POR Alfonso L. Tusa
Cada vez que tropezamos con alguna de esas acciones del juego que suelen explicarse como parte del “beisbol moderno”, recuerdo las palabras de Terence Mann (James Earl Jones) en la película El campo de los sueños (Phil Alden Robinson, 1989): “En más de doscientos años de historia lo único que se ha mantenido constante en este país ha sido el beisbol”.
En más de una oportunidad hemos constatado como más de un pitcher se muestra ajeno a cualquier roletazo o línea bateado por el montículo, cediendo ese trabajo a los infielders. En ciertos casos intentan atacar la pelota pero con torpeza. De acuerdo al “beisbol moderno”, el pitcher se debe concentrar en lanzar hacia el plato. Por supuesto que resulta inevitable recordar la diligencia de Jim Kaat, Greg Maddux, Sandy Koufax, Juan Marichal, Bob Gibson, Luis Tiant, Isaías Látigo Chávez, Luis Peñalver para fildear y correr hacia primera base o detrás de tercera o el plato para hacer asistencias.
En uno de los juegos de esta postemporada de LVBP (2018), vimos a un jugador del cuadro llegarle a un roletazo sin poder tomar la pelota porque no dobló lo suficiente. Y es que resulta un fiasco ver un juego donde la competitividad está ausente; mucho más cuando se conoció un beisbol, que ahora llaman “dinosaurio”, donde los peloteros entregaban el alma en el terreno, porque sabían que al finalizar el juego habría un tribunal presidido por los propios peloteros, denominado “la corte de los canguros”, donde cada quien debía rendir cuenta de sus errores y asumir la multa correspondiente.
En ese tribunal también se ventilaban asuntos relacionados a la conducta de los peloteros fuera del terreno, como su manera de vestir y la puntualidad al regresar al hotel fijado por el cuerpo técnico. Esa institución podía sesionar antes, después de los partidos o en los viajes en bus o avión. No se escapaba nadie. Podían sancionar al propio manager por no traer a un relevista o un bateador emergente en determinada situación, y hasta al mismísimo gerente general por contratar a un pelotero que no rendía. En ocasiones los veredictos eran en broma, pero otras veces iban muy en serio.
Para quienes conocimos el beisbol de los pitchers que lanzaban juegos completos casi a diario, resulta insufrible ver como un cerrador viene con ventaja de tres carreras y empieza dando boleto. Si un pitcher es incapaz de bordear la zona de strike, de motivar a los bateadores a hacen swing, si le cuesta engañar a los bateadores en cuenta de dos strikes sin bolas, es difícil para un equipo ganar juegos.
En la actualidad es raro ver a un pitcher reclamar su territorio lanzando bien adentro, hacerle ver al bateador que no se va a dejar arrollar fácilmente. Nunca lo vimos jugar pero leímos algunas de las declaraciones de Sal Maglie, pitcher de los Gigantes de Nueva York y los Dodgers de Brooklyn, respecto a lanzar adentro. Decía que muy rara vez golpeó a ningún bateador. Su intención al lanzar casi rozando las manos, el torso o la cara del bateador, era reclamar su territorio, hacerle ver que esa parte del plato era de él e impedir que se sintiera cómodo en el cajón de bateo.
Cada vez que un catcher deja de lanzar a las bases y los corredores avanzan por “indiferencia defensiva”, recuerdo a Dick Williams, Earl Weaver, Danny Murtaugh, Chuck Tanner, Regino Otero o a Lázaro Salazar. Seguro que en sus equipos, cualquiera que asomase una conducta de ese tipo, probablemente no participaba en el próximo juego. En tales momentos nos preguntamos cuál es el supuesto desarrollo técnico al que se refieren algunos entendidos.
Los catchers corrían hasta detrás de primera base con cada roletazo por el cuadro interior con tanta intensidad como el corredor. Richie Ashburn (Filis de Filadelfia) fue catcher al principio de su carrera y lo mudaron a los jardines por la velocidad con la que iba a hacer la asistencia detrás de primera base.
Hemos visto como en muchas oportunidades un inning termina con un dobleplay porque el bateador no supo ejecutar el toque o el corredor no realizó el bateo y corrido. Pareciera que el juego es cada vez más monótono, escaso en sorpresas y agilidad mental. El inning a veces también termina porque el corredor salió al robo de tercera con el cuarto bate en turno; otro evento que seguramente sería sentenciado sin contemplación en “la corte de los canguros”, o reclamado de inmediato por dirigentes como Billy Martin o Dick Williams.
Se reconoce la calidad de algunos bateadores designados; sin embargo para algunos la esencia del juego empezó a cambiar a partir de esa regla. Desde entonces el beisbol se ha vuelto más unidimensional, más predecible y limitado. Cuando un pitcher es privado de batear se pierde una parte del juego que le permite observar a su rival en primer plano, desde un ángulo más agudo. El pitcher por mal bateador que sea, se obliga a conocer mejor ese aspecto del juego, lo cual además de hacerlo evolucionar con el madero, le ayuda a lanzar con más inteligencia, con más conocimiento de lo que puede estar pensando el bateador. Sandy Koufax fue un bateador débil, mas no por eso era un out fácil. Alguna vez llegó a dar un jonrón y sabía ejecutar el toque de bola, entre otras habilidades ofensivas.
Desde los buscadores de talento se ha alterado la esencia del beisbol. Se buscan pitchers de cierta estatura; cada vez hay menos lanzadores pequeños o delgados. Se parte de la premisa de que el pitcher domina por la velocidad de sus envíos, por el número de ponches. Está comprobado por la medicina deportiva que buena parte de las lesiones de los pitchers proviene de la frecuencia e intensidad con la cual la mayoría de ellos utiliza su recta, por eso la proliferación de tantas operaciones Tommy John. En consecuencia se recargan de envíos cuando el juego no ha llegado siquiera a la mitad y deben salir del juego.
La verdadera muestra de dominio de un pitcher reside en saber colocar los lanzamientos en las zonas del plato donde el bateador hace contacto de manera defectuosa, arte en el cual destacaban Maddux, Tiant en la segunda parte de su carrera, Nolan Ryan cuando aprendió a pitchear, Miguel Cuellar, y el recientemente fallecido Roy Halladay. Es mucho más dominante un pitcher que retira un inning con tres lanzamientos que otro que poncha a sus tres contrincantes, por efectividad y economía de pitcheos. Además, el exceso de velocidad está muy relacionado al descontrol.
Recordamos muchos tercera base como Brooks Robinson, Clete Boyer, Billy Cox o Dámaso Blanco, quienes mostraban una gran agilidad mental y física cuando jugaban “cuadro adentro”; en menos de tres segundos podían bajar hasta casi darse la mano con el catcher para tomar un toque de pelota magistral y hacer el out en la inicial, o en caso de que el bateador hiciera la “bicicleta” retroceder a toda marcha hasta lanzarse hacia la raya para decapitar el más trepidante roletazo o linietazo. Ahora, ese tipo de antesalista es una especie en extinción. Es cuando podemos ver la expresión de nostalgia y melancolía en el rostro de Terence Mann en “El Campo de los Sueños”.
Ahora pareciera que los peloteros son de cristal. Determinado esfuerzo puede convertirse en lesión y puede pasar hasta una semana hasta que el pelotero regrese a jugar. En el beisbol “dinosaurio” los jugadores protestaban cuando el manager los sacaba por una lesión. Eran capaces de regresar al campo de juego luego de sufrir una cortadura en la boca que hubiera requerido varios puntos de sutura internos y externos como le ocurrió a Jerry Adair a comienzos de la década de los 60.
En el presente, sí existe esta clase de peloteros (Mookie Betts, Manny Machado, José Altuve, Madison Bumgarner) pero cada vez es más reducida. Tanto, que verlos jugar, parece un viaje hacia otras épocas del beisbol.
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