Alicia Alonso y el bailarín ruso Azari Plisetski, en la obra ‘Swan Lake’, en 1970 |
La ‘prima ballerina assoluta’ falleció en La Habana. Fue la fundadora del Ballet Nacional de Cuba.
Por: Redacción Cultura*
19 de octubre 2019 , 09:21 p.m.
Alicia Alonso empezó a perder la visión muy joven y tuvo que aprender, como ella misma dijo una de las pocas veces que se refirió a este tema en público, “a bailar con el cerebro. Me ubicaba en Giselle e iba paso por paso en la coreografía, desde que se abría el telón hasta el final. Me entrené a ver los ballets en mi mente como si fuera el público. Estudiaba los pasos del cuerpo de baile, de los solistas”.
Esta pérdida progresiva de la visión le empezó a los 19 años, y le diagnosticaron un desprendimiento de retina. A través de varias operaciones buscó recuperarse. La tercera fue en 1972, y dos años después, sin mejores resultados, decidió seguir bailando, guiada por las luces del escenario.
Varios de los médicos que la atendieron en su juventud le aconsejaron no volver a bailar, pero ella se negó. Su pasión por la danza y los escenarios hizo que su fuerza de voluntad la llevara a idear una técnica personal para no olvidarse de los espacios ni perder su gran capacidad para dar cada paso.
Su voz se oía en todas partes, su carácter fue indomable y su técnica con el ballet –desarrollada con Fernando Alonso, su esposo y de quien conservó su apellido tras la separación–, “muy fuerte”, como dijo Alihaydee Carreño Delgado, bailarina cubana retirada residente en Estados Unidos, quien fue alumna de Alonso.
“Sobresale la exigencia física en los movimientos, pero lo que distingue al ballet cubano son los sentimientos. Ella y Fernando crearon que no solo se baile la técnica, sino que transmita al público todas las emociones que tenga la historia de cada ballet”, le dijo a la agencia Efe.
Varios de los médicos que la atendieron en su juventud le aconsejaron no volver a bailar, pero ella se negó. Su pasión por la danza y los escenarios hizo que su fuerza de voluntad la llevara a idear una técnica personal para no olvidarse de los espacios ni perder su gran capacidad para dar cada paso.
Su voz se oía en todas partes, su carácter fue indomable y su técnica con el ballet –desarrollada con Fernando Alonso, su esposo y de quien conservó su apellido tras la separación–, “muy fuerte”, como dijo Alihaydee Carreño Delgado, bailarina cubana retirada residente en Estados Unidos, quien fue alumna de Alonso.
“Sobresale la exigencia física en los movimientos, pero lo que distingue al ballet cubano son los sentimientos. Ella y Fernando crearon que no solo se baile la técnica, sino que transmita al público todas las emociones que tenga la historia de cada ballet”, le dijo a la agencia Efe.
La muerte de Alonso, ocurrida el jueves pasado en La Habana, hizo que el movimiento cultural del mundo hablara sobre ella. Desde entidades como la Unesco hasta bailarines y coreógrafos como el argentino Julio Bocca, uno de los más importantes de los últimos tiempos y quien fue director del Ballet Nacional Sodre de Montevideo (Uruguay).
“Fue una luchadora por la calidad de la danza. Se la va a extrañar muchísimo... Su personalidad, su fuerza... Pese a que era consciente de su avanzada edad, cuando pasan las cosas uno no quiere que pasen, como en este caso”, agregó Bocca.
Alonso falleció en el Centro de Investigaciones Médico Quirúrgicas (Cimeq) de La Habana, donde fue internada hace algunos días, debido una enfermedad cardiovascular.
Había nacido en el cuartel Columbia, de esa ciudad, el 21 de diciembre de 1920. Fue bautizada como Alicia Ernestina de la Caridad Martínez del Hoyo y Lugo.
El baile la atrapó desde muy niña. En una de las pocas entrevistas que dio a un medio de Estados Unidos (CNN en Español), le contó al periodista cubano Ismael Cala que le gustaba jugar en su casa poniéndose una toalla grande en la cabeza, que simulara un pelo muy largo, y empezaba a bailar la música que estaba sonando, en un país en el que hay música en todos los lugares.
“Fue una luchadora por la calidad de la danza. Se la va a extrañar muchísimo... Su personalidad, su fuerza... Pese a que era consciente de su avanzada edad, cuando pasan las cosas uno no quiere que pasen, como en este caso”, agregó Bocca.
Alonso falleció en el Centro de Investigaciones Médico Quirúrgicas (Cimeq) de La Habana, donde fue internada hace algunos días, debido una enfermedad cardiovascular.
Había nacido en el cuartel Columbia, de esa ciudad, el 21 de diciembre de 1920. Fue bautizada como Alicia Ernestina de la Caridad Martínez del Hoyo y Lugo.
El baile la atrapó desde muy niña. En una de las pocas entrevistas que dio a un medio de Estados Unidos (CNN en Español), le contó al periodista cubano Ismael Cala que le gustaba jugar en su casa poniéndose una toalla grande en la cabeza, que simulara un pelo muy largo, y empezaba a bailar la música que estaba sonando, en un país en el que hay música en todos los lugares.
La maestra Alicia Alonso, que fue una gran inspiración para mi carrera, nos decía que debíamos brillar con luz propia, sin importar si estábamos en la última fila de un espectáculo.
Agregó que, como su padre estaba relacionado con las fuerzas militares y debía viajar a Estados Unidos a diversos cursos, toda la familia iba a los mejores espectáculos de baile en ese país.
Su formación empezó en 1929, con el maestro ruso Nikolai Yavorski, en la Sociedad Cultural Pro-Arte Musical. Una aparición en el ballet Cascanueces fue su punto de partida, y no paró. Por más de seis décadas (su retiro oficial fue en 1995) bailó los más importantes ballets creados y los que fueron hechos pensando en ella y en su versatilidad.
Matriculada en Estados Unidos en la School of American Ballet, tuvo importantes maestros del género, y siguió sus estudios en Londres y París.
En 1939, y luego de hacer parte de dos musicales de Broadway, Great Lady y Stars in Your Eyes, protagonizó por primera vez para el ballet Caravan el montaje Billy the Kid, de Eugene Loring.
Según publicó El País de España, entre sus participaciones históricas con la compañía Ballet Theatre estuvieron Undertow, Theme and Variations y Fall River Legend.
Pero, sin duda, el mundo del ballet la recuerda especialmente por su primer Giselle (considerado una de las obras maestras del llamado ballet blanche), que bailó el 2 de noviembre de 1943, con Anton Dolin. Ella no era la bailarina principal, sino Alicia Markova, de origen británico, quien se enfermó, un hecho que ha despertado suspicacias.
En 1948, en un viaje a Cuba para unas presentaciones, creó en la isla, al lado de su esposo, el Ballet Alicia Alonso, entidad que tras el triunfo de la revolución, en 1959, pasó a convertirse en el Ballet Nacional de Cuba (BNC).
Su talento y fortaleza lograron que en una pequeña isla del mar Caribe se creara una escuela de ballet de la misma calidad de las mejores y más antiguas de Europa.
Quedarse en la isla y no desertar le granjeó enemigos. Carreño afirmó: “Los artistas nunca nos hemos inclinado a esas cosas porque lo que hemos hecho es bailar”, y agregó que fue con el Gobierno cubano como hizo su escuela. “Le fue muy fiel a Cuba, siempre quiso vivir allá, representando al país en todo lado”.
Su formación empezó en 1929, con el maestro ruso Nikolai Yavorski, en la Sociedad Cultural Pro-Arte Musical. Una aparición en el ballet Cascanueces fue su punto de partida, y no paró. Por más de seis décadas (su retiro oficial fue en 1995) bailó los más importantes ballets creados y los que fueron hechos pensando en ella y en su versatilidad.
Matriculada en Estados Unidos en la School of American Ballet, tuvo importantes maestros del género, y siguió sus estudios en Londres y París.
En 1939, y luego de hacer parte de dos musicales de Broadway, Great Lady y Stars in Your Eyes, protagonizó por primera vez para el ballet Caravan el montaje Billy the Kid, de Eugene Loring.
Según publicó El País de España, entre sus participaciones históricas con la compañía Ballet Theatre estuvieron Undertow, Theme and Variations y Fall River Legend.
Pero, sin duda, el mundo del ballet la recuerda especialmente por su primer Giselle (considerado una de las obras maestras del llamado ballet blanche), que bailó el 2 de noviembre de 1943, con Anton Dolin. Ella no era la bailarina principal, sino Alicia Markova, de origen británico, quien se enfermó, un hecho que ha despertado suspicacias.
En 1948, en un viaje a Cuba para unas presentaciones, creó en la isla, al lado de su esposo, el Ballet Alicia Alonso, entidad que tras el triunfo de la revolución, en 1959, pasó a convertirse en el Ballet Nacional de Cuba (BNC).
Su talento y fortaleza lograron que en una pequeña isla del mar Caribe se creara una escuela de ballet de la misma calidad de las mejores y más antiguas de Europa.
Quedarse en la isla y no desertar le granjeó enemigos. Carreño afirmó: “Los artistas nunca nos hemos inclinado a esas cosas porque lo que hemos hecho es bailar”, y agregó que fue con el Gobierno cubano como hizo su escuela. “Le fue muy fiel a Cuba, siempre quiso vivir allá, representando al país en todo lado”.
En estos momentos no puedo dejar de pensar en todo lo que le debemos, en el extraordinario legado que nos ha dejado.
Con Alonso, la frontera política y artística tendió a desdibujarse, pese a las múltiples críticas por su compromiso con el régimen, pero lo más importante de su carrera fue que en la cima más alta del ballet, ella puso su nombre en español.
Fue parte de la historia viva de este género en el siglo XX y compartió honores con la rusa Maya Plisetskaia, con quien la unieron una larga carrera y una competencia permanente por querer ser cada una la mejor en un escenario.
En el Ballet Nacional de Cuba formó a bailarines de varias nacionalidades, incluyendo al colombiano Fernando Montaño, hoy primer bailarín del Royal Ballet de Londres (ver recuadro).
Desde hace un poco más de un año ya no dirigía el Ballet Nacional de Cuba, cargo que asumió quien fue una de las más importantes bailarinas de la entidad, Viengsay Valdés, de 42 años, que dio paso a un sensible cambio generacional.
Pero Alonso seguía allí. Su espíritu era parte de este espacio, y por última vez la vio en ese lugar Fernando Montaño, el año pasado. El colombiano quiso visitarla, pero no fue posible debido a la precaria salud de Alonso.
Tras la separación de Fernando Alonso, conservó su apellido, y contó en la entrevista en CNN que se habían visto pocas veces luego del divorcio. La bailarina se casó con Pedro Simón, historiador y director del Museo de la Danza de La Habana, que le sobrevive.
Sus amigos cercanos cuentan que eran inseparables. Simón, además, era no solo su guía sino su asistente, “y con mimo le ayudaba a acomodarse el turbante”, se lee en varias informaciones.
Vanidosa, con unas uñas muy largas y bien cuidadas, muchas personas que la vieron en el escenario dicen que el movimiento de sus manos era vital en cada una de sus representaciones. Cuando se volvió maestra, muchos le criticaron que, en los comienzos de su enseñanza, no admitía estudiantes de poca estatura, muy morenos o que le pudieran hacer sombra.
Carlos Acosta, graduado del Ballet Nacional de Cuba, quien triunfó en Londres antes de regresar a La Habana y crear su propia compañía, escribió en su cuenta de Facebook: “He recibido con dolor la noticia de la muerte de nuestra Primera Bailarina, Alicia Alonso. En estos momentos no puedo dejar de pensar en todo lo que le debemos, en el extraordinario legado que nos ha dejado”.
Acosta se sintió menospreciado en el Ballet Nacional de Cuba, pero no por eso deja de reconocer el gran valor de Alonso.
Esta mujer, que siempre estaba maquillada y con los labios muy pintados, paseó su virtuosismo, impuso su físico y personalidad y su toque latino por 65 países. Recibió al menos 266 premios y distinciones internacionales, 225 nacionales, y realizó 69 coreografías románticas, clásicas y contemporáneas.
Su interpretación de Giselle es la que más huella ha dejado, pero también en la lista figuran El lago de los cisnes, Ensayo sinfónico, Lydia, Narciso y Eco, La carta, Génesis y Misión Korad.Alicia Alonso tuvo una hija, Laura, bailarina y profesora, y por el mundo dejó varias generaciones de bailarines que la consideraban una mamá, regañona muchas veces; dura, claro, pero la mujer que les enseñó que sin dolor no hay danza.
Fue parte de la historia viva de este género en el siglo XX y compartió honores con la rusa Maya Plisetskaia, con quien la unieron una larga carrera y una competencia permanente por querer ser cada una la mejor en un escenario.
En el Ballet Nacional de Cuba formó a bailarines de varias nacionalidades, incluyendo al colombiano Fernando Montaño, hoy primer bailarín del Royal Ballet de Londres (ver recuadro).
Desde hace un poco más de un año ya no dirigía el Ballet Nacional de Cuba, cargo que asumió quien fue una de las más importantes bailarinas de la entidad, Viengsay Valdés, de 42 años, que dio paso a un sensible cambio generacional.
Pero Alonso seguía allí. Su espíritu era parte de este espacio, y por última vez la vio en ese lugar Fernando Montaño, el año pasado. El colombiano quiso visitarla, pero no fue posible debido a la precaria salud de Alonso.
Tras la separación de Fernando Alonso, conservó su apellido, y contó en la entrevista en CNN que se habían visto pocas veces luego del divorcio. La bailarina se casó con Pedro Simón, historiador y director del Museo de la Danza de La Habana, que le sobrevive.
Sus amigos cercanos cuentan que eran inseparables. Simón, además, era no solo su guía sino su asistente, “y con mimo le ayudaba a acomodarse el turbante”, se lee en varias informaciones.
Vanidosa, con unas uñas muy largas y bien cuidadas, muchas personas que la vieron en el escenario dicen que el movimiento de sus manos era vital en cada una de sus representaciones. Cuando se volvió maestra, muchos le criticaron que, en los comienzos de su enseñanza, no admitía estudiantes de poca estatura, muy morenos o que le pudieran hacer sombra.
Carlos Acosta, graduado del Ballet Nacional de Cuba, quien triunfó en Londres antes de regresar a La Habana y crear su propia compañía, escribió en su cuenta de Facebook: “He recibido con dolor la noticia de la muerte de nuestra Primera Bailarina, Alicia Alonso. En estos momentos no puedo dejar de pensar en todo lo que le debemos, en el extraordinario legado que nos ha dejado”.
Acosta se sintió menospreciado en el Ballet Nacional de Cuba, pero no por eso deja de reconocer el gran valor de Alonso.
Esta mujer, que siempre estaba maquillada y con los labios muy pintados, paseó su virtuosismo, impuso su físico y personalidad y su toque latino por 65 países. Recibió al menos 266 premios y distinciones internacionales, 225 nacionales, y realizó 69 coreografías románticas, clásicas y contemporáneas.
Su interpretación de Giselle es la que más huella ha dejado, pero también en la lista figuran El lago de los cisnes, Ensayo sinfónico, Lydia, Narciso y Eco, La carta, Génesis y Misión Korad.Alicia Alonso tuvo una hija, Laura, bailarina y profesora, y por el mundo dejó varias generaciones de bailarines que la consideraban una mamá, regañona muchas veces; dura, claro, pero la mujer que les enseñó que sin dolor no hay danza.
REDACCIÓN CULTURA
*Con reportería de Milagros López de Guereño desde La Habana y resumen de agencias.
*Con reportería de Milagros López de Guereño desde La Habana y resumen de agencias.
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