POR Hugo Prieto
Todo periodista de raza tiene una historia que contar sobre la historia que publicó en un periódico o en una página web. Son historias que giran alrededor de situaciones límites o personajes con mucho poder. Son llamativas, de alto impacto; impregnadas de peripecias, de exploraciones en el terreno e indagaciones que, comúnmente, apuestan a un titular en primera plana.
Ben Amí Fihman*, editor y director de la desaparecida revista Exceso, “una nave de locos” en la que participó por poco tiempo quien esto escribe. Decidió echar el cuento detrás de sus entrevistas a venerados personajes de la literatura: Jorge Luis Borges, Emil Ciorán y Basher Singer. La búsqueda de Borges, además de divertida, es una crónica en el que participaron los exiliados cubanos que se afincaron en Nueva York. Allí conoció “al poeta, más que a la poesía”: Juan Sánchez Peláez, cuya presencia se deja ver en todos los capítulos del libro, titulado Caza Mayor. También conoció a la esposa de Juan, Malena Coelho, una mujer culta, encantadora, cuya vida se apagó recientemente en Buenos Aires.
De Sánchez Peláez estamos celebrando su centenario. Habría que incorporar a Malena, ¿no? ¿Casualidad o juegos del destino?
Pero dejemos que Fihman nos hable de las interioridades de Caza Mayor.
Su libro gira alrededor de tres personajes, pero también de varias ciudades, de la memoria y de su enfermedad, un cáncer raro que superó. Combina, además, entrevistas, crónicas y comentarios. Hay algo experimental en su escritura. ¿Es un libro transgenérico? ¿Diría que es propiamente una novela?
No, diría que es un descanso en relación a las dos novelas anteriores y a una tercera que permanece inédita. Con este libro me di un descanso, sin saber exactamente lo que pretendía hacer. El estímulo viene, en parte, de una nota necrológica que escribió un periodista colombiano sobre Ricardo Piglia. Él cuenta allí que descubrió en Respiración Artificial (el libro de Piglia) las citas no reconocidas de la entrevista que le hice a Cioran. Me lancé con este libro que, además, tiene como elementos fundacionales otras dos entrevistas, uno de ellas a Ciorán y otra inédita a Bashevis Singer, que coincidió con un regreso a Venezuela, en medio de una convalecencia y un agotamiento. Quizás por eso nunca la publiqué. La de Ciorán, que nunca apareció completa, finalmente la incluí íntegra en este libro.
De alguna manera, estos tres entrevistados —personajes del Olimpo por quienes usted sentía una admiración—, terminan siendo héroes con pies de barro. Seres terrenales. Esa admiración, digamos, se disipa.
En el caso de Borges era una veneración. En efecto, hay un cambio entre la idea que me había hecho de cada uno de ellos y la imagen final que me hago, después de la confrontación. Pero fue algo que me marcó. Quizás es una estupidez, pero creo que lo saben todos los escritores. En una ocasión le pregunté a Salvador Garmendia, qué le parecía Fuegos bajo la luna de Carlos Noguera. Y me dijo, desde el punto del lenguaje es un lujo. Me gustó mucho. El único defecto es que los personajes no cambian de principio a fin de la novela. No lo olvidé, aunque me lo dijo en un encuentro banal, creo que en un coctel. Lo recordé mucho al escribir estas semblanzas, estas entrevistas que incluyo en el libro.
Como lector, le voy a dar mi impresión. Cuando Borges visita Caracas, Ben Amí Fihman vuelve a ser Ben Amí Fihman. El crítico que, a través de Los cuadernos de la gula, describe a la sociedad venezolana de las décadas de 1980 y 1990. Una sociedad adicta al bonche, al jolgorio y al whisky de 12 y 18 años. A Borges le dispensan un trato como si fuera Mick Jagger.
Lo que traduzco en el libro, en el fondo, es la impresión que me causó esa visita de Borges. Que fue exactamente lo contrario a la impresión que me llevé cuando lo entrevisté en el local “La librería”, que regentaba Marta Fernández en Nueva York. De una figura trascendente, una especie de Homero, que aterriza en el siglo XX, a un viejo caústico en ese momento. El humor de Borges era filoso, terrible, contundente. Inclusive cuando se refería a autores venerables. En su propia literatura, él juega con eso. Ver a Uslar Pietri, el hombre más culto de Venezuela en aquel tiempo, alabar a Borges por razones equivocadas: decir que Borges era un “humanista”, cuando era cualquier cosa, salvo un humanista. Más bien era un iconoclasta que practicaba un humor inglés a la manera de Wilde o Bernard Shaw. En fin, Borges era todo salvo un ilustre académico. El sólo hecho de que Borges haya exigido que lo llevaran a ver unos toros coleados —una condición que, al parecer, impuso para aceptar la visita a Venezuela—, es la prueba de que se tomaba los honores con mucho humor. ¿Cómo un ciego va a ir a ver unos toros coleados? Se contentó con escuchar la descripción que le hizo María Kodama. Sació una curiosidad. Creo que él debió conocer la existencia de los toros coleados por la autobiografía de (José Antonio) Páez o en uno de los libros que él escudriñaba en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Todo el mundo se tomó en serio su visita, menos Borges. Hay un contraste entre el Borges que fue a Nueva York para dar una conferencia ante un auditorio repleto de lectores borgianos y el Borges que paseó por Caracas, una ciudad frívola, enriquecida, embelesada por la inauguración del metro de Caracas y el complejo del Teresa Carreño.
¿Qué puede decir de su cubanía? ¿De ese grupo de exiliados con que se veía en Nueva York?
La presencia de ese grupo de exiliados —Orlando Jiménez Leal, Jesse Fernández, Juan Arcocha, Natalio Galán, entre otros— es muy fuerte en el libro. Constituyeron un círculo protector contra la soledad. Me sirvieron de guardia imborrable durante tres años. No por nada en la portada de Caza Mayor aparece Arcocha en primer plano, la foto es de Jesse Fernández. Pero sí, estaban marcados por eso que tú llamas la cubanía. No era eso lo que nos juntaba, te aclaro, sino una extraña amistad de marginados, a la que se agregó luego Juan Sánchez Peláez, que, en 1969, después de que lo sacaran de Radio Nacional, quedó realengo en Nueva York, indefenso; y si no hubiera sido por Malena, su mujer, forzado a volver desempleado a vivir con su mamá en La Pastora, cosa que lo horrorizaba.
La escena que describe, en la que se juntan sus amigos para comentar las respuestas de Borges, o mejor dicho sus salidas en esa entrevista, es realmente melancólica. El grupo de amigos se disolvió. ¿Mantiene contacto con alguno de ellos?
Me reuní en enero de este año con Orlando Jiménez, el director de Conducta Impropia y Súper, festejamos los 60 años de exilio. Allí fui testigo de la dureza del exilio y del exilio asumido como un dolor, como una herida. Me acordé de una reunión anterior que tuvimos en un cuarto que Orlando Jiménez tenía alquilado en el Hilton de Nueva York. Allí casualmente estaba Fausto Masó, quien dijo: ¿Por qué vamos a seguir dándole vueltas a esta cosa? Un exiliado es un tipo al que le falta una pierna, todos nosotros somos cojos. Para mí fue una revelación, porque yo venía de la Universidad Central, en la que se escuchaban los discursos de Fidel transmitidos por Radio Habana. Venía de esa Venezuela revolucionaria. Sin ir tan lejos, yo fui alumno, pero también amigo de Orlando Araujo, quien se ve reeditado por este gobierno. De pronto, me topo con unos tipos exiliados de Cuba. Jesse Fernández, por ejemplo, había sido fotógrafo personal de Fidel Castro, por un año o unos meses. Prácticamente, vivía con Fidel. Y esa gente me dio una versión distinta del proceso cubano a la versión heroica que uno escuchaba en la UCV.
La versión que sigue siendo la misma que tiene buena parte de la izquierda latinoamericana.
Puede ser. Me cuenta Jesse, que estuvo con Fidel en el viaje que hicieron, supuestamente, para encontrar la avioneta en la que se estrelló Camilo Cienfuegos, que Fidel se pasó tres días en una hacienda viendo los canales de la televisión de Miami y preparando unas espaguetadas en las noches. Su actitud era completamente indiferente. Es la versión pícara de Fidel.
Versión que corrobora Cabrera Infante en Mea Cuba.
El viaje en avión fue después de la pesquisa que se hizo en la hacienda para localizar la avioneta en la que habría muerto Camilo Cienfuegos. Sí, lo cuenta Cabrera Infante, Fidel hacía chistes en el avión, pero al bajar por las escalerillas para darle el pésame a los padres del héroe caído, los abraza compungido y a punto de echarse a llorar. Son cosas que marcan ¿verdad? De ese grupo de amigos, a Arcocha, por ejemplo, le debo haber leído a Isak Dinesen, la autora del Festín de Babette. A Jesse Fernández haber leído a Paul Bowles. Vi, en compañía de Orlando Jiménez, películas del director francés, Claude Chabrol o de Godard. A ellos les debo mucho. Orlando salió desterrado de Cuba, después de “P.M”, un cortometraje que trata sobre la vida nocturna en el puerto de La Habana. En el mundo estaban pasando cosas, la guerra de Vietnam y la crisis de los misiles. A raíz de ese corto, Fidel Castro dictó la pauta al mundo de la cultura con aquella frase: Dentro de la revolución todo, fuera de la revolución nada. Lo traigo a cuento porque el día que celebramos los 60 años del exilio, Orlando me dijo: Mi memoria se paralizó el día que yo salí de Cuba. Eso es tremendo, ¿no?
No podemos dejar por fuera a un personaje que no mencioné en la lista: Juan Sánchez Peláez.
Juan está en todos los capítulos. Es un hilo conductor de mi libro.
¿Quién fue Juan Sánchez Peláez para Ben Amí Fihman?
Un amigo en común, Luis José García, decía de Juan que era como Sócrates: un corruptor de menores. A la manera de Sócrates, a quien le reprochaban haber corrompido a la juventud. Juan me dio licencia no para matar sino para pecar. Esa es la clave, además, en un momento crucial para mí en Nueva York (1868) más que con la poesía, me encontré con el poeta. Días después de haberlo conocido, le comenté a Michelle Ascencio y a Miguel Vaisman: Por primera vez en mi vida conocí a un poeta. Juan me asombró mucho. La manera lenta de mirar, de caminar, de quedarse pensando antes de responder, de citar un verso, de manera absolutamente acertada para describir algo que estaba ocurriendo en ese momento. Fueron un par de meses en Nueva York que me marcaron. Después nos hicimos muy amigos y tuvo mucha influencia a lo largo de mi vida. Malena Coelho de Sánchez Peláez fue la primera correctora de Exceso y eso no fue casualidad.
Vamos a la larga entrevista que le hace a Emil Ciorán en París, donde el autor de Breviario de la Podredumbre se instaló después de salir de Rumanía. Pasan los años y se devela la participación de Ciorán en la Rumanía fascista. Un escándalo mundial. El tema es parte de la semblanza. Ciorán, el escéptico por antonomasia miente en la entrevista cuando dice que no ha trabajado… como si escribir fuera cantar y coser. ¿Qué balance haría de esas dos imágenes de Ciorán?
Descubrir ese pasado, del que tenemos pocos detalles, lo habría hecho más apasionante, me refiero al encuentro con Ciorán. A lo mejor habría no devaluado su obra sino le hubiera dado un sesgo imperceptible. Si le añades estas sombras a esos textos, pues puede que cambien, pero la perfección es tal que echa por tierra ese pasado, vamos a decirlo así. Aunque algunos justifican el cambio de idioma —del rumano al francés— por ese cisma que se produjo en Ciorán, una vez que se dio cuenta de lo que había cometido. Pero hay algo más en la verdad de Ciorán, creo que se comprueba al cotejar sus diarios, son mil páginas y no está todo porque hay otro paquete que iban a echar a la basura y un vendedor ambulante lo rescató, en los que hay bocetos, borradores, de lo que luego él convierte en ensayos o en aforismos. Hay una coherencia tal, que no es creíble que lo que él publicó haya sido una impostura o un esfuerzo para conseguir, ante sí mismo, una especie de absolución.
Digamos entonces que se trata de un hombre que vivió dos vidas.
Sí y no. Lo más enigmático es por qué un hombre con tal horror por la acción se dejó arrastrar, precisamente, por la acción en esa Rumanía del comienzo de la Guerra. En los libros que él publica inicialmente encontramos el mismo tono de sus obras posteriores, Ciorán lo dice en la entrevista, pero también es verdad que hay un libro de ese pasado –La transfiguración de Rumanía– que no se conoció en Francia sino mucho después, en el cual hay capítulos francamente antisemitas, por ejemplo. Así que sí hubo un reconocimiento, interior, personal, de que él se había equivocado. Inclusive en lo que él escribió entonces. Creo que esos pecados de juventud pesaron en Ciorán internamente.
Supongo que la edición de la entrevista fue de una gran dificultad. ¿Diría que fue un trabajo arduo? ¿Digamos la búsqueda de la coherencia, de la fluidez y el ritmo adecuado?
Hay dos versiones de esa entrevista, en el libro aparece el texto integral, pero la que apareció en Papel Literario de El Nacional y en la revista Eco estaban sujetas a un número específico de palabras. En esa época yo llevaba una vida como un libertino del siglo XVIII, una vida atropellada y en medio de esa vida, en la que estaba integrado a Bogotá como funcionario de la embajada de Venezuela, hice en Paris la entrevista en un viaje de vacaciones. Cuando le pregunto a (Luis Alberto) Crespo (director del Papel en ese momento) de cuánto espacio disponía, me asaltaron las dudas, porque yo tenía mucho material (tres casetes). Además, estaba el compromiso con Ciorán y con la calidad del material de lo que estaba dicho allí. Yo soy el secretario de mis sensaciones, por ejemplo, es una frase que dice Ciorán en la entrevista. Esa frase la encontré en uno de sus libros, posterior a nuestro encuentro. Y además la destaca George Steiner, en uno de sus escritos contra Ciorán. La frase la encontré como borrador en los diarios. En ese momento era una frase inédita. Salió publicada por primera vez en El Nacional y en Eco y quien quiera verificarlo sólo tiene que consultar la hemeroteca. Esa prenda la tenía en la mano. Un tesoro que Piglia saqueó en su novela Respiración Artificial. Durante esos meses, en los que vivía a 100 por hora, organicé la primera exposición de fotografías de Jesse Fernández, en el Centro Venezolano de la Cultura. Por esa exposición desfiló media Bogotá. (Mucho después, el Reina Sofía organizó una gran exposición de Fernández en Madrid)
Tengo la impresión de que Basher Singer, el escritor que completa la trilogía, lo citó para cumplir con una obligación. Usted le propone varios temas, pero no muestra ni entusiasmo ni deseos de responder a sus preguntas. ¿Estoy equivocado?
En el texto yo confieso mi decepción por la conversación que acababa de sostener con Singer. Lo contrario de Ciorán o de Borges, que resultaron entrevistas muy ricas. Pero el viejo Singer tenía una cierta picardía judía. No sé si eso se trasluce allí, pero hubo risas producto de sus respuestas. También influyó que él estaba saliendo, al día siguiente, para la Florida. Creo que me atendió por obligación, esa obligación que impone el Nobel. Además, aunque Singer no era religioso, era un día sábado, que no se debe trabajar.
¿No cree que con otra disciplina, sin las ocupaciones de un empresario de la noche, o incluso, las de editor y director de una revista como Exceso, su trabajo como escritor hubiera tenido otro destino?
No me arrepiento, ni renegaría nunca de Exceso, que fue la empresa de mi vida. Ahí sí es verdad que yo me jugué el pellejo.
Finalmente se afincó en Paris ¿No extraña nada de Caracas o de Nueva York? ¿Lo vive como un exilio?
Mi regreso a París no lo califico de exilio. Y del término diáspora hemos abusado, cuando hay pueblos que tienen dos mil años de diáspora. Creo que la diáspora venezolana debería ser más modesta. El éxodo masivo es otra cosa, diría que es bíblico. De un gran sufrimiento, basta ver lo que ocurre en el Darién. No comparo el exilio venezolano a lo que yo vi en Nueva York con los cubanos. Celebrar los 60 años de exilio con Orlando Jiménez Leal, en enero de este año, te da una dimensión distinta. En Cuba hubo paredón. No estoy diciendo que la situación de Venezuela sea fácil, para nada. Pero en Cuba salías para no volver y con lo que llevabas puesto. Aquí (en los primeros años del chavismo) podías usar una tarjeta de crédito y hasta el día de hoy puedes vender tus bienes. Entonces, soy muy cuidadoso con el tema del exilio.
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*Escritor
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