Helena lleva 20 minutos moviendo el pulgar derecho hacia la izquierda y levantando las cejas de forma intermitente. Quien no sepa qué está haciendo podría pensar que tiene un tic nervioso, pero está
swipeando, desliza en
Tinder, una
app para ligar con más de 80 millones de usuarios de los 18 años hasta el infinito, 1,6 billones de
swipes diarios y alrededor de un millón de citas por semana. Por el gesto de Helena, el plan de ese sábado no va a ser tan fácil. En su pantalla van apareciendo imágenes junto a un nombre, la edad y algunos datos de la biografía. Un movimiento a la derecha o pulsar el corazón verde que aparece bajo esa foto es un "sí", a la izquierda o sobre el aspa roja, un “no”. Y esta abogada de 29 años no ha
swipeado a la derecha ni una sola vez. Es tan agotador, dice, que varias veces al mes piensa en desinstalar la aplicación, que tiene desde hace seis. Si no lo hace es porque, “bendita paciencia”, al final siempre encuentra alguien que le gusta: “Nunca lo suficiente como para decir ‘aquí me quedo”.
Helena, como muchas otras mujeres, sabe que cada vez que pulsa la llamita blanca en la pantalla de su móvil va a necesitar un mínimo de media hora para que alguien encaje en sus gustos y pueda dar al corazón verde. También sabe que 9 de cada 10 veces hará
match, es decir, que el hombre al otro lado de la pantalla ya le habrá dado previamente a ella un sí o acabará haciéndolo. Son sus cálculos después de medio año de uso regular. Eso,
tener mucho donde elegir, ser muy selectiva y acabar decidiéndose sabiendo que es muy posible que esa elección será recíproca, ocurre también cualquier noche en cualquier bar. Lo dicen Núria Gómez (Barcelona, 1987), crítica y comisaria de arte, y Estela Ortiz (Terrassa, 1988), politóloga y gestora de la cuenta de Facebook
Filósofos de Tinder. Son autoras de
Love me, Tinder (Planeta, 2019), un libro de 10 capítulos en los que después de un año de trabajo, clasificaron los perfiles de los hombres según su forma de mostrarse en la aplicación y alrededor de los que contextualizan y analizan la sociedad. Una especie de recopilación de ensayos sobre cómo entendemos y vivimos estas relaciones que comienzan
en línea.
La
app, explica Gómez, “no cambia el paradigma sino que lo acelera”. Lo sobredimensiona. Y hace referencia al
feedback-loop, un término para definir un círculo vicioso del comportamiento por el que hombres y mujeres adoptan estrategias en los extremos: “Los hombres ya no seleccionan, mientras que las mujeres son cada vez más selectivas”. Como relatan en el libro,
a esa conclusión llegó el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) tras crear 14 cuentas falsas y rastrear su interacción con casi medio millón de perfiles. Lo apunta la plataforma: “Ellas saben que cuando dan a la derecha tienen
match”.
Sin embargo, con este método, de aceptar o rechazar a los candidatos, desaparece la gama de grises que puede existir en una terraza un viernes por la noche, porque Tinder polariza. Lo desgrana Ortiz: “Es el sí o el no, te gusta o no te gusta, binariza la lógica y la respuesta”. No hay marcha atrás a no ser que se haya contratado la versión de pago, Tinder Gold. Esos 27,15 euros al mes —es la aplicación dentro de la categoría de estilo de vida con mayor recaudación en más de un centenar de países, según datos de la plataforma— dan derecho al rewind (poder volver atrás si crees que te has equivocado al deslizar), a no tener anuncios y a una pestaña donde puedes ver quién le ha dado like a tu perfil sin que tú lo hayas hecho previamente. Cinco millones de usuarios lo tienen. Y subiendo. Solo durante el segundo trimestre de 2018, "sumó 300.000 nuevos suscriptores e ingresó 384,97 millones de euros", según datos del libro. El negocio del amor.
UN POZO SIN FONDO DE CERVEZAS, GUIÑOS Y PIZZA
Cuánto tiempo se mira una foto, el número de caracteres con los que se responden los mensajes, los emojis que se usan o cuáles son las canciones de culto de las personas a las que se da “sí”. Tinder, disponible en más de 190 países, más de 46 idiomas y con más de 300 millones de descargas, es un gran hermano de la intimidad del usuario. Y como todas las redes sociales, un pozo sin fondo de datos.
Núria Gómez y Estela Ortiz cuentan en Love me, Tinder que el sistema guarda las preferencias durante el uso: nombre, edad, localización, colores, formas y siluetas de las imágenes que se observan (y de las que no) o los eventos a los que se asisten.
Sabe que el mejor día para conectarse es el lunes, la mejor hora las diez de la noche y el mejor mes, agosto. Que en España los emojis de cervezas, el guiño y la sonrisa son los más usados y que el gif más insertado es “fox” (zorro, en español). Registra el número de caracteres con los que se contesta a los mensajes y clasifica esas respuestas como sentimientos positivos o negativos a través de Message tree, un sistema inteligente que analiza las conversaciones…
Y toda esa información es propiedad de Tinder. Como explican Gómez y Ortiz en el libro, “al aceptar los términos y condiciones, los usuarios otorgan a la empresa el derecho mundial y transferible con licencia y sin derechos de autor para almacenar, usar, copiar, mostrar, reproducir, adaptar, editar y publicar su contenido".
En esa pestaña nueva con un logo de diamantes diminutos en dorado, a Marta se le acumulan una media de 1.000
likes nuevos, a diario. A Víctor una veintena en un día bueno. A ella se le cansa el dedo de deslizar a la izquierda. Él no para de hacerlo a la derecha. Ella tiene 32 años y él 30, ambos estudios superiores, están dentro de lo que puede entenderse por el canon de belleza occidental, con trabajo y residentes en Madrid. Ese desequilibrio es normal. En 2017, un estudio concluyó, haciendo una analogía con el funcionamiento de la economía, que
Tinder era la más desigual para los hombres, más que el 95,1% de todas las economías: los resultados afirmaban que un hombre promedio sería elegido por una de cada 115 mujeres.
En esa selva de nombres, gustos y canciones que va en un bolsillo, que produce 26 millones de
matches diarios (acumulan más de 30.000 millones desde que se lanzó la
app en 2012), ellas tienen más poder. Con matices. Porque esto vuelve sobre la discusión del uso de la belleza femenina como reclamo. ¿Tinder lo aprovecha? Sí. ¿Algo obliga a descargar la aplicación? No. "En esa dinámica las mujeres son usadas como producto para suscriptores,
como puede seguir ocurriendo en las discotecas, donde las chicas son el cebo para que acudan los chicos", incide Ortiz. La otra autora, Gómez, responde: "Sí, pero también implica que como mujer puedas gestionar tu propia sexualidad, de otras formas es más complicado".
En eso coincide Lola Pérez, graduada en Filosofía, sexóloga y CEO de Mujeres Jóvenes de Murcia, que cree que
Tinder, como otras
apps de este tipo, fomentan "nuevas visiones sexuales para las mujeres", cuyos patrones han estado más encorsetados en la historia: "No comprometerse, estar con varios chicos a la vez, poder decir no cuando es no, alimentar la imaginación sexual... Permite cierto empoderamiento". Hacia ahí también apunta Joaquín Negro, sociólogo y profesional de la salud sexual y su prevención, al recordar que, en el plano sexual, a las mujeres
se las ha despojado secularmente "de su placer, deseos y fantasías y de la autoridad sobre su corporalidad".
Eso cambia en un mundo donde la concepción de la relación tradicional monógama está cambiando, donde a veces va hacia lo fugaz y lo efímero, según el sociólogo: "Está abriéndose a
otras formas como el poliamor, relaciones abiertas, liberales, etcétera. Amar en tiempos de
Tinder se ha anclado en una sociedad líquida a caballo entre el amor romántico y la satisfacción de placeres individualistas". Lo que da ventaja a las mujeres porque, por fin, comienzan a ejercer su derecho al placer propio. Y eso democratiza el deseo, siempre tan inclinado hacia lo masculino.
En Tinder ellos y ellas desean, fantasean, critican o juzgan por igual. El algoritmo funciona igual para todos. En cuanto a lo físico, la plataforma calcula el "nivel de deseabilidad". Para calcularlo, cuentan las autoras de Love me, Tinder, "la aplicación analiza la cantidad de mensajes que alguien recibe por parte de usuarios que son deseados por otros". Eso da una "nota invisible de atractivo" y a eso se añade una clasificación por nivel de inteligencia, estudios e ingresos. Y Tinder, redactan en el libro, deja bien claro en los términos y condiciones que "se reservan el derecho de establecer estas jerarquías sociales". Luego está el plano intelectual: "El sistema cuenta las sílabas de las conversaciones y te propone, en primer lugar, aquellos usuarios que cumplen con tu media intelectual". Además, cuentan Ortiz y Gómez, Eigenfaces, un algoritmo que analiza las características de los perfiles a los que se ha dado like, "genera una cara promedio, un perfect match". Así, la app genera un perfil platónico, una base ideal con la que selecciona los probables candidatos. Aquí, ellas también llevan ventaja. "Cuando los usuarios te dan un like, tu nota sube. Si alguien con una puntuación más baja que la tuya no te da soporte, tu resultado caerá en picado", explican en el libro. "Y, como es obvio, ellas reciben de media muchísimos más síes que ellos", apostilla Ortiz.
En este carrusel de probables parejas hay, además, algunas características que ofrecen cierta seguridad, sobre todo a las mujeres, que son las que normalmente se enfrentan al acoso
online. Por ejemplo, el absoluto anonimato en relación con otras redes sociales: la
app no se vincula actualmente a ninguna otra, aunque tiene acuerdo con Spotify e Instagram: en el perfil aparecen las últimas fotos y las canciones de culto que decida el usuario, pero no se puede llegar hasta esas otras aplicaciones. Otra es el botón de denunciar por fotos inapropiadas o comentarios insultantes. Y, la más obvia, la propia idiosincrasia de la aplicación, basada en el deseo mutuo y verbalizado (a través del
swipe): solo si ambos usuarios se gustan y dan al "sí", se abrirá un canal de comunicación en la pestaña de mensajes. A pesar de todo ello, en ese lugar virtual
el machismo también aparece. Y el patriarcado. Y
el mito del amor romántico. Y ambos, como apunta Negro, "han anclado a las mujeres como sujetos pasivos vulnerables a ser receptoras de una posible “conquista”.
Cuando ellas se rebelan a eso y al otro lado a alguien le chirría, aparecen los usuarios que Núria Gómez y Estela Ortiz incluyeron en el último capítulo de
Love me, Tinder, los Alpha-Male. A mediados de septiembre, Marta hizo
match con uno de esos machos alfa. Pablo: 31 años, 1,91, analista de datos, abdominales perfectos. El primer mensaje de él tardó en llegar un par de minutos, algo que coincide con los registros de Tinder, según los cuales ellos tardan en enviar el primero unos cinco minutos tras el
match con una media de 12 caracteres. Ellas se toman su tiempo y suelen usar. "
Feminazi de mierda", encabezaba el párrafo: "Ninguna mujer guapa puede ser feminista y no entiendo cómo puedes ser tan subidita moralmente de poner que no quieres
votantes de Vox en tu cama". Marta tenía en su biografía el símbolo del
feminismo y, entre otras, dos frases: "Entre mis aspiraciones vitales no está apadrinar a ningún votante de ultraderecha" y "no necesito que me acompañes a casa".
Con él Marta lo tuvo fácil, pulsó denunciar y explicó brevemente la fugaz interacción. Con dos pulsaciones más deshizo el
match y "hasta nunca". En la realidad tal vez no hubiese sido así. Tal vez ese analista de datos de 1,91 la hubiese intimidado o violentado.
Tinder, recuerda Negro, "es solo un espejo de la sociedad". Negro, como Lola Pérez, cree que la
app proporciona un ancho margen para que las mujeres puedan expresar su
sexualidad libremente, manteniendo relaciones de carácter sexual o emocional y fuera del patrón del romanticismo. Pero es solo una herramienta. El sociólogo apunta: "El cambio real está fuera, donde ya muchas mujeres se están apropiando de su propio cuerpo y de su sexualidad".
ESPEJITO, ESPEJITO, ¿QUIÉN ES LA MÁS BELLA EN LA 'APP'?
Tinder tuvo que cambiar su eslogan: del "desliza, coincide, chatea" original al "coincide, chatea, queda". Cuentan Núria Gómez y Estela Ortiz en Love me, Tinder que tuvieron que añadir el imperativo porque el amor en la app tiene mucho de autorreferencial: "Un comportamiento en el que el estado es más relevante que el sujeto deseado".
Hay quien acumula matches y no cierra ni una cita. No lo necesitan. Quieren saber que ese "me gustas" es recíproco. "El chupinazo de los likes", dice Adriana Royo, sexóloga y terapeuta. "Es el ego, ser visto y deseado, es narcisismo virtual".
No hay posibilidad de saber cuántas personas hacen esto, pero las autoras de Love me, Tinder creen que es más habitual de lo que parece. Tiene que ver con la liberación de dopamina (una de las hormonas del placer), que producen los likes en el cerebro, algo que demostró un estudio en 2017. Y esto ocurre sobre todo entre las más jóvenes.
Para Ada Santana, presidenta de la Federación de Mujeres Jóvenes, pasa porque es un método de autoaceptación: "Nosotras pasamos por un proceso de socialización más expuesto al juicio de los demás, nos importa más y a veces sentimos la necesidad de responder a los cánones sociales". Y Estela Ortiz, una de las autoras, añade: "Les importa la reafirmación. Que los chicos les escriban forma parte de esta vida aislada y de la lógica perversa de las redes sociales. Te aísla y te da dopamina, es una paradoja".