POR Hugo Prieto
Las paradojas que marcaron el siglo XX venezolano, alimentadas por el vaivén de los precios del petróleo, se convirtieron en incertidumbre. ¿O son las dos caras de una misma moneda? Uno de los hombres que mejor ha estudiado ese tránsito es Ramón Piñango*. El mito de Betancourt, como padre de la democracia, se atenúa hasta despojarlo del endiosamiento. Betancourt, un líder político, que supo crear y rodearse de equipos de trabajo disímiles pero capaces de ejecutar proyectos como la transformación de Guayana. Que supo derrotar la violencia política que la izquierda castrista desató contra una democracia naciente.
¿Dónde está el liderazgo en Venezuela? Por ahora, es una incógnita sin respuestas, pero hay movimientos que generan una expectativa favorable, sin llegar, advierte Piñango al optimismo que no interroga, que no increpa ni cuestiona nada. Expectativas favorables que, además, justifican el título de esta entrevista. Todos nos hemos convertido en una versión de Santo Tomás. Ver para creer.
Las élites, entendidas no como los hombres de dinero o los oligarcas, que aquí no hay, dice Piñango, sino como aquellos que sienten que tienen un deber para con los demás y actúan en consecuencia, han o hemos fallado, desde 1983. Y ahí es donde encaja la primera reflexión de Piñango, con un libro que se convirtió en espejo de nuestra sociedad. El caso Venezuela, una ilusión de armonía y una década después en una certeza, breve como toda verdad irrefutable: Un país sin líderes. Los vacíos de poder se llenan y no siempre para bien. Así como el liderazgo no necesariamente es virtuoso.
Más allá de cómo podamos ver al sistema de partidos políticos o de la dinámica propiamente política, ¿cuál es su impresión del país, de la sociedad venezolana?
Te está hablando una persona que nació a comienzos de los años 40, en un país en plena revolución. Viví y sentí la Venezuela del crecimiento, la que va entre los 50 y 70, en la que sucedieron cosas muy importantes: el derrocamiento de Pérez Jiménez para arribar a la democracia. El país de las oportunidades, desiguales, por cierto, pero que crearon en muchos, incluida la gente de menos recursos, la sensación y la convicción de que, efectivamente, Venezuela ofrecía oportunidades. Que teníamos como cierto un futuro mejor. Créditos en las entidades de ahorro y préstamo para construir o adquirir viviendas, para comprar artefactos para el hogar, para viajar. Recuerdo el eslogan de una cuña muy famosa: «Viaje ahora y pague después». El país de la emigración del campo a la ciudad, el crecimiento de las grandes ciudades, que comenzaba con casas muy precarias, ranchos de paredes de latas aplastadas, de restos de madera, de pedazos de zinc viejos y que poco a poco iban mejorando hasta ver lo que vemos ahora, casas con una infraestructura de concreto armado. Quizás con paredes no frisadas por fuera, pero entras ahí y lo que eran pisos de tierra muchas veces son pisos de cerámica, cocinas empotradas. Eso indica que fuimos mejorando cada vez más y más. Oportunidades para educarse, la cobertura de educación primaria llegó al 90 por ciento. En un lapso menor de 20 años, el número de instituciones de educación superior se multiplicó por ocho. Y, de repente, llegó el viernes negro.
Un verdadero tsunami, un deslave que produjo un cambio de expectativas instantáneo, un golpe tan fuerte que no pudimos asimilar.
Sí, una gran devaluación. Comienza entonces el desconcierto, la duda. Esfuerzos por rectificar. El Gran Viraje. El Caracazo. Sale el gobierno de Pérez. Comienzan los intentos de golpe de Estado. Y, al final del siglo pasado, un cambio político significativo. En los últimos 10 años, una caída bestial del Producto Interno Bruto. Hoy estamos en el reino de la incertidumbre. De no saber qué pasará. Una sola palabra expresa todo lo que estamos viviendo, inimaginable hace 20 años y mucho más en los años 60 y 70. Emigración. A finales de año, podría llegar al 25 por ciento de la población, actualmente estamos en 22 por ciento. Eso es duro y el mayor peligro que enfrentamos es la resignación.
Uno ve, a comienzos de los años 40, la conjunción de diversos sectores de la población venezolana alrededor de la idea de la democracia. Las cosas han cambiado radicalmente y la idea aglutinante no es la democracia sino lo que comúnmente llamamos el chavismo y en particular el gobierno del señor Nicolás Maduro, que tiene muy poco, por no decir nada, de democrático. ¿Cuáles serían las razones? ¿Necesidad, sobrevivencia, conveniencia?
Lo que hemos visto es desconcierto y el esfuerzo de algunos grupos para ver cómo salimos de esto de una u otra manera. Esos esfuerzos, hasta el momento, han sido fallidos. Han traído esperanza, pero después frustración. Muchos tienen la convicción de que estamos viviendo bajo un régimen no democrático, donde hay, en mi opinión, una carencia importantísima: la ausencia de árbitros institucionales creíbles. Cosa que no es nueva, pero se ha agravado en los últimos años. El gran árbitro de un país es el Tribunal Supremo. Una Asamblea Nacional. Instancias intermedias. ¿Para qué? Para que usted no pueda hacer lo que le da la gana. Un árbitro que pueda decir: te pasaste. Un CNE que no es confiable. Yo sostengo, y esto realmente me alarma, que lo que estamos viviendo es un vacío de liderazgo, no solo en el mundo político, sino en general, en instituciones, en organizaciones, de distintos tipos. Y eso me preocupa, porque la historia demuestra que los vacíos de liderazgo tienden a ser llenados. Y no siempre de manera feliz. Para mí el caso emblemático es el de Alemania. Después de la derrota de la Primera Guerra Mundial y el desastre de la República de Weimar, en medio de una hiperinflación terrible y un gran desconcierto. De ahí emergió el nacionalsocialismo. Desde el punto de vista de la efectividad del liderazgo, Hitler obtuvo muchos de sus objetivos, pero su liderazgo era para el mal. El Koki era un líder, sabía unir en muchos sentidos. Pero el liderazgo no es necesariamente virtuoso. Hitler no lo fue, pero era un líder efectivo.
¿Qué sugiere la situación que estamos viviendo? ¿Qué reto nos propone para impedir el vacío de liderazgo? Esta sensación de no saber qué hacer, de incertidumbre muy marcada, podría conducirnos a una situación inédita muy peligrosa.
Hay que integrar equipos de trabajo. Yo no creo en líderes individuales, en dioses, magos, en demiurgos. La gente habla del gobierno de Betancourt, pero Betancourt no lo hizo solo. El programa de Guayana, por ejemplo, era un equipo de trabajo alrededor de Alfonzo Ravard. Igual en PDVSA. Líderes capaces de integrar equipos de trabajo, no solamente en los asuntos políticos, sino en las cuestiones administrativas. Y eso no lo tenemos actualmente. Lo vimos con el manejo de la pandemia. El Gobierno decía una cosa, el colegio médico decía otra, y por ahí aparecieron otras organizaciones que también decían otras cosas, pero nunca vimos un gran pronunciamiento público, de 40 o 50 organizaciones, políticas o no políticas, exigiendo un programa de vacunación. Nunca lo vimos. Cada quien por su lado. ¿Qué nos pasa? ¿No somos capaces de coordinarnos para algo de gran interés público? Algo que nos afecta a todos, chavistas y no chavistas. Un gran reto del liderazgo es luchar contra la resignación. Hay gente que está luchando en ese sentido y lo que me impresiona en estos momentos son las expresiones concretas de solidaridad con los más necesitados. He visto como Fe y Alegría sigue trabajando, sin cejar en su esfuerzo. Pero mi gran temor, repito, es llenar este vacío de liderazgo y que lo llenemos bien.
La resignación se ha convertido en un virus contagioso, ni siquiera en la intimidad hay obstáculos para impedir que esa emoción nos arrope.
Hay una frase que, en poquísimas palabras, lo dice todo: “Eso es lo que hay”. Vas al abasto y ves unas papas medio feas… Eso es lo que hay. Escuchas hablar de los políticos… Pero eso es lo que hay. Y así, en muchos sentidos.
Si vas a sacar un pasaporte…
…Y tienes que esperar tanto tiempo… ¡Eso es lo que hay! Lo tomas o lo dejas.
¿Adónde nos lleva esa actitud, tan extendida en el estado de ánimo de la gente? Esa pasividad con que presenciamos el crecimiento de la pobreza y el deterioro de las condiciones de vida.
No sé si por qué hago mi calistenia de optimismo, o trato de hacerla, y por qué veo gente, aquí y allá, que sigue luchando, pero creo que cada quien tiene que hacer algo en su ámbito. En mi caso, enseñando, dando unas charlas, leyendo, tratando de entender lo que está pasando. Recientemente creamos la Cátedra de Liderazgo Responsable -convenio entre el Dividendo Voluntario para la Comunidad y el IESA-, hemos estado trabajando en eso. Y me llama la atención que la gente quiere más y pide más. Gente que se ha quedado en el país. Yo no tengo nada contra el que se ha ido, al contrario. No hay ninguna razón para criticarlos o estigmatizarlos, sino más bien crear o establecer redes para que se mantengan vinculados con el país y ayuden a transformar las cosas, cuando llegue el momento. Además, vivimos en medio de un vacío institucional tremendo y esto ha dañado muchísimo a las organizaciones, ya sea por razones económicas o por presiones políticas. Hay miedo en el país. Lo vemos a diario en la lucha por los derechos humanos, por ejemplo, hay amenazas, pero la gente sigue luchando. Me parece admirable y tenemos que apostar por eso.
Ha hablado de dos vacíos. El vacío institucional y el vacío de liderazgo. ¿Qué nos ha llevado a esta situación? ¿La represión? ¿La diáspora?
Son muchos factores. Reconozcamos que la situación es compleja. Es fácil predicar, ¿pero métete en la política? No es fácil. El papel de uno, desde lejos, es observar, comentar, pero sin ánimo de despotricar. Este trabajo requiere tiempo y también, insisto en ello, mucha creatividad, trabajo en equipo, pero no para integrar a cinco o seis personas que piensan como yo. Eso es pagarse y darse el vuelto de una vez. ¡Ah, te la estás comiendo, Ramón! No, así no es. ¡Estás equivocado, Ramón! Eso es lo importante. Integrar a un grupo que tenga distintos puntos de vista, que puedan ayudarte, a ti o al grupo, a darte cuenta de que no tienes la razón. Equivocarse, en cualquier acción es lo más normal, pero lo importante es que alguien te diga: así no es, date cuenta de estos datos o de lo que pasó. Y que uno pueda rectificar a tiempo. Esa es una actitud fundamental del liderazgo. Ser capaz de identificar errores y rectificar a tiempo. Pero para eso necesitas gente que te ayude.
Gente que piense diferente a ti.
Que, compartiendo distintos objetivos y valores, sean capaces de identificar una acción, unos planes, una estrategia común. Eso está súper demostrado, incluso en el mundo empresarial.
Esa ausencia de liderazgo la vemos en la política.
No voy a decir nombres, pero aquí hay gente que dijo que iba a realizar una acción política y no lo hizo, y llama la atención que no dieron una explicación. Ninguna. Lo que mina la fuerza del liderazgo es la incoherencia entre la palabra y la acción. Entre lo que dices y lo que haces.
¿Ese desgaste? ¿Esas continuas promesas que no se concretan? ¿Qué nos dicen?
Eso va creando escepticismo en la gente. Ahora, cada vez más, ver para creer.
¿Hay alguien o algo que demuestre que hay una rectificación?
En estos días estamos en una época de búsqueda, digamos, de quién sería el candidato para las elecciones de 2024. Los aspirantes abundan. ¿Tú no eres candidato? A lo mejor lo eres y yo no me he dado cuenta. Cada día aparece uno nuevo, hombre o mujer. No se ha encontrado un mecanismo para escogerlo. Sean primarias u otro método. No lo sé. Pero, además, con una propuesta de qué hacer. Para mí, un punto fundamental es exigir con toda la fuerza, con toda la presión nacional e internacional, que existan árbitros confiables, porque lo que hemos vivido, desde hace años, es un proceso de desinstitucionalización del país. ¿Qué es una institución? Ya no lo sabría explicar. Una institución es un conjunto de prácticas acordadas, formal e informalmente, que se aplican para enfrentar los problemas de una sociedad. Un semáforo, para poner un ejemplo. No es un aparato. Los semáforos llegaron a Venezuela en los años 30 y aprendimos todos, desde pequeños, que cuando hay luz verde, aceleras; cuando hay luz amarilla, reduces la velocidad y cuando hay luz roja, te paras. En Caracas, hay semáforos que no funcionan, pero me llama la atención cómo hemos aprendido a negociar. Pasas tú, paso yo. Un semáforo, que por largo tiempo no funcionó, es el que está entre la avenida La Salle y la Andrés Bello, es un punto donde puedes girar en varios sentidos. ¿Qué hizo la gente? Negociar y, en realidad, hubo pocos accidentes. ¿Por qué? Porque hay una noción de institución. Que, de hecho, ahora funciona.
Otra pregunta para la cual no parece haber respuesta, es ¿cómo tomar decisiones? No somos capaces de interrogarnos acerca de los asuntos públicos. ¿Hemos renunciado a enfrentar los problemas del país?
Supongamos que hay un cambio de Gobierno hacia algo mejor. La situación que se va a enfrentar es gravísima, porque las necesidades son tremendas, visibles, como nunca en muchísimas décadas y los recursos son muy escasos. Hay que establecer prioridades, un hecho económico tan simple como ¿dónde voy a gastar? ¿O dónde voy a invertir? Por ahí, muchos van a decir. No es A, es B. ¿Cómo decides? Un ejemplo, las necesidades de la educación superior son tremendas, tremendas, pero las de la educación básica no son menos. Entonces, ¿cómo decido? ¿Por el que tenga más capacidad para gritar? Los profesores universitarios se quejan por los sueldos que tienen, por supuesto, son excesivamente bajos, ¿y los maestros de primaria? Realmente, yo admiro que haya alguien que dé clases en este país. Tenemos que superar los vicios del pasado. En Venezuela siempre se ha considerado que un profesor universitario tiene que ganar más que un maestro de primaria. ¿Por qué? Hay que cuestionar lo obvio. Afortunadamente, llegó el momento en que hay que resolver esa cuestión. Hay ciertas élites que admiran el sistema educativo de Finlandia o el de Japón. ¡Qué maravilla de educación primaria! ¿Tú no has visto cuánto gana un profesor de primaria en Helsinki o en Tokio? Pero eso viene desde muy lejos y cuando yo hacía esas preguntas, hace tres décadas, me miraban como si fuese un bicho raro.
La pobreza es una decisión política. Los señores de los partidos políticos, en el Gobierno o la oposición, se reúnen y deciden cuánto gana un maestro de escuela.
No solamente los políticos, sino las élites del país. Tú y yo somos parte de las élites. No solamente la gente de plata o los aristócratas, que aquí no hay o uno cree que son. Élites en el sentido de Ortega y Gasset, que sienten que tienen un deber hacia los demás. Esa convicción -de tener un deber hacia los demás- es lo que hace a una élite que opere como tal. Las élites están fallando. Y la pregunta del momento es: ¿están a la altura de las exigencias actuales? No lo sé. Me gustaría que la respuesta fuese sí, pero no lo puedo decir con seguridad.
Usted escribió un artículo en los años 90: “Un país sin élites”. Han transcurrido 30 años, aunque podríamos señalar el año 83, cuando empezó la incertidumbre. Fue un campanazo, pero no supimos o no quisimos ver las señales de alerta, mientras se agravaban los problemas.
El chavismo llega al poder para llenar un vacío. Por las fallas anteriores de las élites. Eso es así.
Al parecer se está formando una nueva élite, amparada bajo la sombra del chavismo, de acuerdos y alianzas entre sectores que alguna vez fueron antichavistas y ahora no lo son tanto. Es lo que uno oye. No sé si es un giro o una composición diferente, ¿le suena?
Yo lo que veo es eso, como si hubiese una transformación, pero todavía es muy temprano para afirmarlo con seguridad. Pero lo que creo es que hay gente que, desde su ámbito, trata de hacer algo.
¿Son cambios en función de los intereses del país o simplemente para hacer negocios?
Hay muchas cosas. Esto es un sálvese quien pueda. Pero yo insisto en lo que veo, manifestaciones de solidaridad y apoyo, en las iniciativas positivas. No en la magnitud o la densidad que a uno le gustaría, pero pareciera que en estos últimos tres años, no más, hay cierto ambiente que no logro precisar para decir está pasando esto o aquello. No puedo decirlo con precisión.
2017. Creo que ese año tiene un nexo con 1983, hubo una gran escisión social y política, y las manifestaciones, ahora imprecisas, arrancan hace dos o tres años.
Hay una recomposición, pero sin saber hacia dónde vamos con claridad. Yo prefiero esta situación que la de hace tres años. Pero no puedo decir con certeza hacia dónde vamos. ¿Decirte que estoy lleno de optimismo? No. Y si alguien me lo dice… cuéntame. Pero sí, tengo mejores expectativas que hace tres años.
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*Licenciado en Sociología. Universidad Católica Andrés Bello. Doctor en Educación por la Universidad de Harvard. Maestría en Sociología por la Universidad de Chicago. Expresidente del IESA. Autor de libros y capítulos en libros (20), articulista de diversas publicaciones. Recientemente fue incorporado como Miembro Honorario de la Academia Nacional de Ciencias Económicas. Especialista en Comportamiento Organizacional, con particular énfasis en liderazgo, la relación entre las organizaciones y su contexto social y cultural, la resiliencia organizacional en entornos adversos y empresas familiares.
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