Federico A. Jovine Rijo
Parecería que los bárbaros están a las puertas. No sería la primera vez, pues la historia tiene la extraña manía de repetirse, pero si sería un buen momento para preguntarse ¿cómo llegaron hasta aquí?, o mejor dicho, ¿por qué no hicimos nada para evitarlo?
Vivimos en una sociedad distópica en la que el futuro lejano se proyecta sobre un presente inmediato; un espejo que refleja las contrariedades culturales de dos modelos antagónicos que siempre han coexistido y que en los últimos años se separan: el mundo de la élite y su aspiracional proyectado y, la otra realidad, la de la masa, esa que una vez fue rural y que el modelo económico vigente la cambió a urbana, periférica, residual, desechable…
Mientras la visión patrimonial se proyectaba en códigos que mantenían a la sociedad jerarquizada, no había problemas: la élite en sus clubes, sus colegios, sus espacios de ocio y sus palmillas… el resto en donde le tocaba estar, sobreviviendo como pudiera hacerlo; y esta dinámica social se reflejaba en lo político a través de propuestas electorales identificadas con el modelo dominante, en el que la estructura clientelar -con sus redes y dependencias- imponía la opción de su preferencia.
Quizás todo habría aguantado más, de no ser por externalidades que en poco tiempo han erosionado las bases mismas de la estructura de dominio, cuestionando su eficiencia y acelerando la movilidad social, y esto no solo se traduce en ocupación y coexistencia de espacios y proyectos, también conllevará empoderamiento, conciencia de clase/grupo y una movilización que en algún momento se reflejará en aspiracionales políticos, consecuencia y razón de ser de toda democracia.
Esto ha pasado antes, sin dudas, pero no a un nivel cualitativo y cuantitativo y en una escala de tiempo que desborda la capacidad de asimilación y absorción de la élite hacia los nuevos intrusos. El resultado será diferente: ante el más rotundo fracaso de la clase política y económica en satisfacer sus necesidades más urgentes, una población muy joven, poco instruida, totalmente acrítica y ausente del proyecto dominante de poder, inevitablemente no solo buscará nuevas formas de expresarse y comunicarse, también de organizarse a través de sus reglas y sus representantes.
Así las cosas, en poco tiempo la clase política tradicional se verá enfrentada por proyectos que si conectarán con ese universo mayoritario de condenados de la tierra, y será desplazada por él. Al fin de cuentas, nadie cuidó de las puertas, o quizás, vistos los hechos, los bárbaros sean otros.
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