"¿Cuál es el origen de esto? La perversidad natural del género humano. Si ésta no existiera, si fuésemos honrados, intentaríamos que la verdad saliera a la luz en todo debate, sin preocuparnos de que ella resultara conforme a nuestra opinión o a la de otro, lo cual sería indiferente o, en todo caso, de secundaria importancia. Sin embargo, tener la razón se convierte en lo más importante. Nuestra vanidad congénita, especialmente susceptible en la capacidad intelectual, no quiere aceptar que lo que sostuvimos como verdadero resulta falso, y que lo verdadero sea lo que sostuvo el adversario. Por consiguiente, cada uno sólo debería preocuparse de formular juicios justos, y primero debería pensar y después hablar. Pero la mayor parte de las personas, unen a su innata vanidad la incontinencia verbal y una innata falta de probidad. Hablan antes de pensar y, cuando después se dan cuenta de que su afirmación es falsa y no tienen razón, pretenden que aparezca como si fuese a la inversa. El interés por la verdad, que debería ser el único motivo para sostener lo mantenido como verdadero, cede por completo ante la vanidad. Lo verdadero aparece como falso y lo falso como verdadero".
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