los estatutos legales el tremendo pitcher, ¿chirrín chirrán?
A finales de los 50’s, el zurdo Rodolfo Arias lanzó un no hit no run de 7 innings por los Cubans contra el Rochester, fue el 17 de agosto, embasó únicamente a Roy Smalley en el 7mo por base por bolas, entonces Bohemia se retrajo porque “no había sido de nueva entradas”, y otra vez regresó la gritería a la grada, a la calle, cada casa cubana y de nuevo debió rectificar Bohemia y pagar los mil pesos, que era el monto del premio aquel año. El no hit no run de Arias fue el único durante los 6 años y medio de existencia de la franquicia.
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