EL EMERGENTE
Por Ignacio Serrano
Pablo Sandoval tenía todavía 19 años de edad aquella primera vez que nos cruzamos con él. Fue en el clubhouse del PNC Park de Pittsburgh. Casi no sonrió en el rato que hablamos, una diferencia notable con el rostro usualmente reído que aparece todavía en los medios de comunicación y desde poco después de aquel encuentro.
Corría el mes de julio de 2006 y todavía no existía la leyenda del Panda. El seudónimo estaba por inventarse, él jugaba en Clase A media y aún era receptor a tiempo completo.
Los Gigantes ya lo veían como gran prospecto, aunque no bateó mucho en aquella campaña. Estaba allí, en la Ciudad de los Tres Ríos, como promesa importante que era, listo para tomar parte del Juego de Estrellas Futuras.
Hablaba poco, el nativo de Puerto Cabello, al menos delante del grabador.
Estaba a punto de convertirse en una de las figuras más atractivas, polémicas, admiradas y debatidas de los siguientes dos lustros en la expedición nacional.
Sandoval tuvo un estreno clamoroso. Su llegada a las Mayores fue la de un predestinado que iba a seguir y quizás superar los logros de Andrés Galarraga o Magglio Ordóñez. Tenía poder, mucho, y contacto, mucho también.
En sus primeras dos campañas arriba bateó para .333/.381/.543. Son promedios brillantes. Busquen bien, que no van a encontrar a otro venezolano con .928 de OPS o 139 de OPS ajustado en sus primeros 200 juegos arriba. Ni siquiera Miguel Cabrera.
Ya para entonces era una celebridad. Barry Zito le había puesto el mote de Kung Fu Panda y su rostro angelado estaba en todas partes. Se había convertido en figura, un toletero temible, un fenómeno de mercadeo. Los aficionados compraban felices todo lo que la tienda del estadio vendiera de él, especialmente los gorros y cabezas de oso panda tan característicos.
Ni siquiera la pesadilla vivida a finales de 2010 acabó con su popularidad. Aquel fue un mal año, pero sobre todo lo fue su postemporada. Terminó en la banca de los Gigantes, viendo desde la cueva cómo sus compañeros ganaban la Serie Mundial, sin poder aportar nada.
Únicamente tomó tres turnos en aquel Clásico de Otoño contra los Rangers. No dio hits.
Aquel episodio sería el abreboca de lo que terminaría siendo el resto de su carrera. El sobrepeso que le hacía ver como un gordito amable y simpático era también, para su escuadra, un enemigo a las puertas, el verdadero causante de sus altibajos.
Explotó de nuevo en 2011, con una línea de .315/.357/.552, asistiría dos veces al Juego de Estrellas y ganaría con propio mérito dos anillos más de Serie Mundial, incluyendo aquella de 2014, en la que fue el Jugador Más Valioso.
Ya no era, sin embargo, la estrella en ascenso que se había hecho querer. No quedaba claro, porque seguía siendo protagonista, porque tenía una personalidad avasallante y un talento enorme. Pero los números no mienten. Mientras asistíamos a su batalla personal contra las calorías y el cinturón, con órdenes e imposiciones llegadas a Valencia desde San Francisco, sus numeritos habían dejado de ser estelares. Y por mucho.
La cuenta es simple: entre 2008 y 2011 tuvo un OPS de 130, o lo que es lo mismo, fue un bateador 30 por ciento mejor que la media de la Gran Carpa. Desde 2012 hasta hoy tiene un OPS de 100, exactamente en la media de la MLB, con discretos promedios de .262/.315/.411 y un OPS de .726.
En el ínterin se fue de la bahía, firmó con los Medias Rojas, hizo declaraciones innecesarias contra sus ex compañeros, fracasó en Boston, perdió la titularidad, fue dejado en libertad, regresó a su primer equipo, asumió un rol de suplente y, tras cuatro campeonatos como utility, fue puesto en libertad.
Es la historia de lo que pudo ser y no fue, la amarga conclusión a la que se llega luego de constatar cuán cierto es el lugar común que repiten los peloteros que dicen, a veces sin concientizarlo, que lo más difícil no es llegar, sino mantenerse.
Sandoval terminó siendo un pelotero como cualquier otro en las Mayores después de sus primeros cuatro torneos. Sí, exactamente en el promedio. Ni muy bueno, como para volver al Juego de Estrellas, ni muy malo, como para quedar sin trabajo. La definición de un jugador de reemplazo. De hecho, su WAR en los nueve campeonatos que siguieron a partir de 2012 es 6.5, según la cuenta de Baseball Reference. Eso es 0.7 por justa.
Su leyenda continuó, porque supo adaptarse a los tiempos difíciles, luego de dejar Nueva Inglaterra. Asumió que ya no era titular, que podía ayudar con su experiencia, que era necesario bajar la cabeza y aprender a defender otras posiciones.
Lo hizo tan bien en ese rol secundario, que la insólita despedida de los Gigantes quedó como prueba patente de su rediseño personal. ¿Cuántas veces hemos visto que un club despide a alguien en medio de la temporada y prepara homenajes para el desdichado en las redes sociales?
El Panda no estaba bateando, luego de asomar un posible repunte en 2019. Los californianos están en la pelea. Decidieron sacrificarle, para fortalecer el roster, y las muestras de agradecimiento que le dejaron en Twitter fueron también un modo de pedirle perdón. Sí, eso es insólito en el beisbol profesional.
Ahora tiene 34 años de edad. Llega a los Bravos para buscar un chance que puede ser la oportunidad de alargar su carrera o simplemente el canto del cisne. No sería el primero que recupera la estelaridad que ya se creía perdida para siempre. Pero será un verdadero desafío lograrlo.
En Atlanta no verán con simpatía los cambios de talla del pantalón. Y su contrato habrá expirado en noviembre. Aunque pareciera que siempre habrá algo en él que todavía hará pensar en aquel simpático joven que irrumpía a todo tren en las Grandes Ligas, el slugger que lucía tan entrañable y divertido de ver en acción como el personaje del que tomó su nombre de guerra.
Kung Fu Panda venció los obstáculos más difíciles para dominar el chi y convertirse en leyenda. Pero el deporte profesional no tiene guión, a diferencia del cine, y a menudo los protagonistas terminan su historia antes de lo que pensábamos, sin escuchar aplausos.
Pandoval. Así le puso el pueblo en la Venezuela beisbolera de la década pasada, celebrando la ocurrencia de Zito y cayendo a los pies del porteño.
Eran tiempos de entusiasmo y alegrías, que él tratará de reverdecer una vez más, aunque ya no sea esa estrella que empezaba a brillar con luz intensa y que definitivamente no pudo llegar a ser.
Ignacio Serrano
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