domingo, 26 de agosto de 2018

Un mosaico narrativo para Franklin Brito

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Los venezolanos vivimos una era regida por un Estado asumido como variante del terror y la muerte. El sino ominoso de esta era brutal ha marcado algunas obras publicadas en los últimos años, pero pocos de esos libros han sido escritos con el anhelo de ofrecer asidero a una inquietud ética irreductible. Una de esas obras excepcionales es El ojo del mandril, (Mérida, Dirección General de Cultura y Extensión de
la Universidad de Los Andes, 2014), mosaico narrativo que Laura Cracco (Barquisimeto, 1959) dedicara a la memoria de Franklin Brito, el productor agrícola que falleciera el 30 de agosto de 2010 en un depósito del Hospital Militar, tras 166 días de huelga de hambre.
El ojo del mandril da cuenta de los avatares psíquicos, sociales y políticos experimentados por los venezolanos tras la llegada de Hugo Chávez al poder. Eso podría aproximarlo a la perspectiva totalizadora de una novela; sin embargo, desde una perspectiva narratológica canónica, no podría ser catalogado como tal. En buena medida, esa particularidad podría ser tomada como una prueba del reto asumido por la autora a la hora de confrontar estéticamente al régimen que ha querido desenmascarar. A fin de cuentas: esa forma de ejercicio del poder que ha resultado tan difícil de catalogar para los politólogos sólo podría ser confrontada estéticamente por un libro de ardua clasificación en términos de tipología literaria.
Uno de los grandes hallazgos de la escritora para alcanzar su meta es el ojo, que “persigue la imposible altura donde las pequeñas historias se borran en la Historia, donde las pequeñas tragedias quizás se abren en sonrisa desde la perspectiva final del Creador”. El temple que las madres venezolanas han debido adoptar para afrontar la monstruosa adversidad que se ha enseñoreado de millones de hogares es descrito con esplendor lírico en “Esa cosa con plumas”:
Sabe que su destino es no cansarse, aunque se le doblen las rodillas y muerda el polvo; aunque sólo desee bajar los párpados; aunque ya no puede erguirse ni saltar; aunque deba hurgar en la nevera y hacer la cena con lo poco, medio podrido, poquísimo, sin aceite ni hierbas, sin harina ni azúcar ni carne; con el estómago pegado al espinazo; con la cabeza gacha; con los hombros entumecidos en el empeño de no dejar caer el no sabe qué, tampoco otros saben qué, que sin saberlo deben sostener, aunque ya no pueda mirar a la cara a nadie. Pero vuelve a oír a Emily Dickinson, se endereza, alza la cabeza, abre los ojos, mira a sus hijos, a su marido. Cocina, pone la mesa, los llama por su nombre y su garganta se llena con las plumas de la esperanza, y los nombres salen de su boca como una canción.
La esperanza es esa cosa con plumas
Que se posa en el alma,
Y canta la canción, sin las palabras
Y nunca, nunca para…
El profundo desdén por la vida y el sufrimiento del prójimo —una de las particularidades de los funcionarios más encumbrados de la Revolución bolivariana— está contenida en “La foto”. Con todo, como no es suficiente la acción de algunos para que prevalezca la injusticia, sino que es precisa la indiferencia de quienes están a gusto con sus pequeños privilegios, en el libro hay textos como “Ni-ni”, que deplora la inanidad moral de quienes se han negado a ver los crímenes y atropellos del régimen.
Franklin Brito sería la némesis de quienes han reemplazado la integridad con el temor, el deseo de ganancia, la ceguera y la estupidez voluntaria. De ahí la relevancia y significación de los textos que versan sobre él, como el titulado “Dios también necesita oxígeno”:
El recolector de basura detiene un momento su faena. La imagen del hombre —el torso desnudo, las costillas que lucen como dolorosas pinzas de un cangrejo que devoró cualquier rastro de carne y le cavó una fosa en el abdomen, la cara chupada hasta el hueso donde resaltan los ojos desorbitados, los brazos tiesos como palos— en el papel arrugado capta su atención. Lee: “Murió Franklin Brito tras 166 días de huelga de hambre. Al momento de morir pesaba 35 kilos repartidos en su 1,90 de estatura”. ¿Quién fue Franklin Brito?, pregunta a sus compañeros. Nadie sabe. Arranca la página y desecha el resto. Muchas veces durante la jornada formula la pregunta a mucha gente:
—Estaba loco.
—No era de la oposición.
—Se dejó morir.
—Por unas tierras.
—Fue muy valiente.
—Lo torturaron.
—Quería hacer respetar la Constitución.
—Lo dejaron pudrirse vivo.
—No era simplemente un asunto de tierras, era la ley; no era locura, fue valor.
—Resultado de la autopsia: sepsis.
—¿Qué significa sepsis?
—Es un término médico para la indiferencia.
Semejantes a las teselas que componen cualquier mosaico, cada uno de los textos de El ojo del mandril es una pieza única y autónoma en sí. A semejanza del panorama que el observador obtiene cuando guarda la debida distancia ante ese tipo de composición decorativa, una vez concluida la lectura, el lector puede formarse una idea de lo que han supuesto los primeros tres lustros del chavismo para los venezolanos. De ahí la consonancia del concepto de mosaico narrativo con lo que el lenguaje y la sintaxis de ese libro ofrecen al lector.
Al advertir el conjunto de valores que estuvieron en juego con el caso Franklin Brito, Laura Cracco aunó a su condición de poeta y narradora la valía del intelectual. Su interés en el caso que anunciaba las vejaciones y atropellos de las que habrían de ser objeto millones de venezolanos por parte del «socialismo del siglo XXI», no sólo implicaba el interés en una causa justa, sino que se convirtió en su causa: la que fundamentó la escritura de un libro que describe su órbita narrativa en torno al ocaso experimentado por las leyes, la  justicia y la democracia en Venezuela tras la llegada de un militar golpista a la presidencia de la República. Con todo, la exigencia ética que alienta este proyecto narrativo no opaca el esplendor de una escritura que, por sobre todas las cosas, no se subordina a ninguna instancia que no sea esencialmente estética.
Asimismo, el caso Franklin Brito, en el que hasta la Fiscalía de la República y la Defensoría del Pueblo desconocieron los derechos de un ciudadano que sólo exigía justicia, tuvo la particularidad de revelar la verdadera condición de quienes se habían arrogado la condición de autoridades morales durante décadas para terminar ejerciendo el rol de emisarios de la lógica del Partido y del «Líder Supremo». En oposición a estas figuras cuyo sentido de la justicia acabó fosilizándose tras espesas capas de inocultables beneficios dispensados por el régimen, la posición de la autora del El ojo del mandril es la de quien hace de la reivindicación moral un fin, pero también un medio para señalar ese comportamiento que ha permitido la iniquidad. Hacer esto representa un esfuerzo admirable por defender la humanidad mediante una exigencia inseparable de la conciencia moral, atributo del cual no pueden vanagloriarse los «intelectuales comprometidos» que han manipulado y tergiversado el pasado para que el chavismo sea enarbolado como un Bien superior o como la única manera posible de cancelar los problemas que afectaban a Venezuela como nación.

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