José Virtuoso por Roberto Mata | |
POR Tomás Straka
La muerte, como una bestia hambrienta, se abalanzó sobre José Virtuoso. No tuvo ningún tipo de compasión: en cosa de meses se esparció por su cuerpo en la forma de un tumor, devorándolo incluso antes de lo que temieron los peores pronósticos. Todos, hasta quienes vimos su vertiginoso deterioro, quedamos atónitos. La noticia nos sorprendió una mañana, haciéndonos sacudir la cabeza, como quien busca desperezarse de una pesadilla. Y todos, al mismo tiempo, lo lloramos por igual. Quienes fuimos colegas y amigos, sus alumnos y ex alumnos, el clero, su feligresía, la sociedad civil, el chavismo y la oposición, la Venezuela de adentro y la de la diáspora. El concurrido sepelio, al que llegaron autobuses con personas de todo el país, fue un ejemplo de unanimidad en una sociedad que lleva décadas dividida. Fue la prueba de cuánto valora lo que, por encima de todas las cosas, encarnó el hombre que acaba de bajar al sepulcro: una vocación de ciudadanía ante la que se reclinan hasta las banderías más enconadas.
El ciudadano José Virtuoso estuvo en el núcleo de todo lo demás que fue: el cura de almas José Virtuoso, muy preocupado de su grey; el jesuita, el investigador social, el politólogo, el activista, el historiador, el profesor que no dejó de dar clases nunca, ni siquiera cuando llegó al rectorado; la máxima autoridad de la Universidad Católica Andrés Bello, desde la que promovió tantas iniciativas para comprender y hablar al país. Para forjar y hacer efectiva la ciudadanía, para construir república, democracia y libertad. El ciudadano José Virtuoso mostró su vocación cuando estuvo al frente del centro Centro Gumilla, un ente de investigación social de la Compañía de Jesús. Lo mostró en las angustias y análisis de sus artículos en SIC, en los proyectos de investigación que promovió y acunó, en la Revista de Comunicación, que también edita el centro, en el vasto y reconocidísimo proyecto de renovación urbana del barrio Catuche. Lo volvió a mostrar una vez más cuando estuvo entre los fundadores de la Asociación Civil Ojo Electoral, específicamente destinada a fortalecer uno de los ejercicios ciudadanos esenciales en las democracias: el voto y su efectividad. Lo estuvo en la fundación del Frente Amplio, que buscó una alianza de factores sociales, tan extensa e inclusiva como fuera posible, para allanar una solución a la crisis venezolana. Lo estuvo en cada una de las infinitas ocasiones en las que lo requirió la prensa. Lo estuvo en la cátedra y en el púlpito.
Pero de todas las instancias en las que ese ejercicio múltiple de ciudadanía se expresó, la más emblemática fue la de rector de la Universidad Católica Andrés Bello. Cada una de sus facetas –la de jesuita, la de profesor, la de investigador, la de promotor social- se integró en el reto de dirigir una de las universidades más importantes de Venezuela, durante uno de los momentos más difíciles de su historia. Quien escribe se acuerda de un momento en particular para ilustrar lo que representó ese bregar: se inauguraba Virtuoso en el rectorado de la UCAB, con todo lo que esto representaba después de la estela dejada por la gestión de Luis Ugalde; y sin tiempo para aclimatarse al nuevo cargo, estalló el conflicto de la Ley de Educación Universitaria impulsada por sectores del chavismo. Contemplaba reformas muy profundas, algunas de las cuales, que rápidamente se hicieron notar, representaban una significativa pérdida de las autonomía y las otras libertades asociadas a ella. El sistema universitario estaba en pie de lucha. Sin rodeos, los estudiantes y los profesores habían prometido combatirla con todas las fuerzas. En la víspera de lo que se creía su inminente promulgación, se realizó una asamblea en el Aula Magna de la UCAB, del mismo modo que se estaban haciendo en todas las demás universidades. Ante un auditorio atestado, le tocó hablar al novel rector, acaso por primera vez para la mayor parte de los allí reunidos. Al principio fue una disertación explicando el problema y sus implicaciones, pero poco a poco fue haciéndose más vehemente, hasta rematar, casi en una arenga, con la promesa de defender a la universidad “con mi propia vida de ser necesario”. Estallaron los aplausos y muchos se sintieron reconfortados. Otros lo leímos como una guerra anunciada: hasta el rector habla del sacrificio supremo. Y parecía estarlo haciendo muy en serio, no de forma figurada. Probablemente Hugo Chávez, que debió recibir informes de todas aquellas asambleas, estuvo entre los segundos, ya que para asombro de todos echó para atrás y vetó la ley.
Aquel episodio de 2011 era el anuncio de la década turbulenta que le tocó dirigir en la UCAB, así como del talante con el que tuvo que hacerlo. Su muerte abrupta nos puede hacer pensar que cumplió su palabra, y no sólo en el sentido de que defendió a la universidad libre y autónoma hasta la muerte, sino en el que literalmente la ofrendó a ello, que fue quemando poco a poco su vida hasta que en el último par de meses sucumbió en la combustión, como un edificio al que se le doblan las bases después de un prolongado incendio. Las cosas en Venezuela fueron tan mal como lo temió Virtuoso, incluso peor de lo que llegó a pensar en 1998. La peor contracción económica de la que se tenga noticias desde que es posible medirla (-80% entre 2014 y 2021), la hiperinflación más larga, la crisis migratoria más grande en tiempo de paz que se conozca, al menos desde la Edad Media; el desplome de todos los indicadores en salud, educación, servicios públicos, seguridad personal y jurídica, libertades, infraestructura (en este caso, el desplome es literal), y sin embargo la UCAB avanza, como dice su himno, impávida, en medio de esta tragedia de proporciones bíblicas. Eso le hace hablar a muchos de una “burbuja”. Para quien conozca cuán difícil, en ocasiones doloroso, es mantener esa marcha, resulta casi ofensivo. No, nada más lejos: la UCAB ha recibido, uno tras otro, todos esos golpes. En el presupuesto, en los sueldos, en los profesores y alumnos que emigran, en los aliados empresariales que cierran, en las limitaciones para desarrollar obras sociales, en los retos del entorno (la verdadera batalla campal entre el Estado y bandas delictivas por el control de La Vega no ocurrió al otro lado del mundo, sino muy cerca de los linderos de su campus en Montalbán). Enraizada en la realidad venezolana como pocas, eso que algunos ven como la burbuja de la UCAB, es sólo la expresión de otra forma de enfrentar las circunstancias, de administrar lo que va quedando y de restañar las heridas.
Al ciudadano rector que se inauguró ofreciendo su vida para defender la universidad, le tocó estar al frente de esa lucha por doce años. Además, si en algo se empeñó, fue en que los objetivos de la universidad estaban más allá de sus campus impolutos, de sus egresados exitosos por el mundo, de los ránquines en los que sistemáticamente ha ido escalando, de sus profesores prestigiosos. Todo eso es, sin duda, importante, y se trabaja muchísimo para lograrlo. Pero al menos tanto como las comunidades de los alrededores, en los que se despliega una labor social muy importante, comenzado con el Centro de Salud Santa Inés. Los padres jesuitas de la universidad son, además, párrocos o vicarios en los barrios de Antímano y La Vega. Se hacen investigaciones y jornadas para pensar en el desarrollo de Guayana. Y más allá del entorno inmediato, siempre subrayó la importancia sobre todo como lo que pueda aportarse para el beneficio general de una sociedad tan torturada como la venezolana. La UCAB continuó con líneas de investigación ya muy consolidadas, como los grandes estudios sobre la pobreza que se hicieron a principios de los años dos mil, que encontraron continuidad en iniciativas de tanta importancia como las encuestas ENCOVI, hechas al alimón con otras universidades, y que suplen la carencia de cifras oficiales para comprender nuestra realidad. La encuesta SECEL para diagnosticar al sistema educativo hace otro tanto. Otras muchas investigaciones, en ámbitos que van de la ingeniería civil a la lingüística, de la comunicación social al Derecho y la Filosofía; la formación de líderes políticos y sociales, de profesionales, de sacerdotes, la consultoría a empresas y a escuelas, la editorial que publica más libros en la Venezuela de hoy, uno de los espacios de creación artística y de exposiciones más activos de Caracas, y de hecho el único en el suroeste de Caracas; el voluntariado a lo largo del país, la apertura de nuevas carreras y titulaciones, apoyo al emprendimiento, sobre todo entre los jóvenes y los sectores populares; todo habla de una imbricación profunda con la sociedad. Nada que se le parezca a una “burbuja”.
No podía esperarse otra cosa de un gumillero como Virtuoso. De entrada, la UCAB dejada por Ugalde ya estaba muy encaminada en esa dirección, pero Virtuoso venía de una intensa labor social en el Centro Gumilla, donde había encontrado notoriedad con el Proyecto Catuche, un vasto plan de renovación urbana de las barriadas que se encuentran a las orillas del río del mismo nombre. Comoquiera que pasa justo detrás del edificio donde está el Gumilla, y que los jesuitas hacen labor pastoral por la zona, la idea de hacer algo debió surgir como algo natural, sobre todo ante los problemas patentes de la violencia y las inundaciones que se enfrentaban día a día. Era también el Joseíto, como entrañablemente lo llamaban los más allegados y sus feligreses, que desde Gumilla, las revistas SIC y la Revista Comunicación, promovía y publicaba investigaciones de interés nacional. Y era, además, el politólogo graduado en la Universidad Rafael Urdaneta y el Doctor en Historia por la UCAB. Es decir, un hombre que no sólo actuaba, sino que también se dedicó al estudio y la reflexión sobre la sociedad venezolana.
La faceta de José Virtuoso como historiador es probablemente de las menos conocidas. No obstante, siempre se consideró a sí mismo como uno, dio clases por mucho tiempo en las maestrías de historia la UCAB, era participante habitual en congresos y publicó trabajos importantes en el área. Su libro, producto de sus estudios de maestría, La crisis de la catolicidad en los inicios republicanos de Venezuela (1810-1813) es un estudio denso y esclarecedor, con propuestas teóricas y metodológicas que ya son ineludibles en el campo. Y su tesis doctoral, publicada poco después, puede leerse como una indagación (o un discernimiento…) de sus principios: Justicia social en Venezuela: la preocupación social de la Compañía de Jesús en Venezuela, 1968-1992 (2004). Hay que recordar que el de historiador es también un ejercicio de ciudadanía, sobre todo cuando se hace con atención al palpitar de la sociedad, devolviéndole noticias e interpretaciones útiles para que labre su propio destino. Fue inicialmente en este ámbito histórico-historiográfico que quien escribe conoció a Joseíto. Trabajamos juntos en las maestrías, compartimos podios en eventos y participamos juntos en algunas publicaciones. Cuando la relación pasó de director de la maestría a profesor, a la de rector a director de la maestría, el apoyo a los estudios históricos (que ya era alta gracias al rector saliente, el también historiador y hoy individuo de número de la Academia Nacional de la Historia, Luis Ugalde) fue generoso y permanente.
En julio pasado, cuando celebramos el centenario del Padre Hermann González Oropeza, s.j., epónimo del Instituto de Investigaciones Históricas de la UCAB, que ahora dirige quien escribe, Virtuoso dirigió una muy animada y sentida eucaristía en gracias por la vida de quien había sido su maestro. Era el hombre de siempre, elocuente, con humor, dispuesto a compartir un buen brindis. Quedamos en reunirnos después de vacaciones para tomar algunas decisiones importantes sobre el Instituto. Apenas comentó que tenía “un asunto de salud” por resolver, pero dando a entender que no era nada grave. En septiembre no fue posible hacer la reunión por una razón u otra. Un viaje, una reunión, siempre había algo, sonaba extraño, pero era sabido que tenía una agenda bastante ocupada. Finalmente se dio el encuentro a inicios de octubre. Fue como un puñetazo en la cara: apenas pude reconocer al colega y amigo de ya varios años. En dos meses la muerte había hecho evidente su embestida. Aunque Joseíto insistió en que iba ganando la partida, todo indicaba que una a una la muerte, como en la famosa secuencia de Ingmar Bergman, le había quitado las mejores piezas y que el jaque mate era cuestión de tiempo. Lo que no podía imaginarse nadie es que sería en tan poco tiempo.
En efecto, los últimos movimientos de la muerte fueron rápidos e inmisericordes. El Padre Virtuoso, el profe Virtuoso, el historiador Virtuoso, el ciudadano Virtuoso, el amigo Joseíto, al que todos lloramos, sucumbiría en menos de un mes. Lo mejor que podemos hacer en su honor es empezar a ser –o seguir siendo- los ciudadanos críticos, responsables y libres por los que luchó toda su vida. Es mantener firme a la universidad, no sólo la UCAB, sino la universidad venezolana en general, trabajando, también libre, crítica y responsable. Y también, para aquellos a los que sus conciencias los impulse, es empezar a ser –o seguir siendo- los cristianos que con el ejemplo nos enseñó a ser. La muerte-bestia que lo embistió y devoró, la muerte-espectro que le ganó la partida, son sólo dos imágenes para expresar lo que sentimos quienes lo lloramos. Pero hay que recordar que el ciudadano Virtuoso fue también un hombre de Dios. Por eso, en la hora de su despedida, pudo haber recordado aquello de que «para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1:21). Y con eso cerrar los ojos con paz. Pocas vidas cumplieron mejor la primera parte de este aserto paulino, y pocas han merecido más terminar con la segunda.
In memoriam del R.P. Francisco José Virtuoso, sj (1959-2022)
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