Con una intención de voto del 27%, el expresidente Carlos Mesa es el principal adversario de Morales
Morales, hace unos días en Chimore |
El presidente de Bolivia, Evo Morales, inicia la campaña electoral más difícil de su carrera en busca de la cuarta reelección como presidente boliviano en las elecciones programadas para octubre. Por primera vez las encuestas no pronostican su victoria en una potencial segunda vuelta, así que Morales depende de su capacidad para imponerse en la primera ronda, para lo que requiere al menos el 40% de los votos y una ventaja igual a superior a 10 puntos sobre el segundo candidato más votado, un escenario probable pero no seguro a tenor de los últimos sondeos.
Este lunes comienza oficialmente la campaña electoral boliviana, que tendrá las mismas características de los anteriores comicios en la "era Morales" y que han sido criticadas principalmente por dos razones: la proximidad del Tribunal Electoral con el Gobierno y el uso por parte de este de los recursos estatales para propaganda. Morales comenzó su gira con una gigantesca concentración en Chimoré, la región en la que fue dirigente campesino durante décadas. Allí, el uso de un aeropuerto público desató las críticas y reclamaciones de la oposición, pero no sanción alguna de las autoridades electorales.
En esta ocasión, la novedad es la debilidad relativa del presidente en las encuestas, en las que reinó sin disputa en el pasado. El último sondeo, publicado por el periódico La Razón, arroja un 16% de indecisión con una intención de voto del 38% para Morales, frente al 27% del expresidente Carlos Mesa, el favorito de las grandes ciudades. Morales, en cambio, logra la mitad de adhesiones en ciudades pequeñas y en las zonas más rurales, donde se concentran las mayores bolsas de pobres del país.
Otros estudios indican que, a menores ingresos y mayor edad de los votantes, más se inclinan por el partido del presidente, el Movimiento al Socialismo (MAS). A la inversa, mientras más acomodados y jóvenes son los electores, más se decantan por la oposición.
El desencanto de una parte de los bolivianos con el Gobierno –pese al buen comportamiento de la economía, que en 2018 creció en 4,2%– se debe al cansancio natural que produce una gestión que está cerca de cumplir 14 años. En octubre, más de la mitad de los que participen no habrá votado en ninguna elección en la que Morales no haya estado en liza. La desafección también tiene que ver con una percepción extendida de corrupción, el deseo de las clases medias tradicionales de retomar el sitial predominante del que fueron separadas desde 2006 y a la maniobra que realizó el presidente para poder habilitarse este año, pese a que la Constitución lo prohibía.
En diciembre de 2017, el Tribunal Constitucional suspendió esta prohibición, argumentando que postular a la presidencia era un "derecho humano" de Morales y no podía ser coartado. El MAS encontró así la forma de poner a su único líder y candidato en carrera, pese a que la mayoría de la población había rechazado, en un referendo realizado en 2016, el cambio constitucional sobre este asunto.
La falta de escucha de los resultados de esta consulta –que el oficialismo considera "mentirosa", por una supuesta campaña negativa, o "guerra sucia" en su contra– ha llevado a la oposición a considerar "ilegítima" tanto la candidatura de Morales como un posible nuevo Gobierno del actual presidente. La oposición, además, concurre dividida en ocho frentes. Además de Mesa, el otro candidato opositor que destaca, con un 8% de la intención de voto, es Óscar Ortiz, representante de la élite política de Santa Cruz, la región más próspera del país.
La división entre Mesa y Ortiz hace más difícil que el primero logre el objetivo que los analistas independientes le han puesto a su campaña: ocupar el segundo lugar con una diferencia de menos de 10 puntos respecto a Morales. Es la única opción opositora para forzar la segunda vuelta, en la que, según todas las encuestas, Mesa batiría al presidente.
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