Miles de voluntarios transforman esquinas de zonas deprimidas de la megalópolis india en lienzos multicolor y fomentan la participación ciudadana en la mejora y preservación del espacio urbano
La valla junto a la estación de metro DN Nagar se transformó en el mayor mural del país decorado por los propios viandantes. |
Bombay
De azul inmortal, como Krishna. De la pureza del rojo de Durga. Del sagrado azafrán, símbolo del coraje. O de las diferentes tonalidades del verde de la fertilidad. La vida en India está laminada de tintes que esconden un simbolismo místico. Así se manifiesta en sus festivales; como el exportado Holi, y en sus ceremonias religiosas; como las coloridas bodas bajo el rito hindú. De esos y otros pigmentos se han pintado chabolas, muros y tejados de algunos de los barrios más desfavorecidos de Bombay gracias a un proyecto que fomenta la participación ciudadana y la preservación del espacio urbano. En total, dos barriadas y un millar de fachadas se han transformado en pequeños frescos dentro del paisaje de la megalópolis india desde que el equipo de Chal rang de [Vamos a pintar] destapó el primer bote de pintura a finales del año pasado.
La última de estas incursiones tuvo lugar este mayo en el barrio de Khar, corazón de la capital financiera del país asiático. Entonces, un ejército de cerca de 2.800 voluntarios armados con más de 500 litros de pintura convirtieron el gris desconchado de 1.200 paredes en un vistoso mural. Durante diez días, los jóvenes de Chal rang de, ayudados por los habitantes del slum, bañaron la barriada con los matices de cian, magenta y amarillo. Sobre muchas de las fachadas unicolor, otro medio centenar de artistas de la ciudad dibujaron motivos que representan la vida cotidiana del barrio. Así, en la esquina del mercadillo local, y sobre el bermellón de la pared, un mural de tres metros de alto con el perfil de una mujer señala el puesto de la verdulera más anciana del barrio. En otra callejuela, el retrato de una niña con vestido amarillo decora una casa particular a pocos metros de una tienda de ultramarinos perfilada en turquesa.
“Esta actividad ha traído alegría a nuestras vidas. Mi hijo, Chetan, por ejemplo, también ha estado pintando con ellos. Antes, este lugar no era bonito ni estaba cuidado”, cuenta Gaetri Gupta frente a un portal dibujado con motivos familiares. Esta ama de casa de 43 años, que ha vivido en el mismo barrio desde hace 27, también resalta el aspecto educativo del proyecto: “Los colores cambian la forma en que la gente percibe nuestras vidas. Nadie se atreverá a ensuciar las calles. Yo misma me encargaré de mantenerlas limpias”. Al objetivo de teñir las viviendas de los barrios desfavorecidos para darles vitalidad se une el propósito de concienciar a la comunidad en el mantenimiento colectivo del entorno común de la ciudad.
Pocos se atrevían a acercarse al viejo y sombrío slum hasta que las 120 chabolas del barrio fueron cubiertas de colores vistosos, figuras de animales y siluetas oníricas para disfrute de los visitantes
Desdibujar las marcas de esputos de paan (tabaco mascado) que suelen pringar las fachadas y evitar la acumulación de desechos que transforman las calles en estercoleroseran también razones por las que Dedeepya Reddy creó Chal rang de. “Queremos motivar a los locales para que mantengan sus casas limpias mediante el embellecimiento del entorno. Nuestra idea es hacer un Bombay más limpio y colorido”, cuenta esta publicista de 29 años, que ha conseguido movilizar a cientos de jóvenes con su mensaje. En el barrio de Khar, además, han conseguido fondos para decorar los tejados de 300 chabolas con coloridas lonas sostenibles que reducen la temperatura del interior en hasta cuatro grados centígrados, a diferencia de los plásticos que se suelen usar como techumbres. “La cercanía del aeropuerto hace que muchos aviones sobrevuelen el área. Bombay tendrá un slum con tejados a modo de un mar de colores para mostrar al mundo su belleza”, explica Dedeepya, quien ya lideró al grupo que dibujó un lienzo similar el pasado diciembre.
Al extremo este del apéndice de tierra que forma Bombay y asentado en lo alto de una loma frente al metro de Asalpha, sus fachadas lucen ahora como un cuadro polícromo desde la parada del suburbano. Pocos se atrevían a acercarse al viejo y sombrío slum hasta que las 120 chabolas del barrio fueron cubiertas de colores vistosos, figuras de animales y siluetas oníricas para disfrute de los visitantes. Aquella primera intervención de Chal rang de demostró la disposición voluntaria de los jóvenes de la ciudad (recibieron más de 1.800 solicitudes) e hizo que la reticencia inicial de los habitantes de la barriada se difuminase tan pronto como las formas caleidoscópicas y los brillantes tonos pastel decoraron sus escuelas, casas y corredores. Tal fue su éxito inicial, que incluso las autoridades se sintieron atraídas. Días después, la cercana comisaría de Mahda, en la estación de metro de Saki Naka, también fue coloreada "para que los ciudadanos no se sientan inhibidos de acercarse a la policía", cuenta el inspector Avinash Dharmadikeri, de 52 años.
“Pintar la comisaría fue una experiencia única. Nunca me había sentido tan cómoda con la policía”, explicaba la voluntaria Neelam Kudale; durante la penúltima actividad de Chal rang de, hace dos meses. “Hemos tomado muchos elementos de la ciudad para este nuevo mural: romance, música, Salman Khan [actor de Bollywood]. A la gente le encanta. Se paran, admiran, animan y, algunos, pintan”, detalla la joven diseñadora de moda, quien se unió a la iniciativa atraída por las coloridas fotos de Instagram. En abril, la pared junto a la parada DN Nagar, en el centro del metro de Bombay y de más de 370 metros cuadrados, se transformó en el mayor mural del país decorado por los propios viandantes.
En aquella ocasión, medio centenar de mumbaikars (gentilicio de la ciudad) colorearon el gris de la valla de chapa. “Los artistas guían, pero es la gente la que lo pinta. Este contexto crea espacio para la comunicación ciudadana”, explicaba entonces el co-fundador de Chal rang de, Terrence, de espaldas al muro al que se acercaban los paseantes, curiosos. “He visto a gente unirse después de sus jornadas de trabajo; para quitarse el estrés”. Terrence detalla cómo, tras días pintando la valla, un hombre se paró a darle las gracias. El desconocido decía llevar un mes visitando a un familiar en el hospital cercano, pero sentía algo de alivio al pasar por delante de los vivos colores del mural.
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