EL EMERGENTE
Por Ignacio Serrano
Muchos estamos felices con este inicio de las Grandes Ligas. Es verdad que saciamos parte de nuestra sed beisbolera con la pelota de Taiwán. Y nos abrevamos luego en los circuitos de Corea del Sur y Japón, eso es cierto. Pero no hay comparación con esta fiesta, que nos permite ver juegos todos los días con las principales estrellas del diamante y, sobre todo, seguir los pasos de la embajada venezolana, desde los intentos de Miguel Cabrera por mejorar su currículo para el Salón de la Fama hasta la consolidación de una brillante generación joven, que va de Gleyber Torres y Ronald Acuña a William Contreras y Andrés Giménez.
Todo eso es alegría. Pero también preocupación. El hecho de jugar en plena pandemia de covid-19 representa una nube negra, un riesgo. Este es un virus poco letal, en términos absolutos, pero se contagia tan rápida y fácilmente, que puede terminar representando un gran riesgo para los peloteros, como lo es para los ciudadanos en general.
El protocolo de salud de la MLB es casi interminable. Son páginas y páginas. Y en cierto modo, es encomiable. La reiteración de los exámenes médicos, las medidas para evitar contacto físico, en fin, pareciera haber mucho de sensatez en lo allí expuesto.
Por supuesto que Estados Unidos no ha manejado la amenaza del coronavirus como Taiwán, Corea del Sur o Japón. En esos países se atajó desde muy temprano el avance de la enfermedad, entendiendo que era necesario aplicar medidas rápidas y draconianas, en vez de populismo y zigzagueo. Entendieron que la disciplina social, bien conducida por el liderazgo de aquellas naciones, podría mantener a raya el SARS CoV-2.
Mientras la pandemia azota todo el continente americano, desde Alaska hasta la Patagonia, se juega pelota en las Mayores. Y está bien. En el norte entendieron que la Gran Carpa es un motor económico y también un aliciente emocional, espiritual, un entretenimiento que sirve para decirnos, en medio de la desgracia global y el miedo, que podemos ser más fuertes que ese maligno virus, que podemos superar ese mal.
Es exactamente el argumento que usó el presidente Franklin Delano Roosevelt para ordenar que las Grandes Ligas siguieran su curso en plena Segunda Guerra Mundial, a pesar de Pearl Harbour y del horror al que se sumaron las tropas estadounidenses en África, Europa y el Pacífico.
Pero viendo cómo se juega en el Lejano Oriente y la a veces relajada conducta que estamos observando en la MLB, entendemos que lo sucedido con los Marlins pudiera ser solamente el capítulo primero de una novela que no quisiéramos leer.
El Corea del Sur o Japón es inconcebible que los peloteros choquen palmas o celebren con contacto físico los batazos grandes o las victorias. Todos en las cuevas han llevado mascarillas. Existe una evidente conciencia de que no estamos en la normalidad que conocíamos. Es una realidad distinta, y pareciera, viendo las transmisiones de TV, que los bigleaguers no han terminado de comprenderlo.
Quizás sea que los Tigres Asiáticos poseen una disciplina personal y social que los occidentales no tenemos. Vaya usted a saber. Pero a este cronista, lo que realmente le preocupa, no es que se juegue beisbol, pese a la amenaza del coronavirus, sino que los protagonistas de los diamantes den gritos de emoción en los dugouts, sin tapabocas, o que se aglomeren en la cueva sin pensar que el vecino puede estar contagiado. Lo que preocupa es ver que choquen torsos en el aire después del último out, que festejen cuadrangulares golpeando sus puños, que se den palmadas con despreocupación al finalizar una victoria y lleguen al extremo de los empujones y el conato de pelea, como ocurrió entre Astros y Dodgers.
Eso que describimos arriba es el equivalente a hablar de cuarentena radical, cerrando los ojos ante las riadas de venezolanos que salen a la calle en sectores populares porque deben conseguir el pan de cada día. O peor aún, es el equivalente a exigir distanciamiento y no mirar las fiestas que siguen haciendo los allegados.
Es posible jugar beisbol en tiempos de covid-19. Pero eso exige una disciplina total, que no estamos viendo en la Gran Carpa.
No es tan difícil. Es simple prudencia, llevada al extremo. El ejemplo nos lo están dando en Japón, en Surcorea y en Taiwán.