Pese a que en vida alternó fases de gloria con otras de ostracismo, la muerte de Nina Simone en 2003 abrió gradualmente una espita de reconocimientos que en 2015 engordó con la edición de documentales y del disco “Nina Revisited... A Tribute To Nina Simone”, una suma de éxitos interpretados por, entre otros, Mary J. Blige, Common, Gregory Porter, su hija Lisa y una Lauryn Hill que coprodujo junto con el pianista Robert Glasper. Salvador Catalán revivió en este artículo, en el que recomendó cinco de sus mejores álbumes, la esencia de una de las grandes de la música del siglo XX.
“Lamento no haber sido la primera pianista clásica de raza negra del mundo. Creo que habría sido más feliz. Ahora no lo soy”. Una emocionada Nina Simone (1933-2003) repasa el episodio decisivo de su vida en el documental “What Happened, Miss Simone?” (2015), dirigido por Liz Garbus y producido, entre otros, por su hija Lisa Simone Kelly: en 1950, y después de prepararse en la prestigiosa Juilliard School de Nueva York, el Curtis Institute de Filadelfia rechazaba como alumna a una Eunice Kathleen Waymon de 17 años, empujándola a cambiar los lujosos púlpitos de la música clásica por un mugriento bar de Atlantic City donde le exigieron que cantase para conservar el trabajo. Allí nació Nina Simone (Nina por “niña”, rescoldo de un novio latino, y Simone por la actriz Simone Signoret) “porque mi madre debía ignorar que tocaba y cantaba lo que ella llamaba la música del diablo”. No en vano, su infancia había transcurrido en una atmósfera de aislamiento, ensimismada en su piano y sellada por la segregación racial y la música religiosa.
Nunca sabremos si la decisión del Curtis Institute privó a la música clásica de una brillante intérprete de Bach, Debussy o Schumann, pero sí podemos constatar que dio alas a una voz inclasificable, creativa y rebelde a la vez que irascible, depresiva y siempre insatisfecha, que buscó preservar su identidad mientras encajaba en el mundo que la rodeaba. Misión imposible.
Sus comienzos fueron costosos y se auparon en el trabajo de su agente Jerry Fields, el mentor Max Cohen y el pinchadiscos Sid Marx, en su traslado de Filadelfia a Nueva York o en el salto de Bethlehem a Colpix, filial de Columbia. Cuando las puertas del Town Hall neoyorquino se le abrieron en 1959, promotores de prestigio como George Wein ya caían rendidos ante sus encantos: “Ella era distinta. Mezclaba la música folk con el jazz. Tenía una voz totalmente incomparable. Una voz femenina con la profundidad de un barítono. Esa profundidad, esa oscuridad, reflejaban el interior del alma de Nina y te conmovían de inmediato”. En 1960 llegarían el Newport Jazz Festival, escenario de su primera muestra de africanidad con “Flo Me La”, sus memorables directos en el Village Gate y la irrupción de Andrew Stroud, un rudo policía de Harlem que un año después se convertiría en su esposo y mánager para protegerla de todos... excepto de él mismo.
Tras su boda, Nina participó en la segunda edición del festival organizado en Lagos (Nigeria) por el AMSAC (American Society Of African Culture). En pleno período de lucha por los derechos civiles, sus amigos y poetas de Harlem, James Baldwin y Langston Hughes (autor de la letra de su “Backlash Blues”), habían estimulado su conciencia racial y panafricanista. Apareció entonces Lorraine Hansberry, una intelectual comprometida, próxima a Martin Luther King, quien la instruyó en la historia del pueblo negro. En contra de la opinión de Andy, Nina tomó partido en las tensiones raciales y su música se hizo eco de los sucesos que sacudieron a la sociedad norteamericana en 1963, como la Marcha sobre Washington o los asesinatos de Medgar Evers y las cuatro niñas negras en Birmingham. “Si hubiera podido escoger, habría matado”, diría años más tarde. “Mississippi Goddam” encarnó su furia, a la vez que se erigía en lema de una generación de activistas negros de diverso signo entre quienes se encontraban Malcolm X y Stokely Carmichael, hombre fuerte del SNCC (Student Nonviolent Coordinating Committee). Aquella tímida niña de Tryon se había convertido en una guerrera que huía del pacifismo alentando a su público a envenenar el agua y a quemar edificios.
“Moriré a los 70 porque después solo hay dolor”, pronosticó Nina Simone.
Su música también fue ganando en registros, dilatando un considerable bagaje compositor, abriendo sus fuentes (de influencias africanas a compositores europeos como Kurt Weill y Jacques Brel) y sedimentando su interpretación. La vertiente industrial no anduvo a la zaga y su relación con el holandés Wilhelm Langenberg, Big Willy, le abrió las puertas de su compañía, Philips, donde permaneció entre 1964 y 1966. Allí firmó algunos de sus mejores álbumes, compensando su usual formato de directo con una mayor incursión en los estudios. En aquel momento, Nina también comenzó a dar señales de desequilibrio personal a través de crisis mentales y tajantes cambios de actitud. La muerte de su amiga Lorraine la animó a tomar prestado el título de su obra “To Be Young, Gifted And Black” para convertirlo en un cántico revolucionario que se reforzaría con el asesinato de Malcolm X en 1965. Nina se había convertido, en palabras del crítico Stanley Crouch, en “la santa patrona de la rebelión”.
Pero, presionada por grabaciones y giras, se mostraba agotada y deprimida a la vez que incapaz de asumir su papel de madre. El aislamiento generó una radicalización tanto de su discurso político como de un antagonismo personal –“Four Women”– fomentado por el alcohol que desembocaría en un diagnóstico de bipolaridad. La “High Priestess Of Soul” asistía también a la descomposición del movimiento negro de forma pareja a la disolución de su compromiso político, aunque sin abandonar la protesta antibélica contra Vietnam. La ruptura de su matrimonio con Stroud la apartaría de su fuente de ingresos para hundirla aún más, lastrada por la muerte de su padre y su hermana y por el miedo de los promotores a contratarla. La irrupción del político Errol Walton Barrow, primer ministro de Barbados, en su vida amorosa surgió como un salvavidas en la tempestad, pero Nina no tardó en recaer en la soledad.
Asqueada, huyó a Liberia en 1974 junto a su hija y una amiga, la cantante Miriam Makeba, quien le había aconsejado: “Liberia es un buen punto de partida para todo afroamericano que quiera asumir su pasado histórico”. Allí fue recibida con honores y encontró un nuevo hogar hasta que se refugió en Suiza en 1976 buscando una mejor educación para su hija y condicionada por las convulsiones políticas que no tardarían en agitar al país africano. Arruinada y alejada del epicentro de la industria musical, Nina se mostraba extenuada en todos los sentidos. Un intento de suicido en Londres la puso al borde del abismo y tuvo que degradarse actuando en garitos de mala muerte. A su regreso a Estados Unidos, reclamada de nuevo por Stroud, las presiones del fisco frustraron su reaparición en el Carnegie Hall en 1977. De vuelta a Europa, la grabación del controvertido “Baltimore” (CTI, 1978) recompuso algo su figura de cara al gran público. Pero el daño estaba hecho y ni siquiera su estancia en París, entre la angustia y el frenesí, y Londres (con varios conciertos en el Ronnie Scott’s) ni la edición de “Fodder On My Wings” (Carrere, 1982) equilibraron su situación. Las crisis nerviosas, motivadas por su negativa a seguir el tratamiento médico, se repitieron entonces, mientras que una estancia en Nimega (Holanda) marcó cierta mejora, oxigenada por la elección de su “My Baby Just Cares For Me” por Chanel para su spot televisivo en 1987. Después de una década en el abismo, el éxito retornaba, aunque sin poder encubrir sus demonios, entre el miedo y la avaricia, inmersa en la batalla por redimirse de añejos contratos leoninos.
El precipicio afectivo y la duda también se mostraron en unas discutibles memorias, “I Put A Spell On You” (1992), firmadas en colaboración con Stephen Cleary. Su último álbum de estudio –“A Single Woman” (Elektra, 1993)– enfiló concluyentemente el rumbo del ocaso, envuelta en caprichos, depresiones e incluso episodios de violencia física. Instalada en el sur de Francia y debilitada por la medicación, su música se sostenía en su pasado y sus directos eran cada vez más esporádicos. Galardones y homenajes diversos –paradoja: también el del Curtis Institute– la arroparon en sus postreros años mientras una nueva generación descubría su música. Aislada por su mánager, Clifton Henderson, y devorada por el cáncer, Nina Simone fallecía en su casa de Carry-le-Rouet el 21 de abril de 2003, cumpliendo la profecía que dictó a su amigo Gerrit de Bruin: “Moriré a los 70 porque después solo hay dolor”.
PERLAS NEGRAS
Como resaltó el promotor George Wein, la obra de Nina Simone, que siempre dejó traslucir una formación de música clásica, mezcló el folk con el jazz para dejar volar libre su voz, totalmente incomparable: femenina, sí, pero con la profundidad de un barítono. Y desde esa profundidad, donde se reflejó la noche oscura del alma de Nina, entre el desequilibrio personal y su espíritu contestatario, florecieron sus canciones, que conmovieron y alertaron sobre su grandeza artística.
“Little Girl Blue”
(Bethlehem, 1958)
Secundada por un dúo de lujo –Jimmy Bond y Albert “Tootie” Heath–, Nina debuta desgranando de un tirón un guion dominado por transmutadas versiones hechas suyas: “Love Me Or Leave Me”, “Mood Indigo”, su primer éxito “I Loves You, Porgy” y el popular “My Baby Just Cares For Me” son redimensionados por una voz profunda y sensual, impulsada en un piano que jamás perdió su sensibilidad clásica.
“In Concert”
(Philips, 1964)
El primer disco de Nina Simone para Philips condensa su dimensión espiritual sobre un escenario, poseída por sus raíces africanas y distante de sofisticaciones precedentes. El simbólico “Mississippi Goddam” y una soberbia adaptación de “Pirate Jenny” –perteneciente a “La ópera de cuatro cuartos” de Weill, Brecht y Blitzein y, en sus palabras, “una canción llena de odio”– formulan un estado mental tan colérico como excitante.
“Pastel Blues”
(Philips, 1965)
En plena crisis personal, Nina firma un trabajo que armoniza su canto de pesimismo y desencanto privado –aquí se encuentran el tajante grito de “Be My Husband” y la conmovedora “Sinnerman”– con un mensaje racial simbolizado en “Strange Fruit” a modo de tributo a Billie Holiday. El “hermano blanco” y guitarrista Al Schackman la secunda en un trabajo más desnudo y confesional de lo que su contexto da a entender.
“Silk & Soul”
(RCA Victor, 1967)
La Nina preciosista y elegante se exhibe en la portada e interior de este delicioso álbum, abrigada por vientos y arreglos de Sammy Love en lecturas de “Cherish” y “The Look Of Love” (Bacharach), sin postergar sus poderosos vibrato y piano con “Love O’Love”. Pero ojo: Nina no olvida luchar y levanta el puño en “I Wish I Knew How It Would Feel To Be Free” y su turbadora “Consummation”, la canción preferida de Louis Farrakhan.
“‘Nuff Said!”
(RCA Victor, 1968)
Días después del asesinato de Martin Luther King, Nina se pregunta sobre el escenario de Westbury: “Why? (The King Of Love Is Dead)”. Su consternación se expresa en un documento que ajusta duelo y rabia desde su mismo título. Aunque otros conciertos –Village Gate, Carnegie Hall– anunciaron a una Nina en mejor estado de forma, la trágica tirantez y circunstancia de este directo agregan un plus imposible de igualar.
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