José Pulido
Un texto que escribí hace tiempo y aparece en un libro dedicado al poeta nuestro. La fotografía es nada más y nada menos que de Roberto Mata. Es una imagen que muestra la humildad y serenidad de Rafael Cadenas. La pongo sin solicitar el permiso del autor porque no supe encontrarlo, espero que me perdone.
UN SEÑOR BARQUISIMETANO
Rafael Cadenas es un señor barquisimetano. Un señor poeta barquisimetano. Un poeta silenciosamente universal. Pero no se desvive por eso: ni siquiera aspira a ser el poeta de su calle, de su casa o de su cuarto. Él es el cauce de las palabras más potentes que la vida enseña. Cada palabra es un derrelicto luminoso de sus profundidades. Cadenas ansía que lo profundo no tenga nada que ver con el ego. El poeta barquisimetano universal es enorme y callado como una montaña que va soltando este tipo de polen:
Que cada palabra lleve lo que dice.
Que sea como el temblor que la sostiene.
Que se mantenga como un latido.
No he de proferir adornada falsedad ni poner tinta dudosa, ni añadir brillos a lo que es.
Esto me obliga a oírme. Pero estamos aquí para decir verdad.
Seamos reales.
Quiero exactitudes aterradoras.
Rafael Cadenas es un civil cuya sabiduría florece cada vez que escribe una frase, un verso, una línea. Es el poeta más civil que pueda cualquiera imaginarse, queriendo decir con ello que es completamente libre de uniformes, clichés, etiquetas, conformismos, esquematismos.
Su poesía elevada lo empequeñece por decisión propia: la poesía es quien lo escribe a él y lo transforma en imagen de humildad civil. Pero resulta que esa humildad es una virtud que lo perfila y lo marca. De alguna manera, en su posición contra el predominio del ego, lucha para que su humildad no se vuelva uniforme y le arrebate lo civil.
Rafael Cadenas nació en Barquisimeto y por eso es barquisimetano y larense, pero en realidad su territorio es la poesía. Cuando se escucha, se lee o se pronuncia su nombre, lo primero que se viene a la mente es el deseo de agregarle a ese nombre una frase:
-El poeta…
-El poeta Rafael Cadenas.
Él ni siquiera cree que es dueño de un nombre. Su ego le incomoda. Yo esto, yo aquello. La vida y el presente acaparan su interés.
En su primer sermón, en el Parque de las gacelas en Benarés, dijo Siddharta Gautama, mejor conocido como Buda:
“Todo lo que ha tenido un comienzo se disolverá de nuevo. Todo cuidado de la personalidad es vano; el «yo» es como un espejismo, y todas las tribulaciones que le tocan son pasajeras. Se desvanecerán como la pesadilla cuando el soñador despierta.
Dichoso el que ha vencido todo egoísmo; dichoso el que ha obtenido la paz; dichoso el que ha encontrado la verdad.”
El Parque de las gacelas de Benarés podría reclamar como suyo, cual monje extraviado en el tiempo, al poeta Rafael Cadenas. El Buda ha podido nacer en Barquisimeto.
Jorge Luis Borges, en su conferencia sobre el budismo, escribió lo siguiente:
“…para el Buddha, el mundo es un sueño, debemos dejar de soñarlo y podemos llegar a ello mediante largos ejercicios. Tenemos al principio el sufrimiento, que viene a ser la zen. Y la zen produce la vida y la vida es, forzosamente, desdicha; ya que ¿qué es vivir? Vivir es nacer, envejecer, enfermarse, morir, además de otros males, entre ellos uno muy patético, que para el Buddha es uno de los más patéticos: no estar con quienes queremos”.
Cadenas ha dicho:
“Cuando alguien se da cuenta del misterio insondable que es el vivir le da la espalda a todas las ideas, se queda con ese solo hecho, vivir”.
Y se ha referido constantemente al tema del ego, del yo:
“El lector no dejará de notar que me refiero con frecuencia al ego o yo por considerarlo asunto central que sin embargo se tiende a eludir. Mi insistencia se debe a que siempre lo detecto tras las calamidades que los seres humanos se infligen. Ver el yo nos situaría ya en cierto modo fuera, como observadores de nosotros mismos, lo que está al alcance de cualquiera que quiera ahondar en su psique.
Este ver va acompañado, aunque parezca contradictorio, de una búsqueda y defensa de la individualidad que contribuiría a contrarrestar, cual antídoto, las fuerzas de lo colectivo, que hacen valer lo inconsciente, lo acrítico, lo inexaminado. La política por ejemplo, nos muestra en muchos de sus actores con su sed de poder, de protagonismo, de figuración, como en alto relieve, ese yo que padecemos.”
Rafael Cadenas es un hombre sereno, humilde y silencioso. Además, es culto con hondura, ha convertido su inteligencia en sabiduría y cada vez que escribe se acerca más a la verdad. No se puede dudar que se trata de un poeta mayor. Es auténtico: vive como escribe y basándose en los principios que expresa.
“No quiero apartarme de la voz con que vivo”, dice Cadenas y no es una simple o irresponsable expresión. Él es fiel a sus conocimientos y creencias que son los mismos de su poesía y de su modo de vivir.
“No hago diferencia entre vida, realidad, misterio, religión, ser, alma, poesía. Son palabras para designar lo indesignable. Lo poético es la vivencia de todo eso, el sentir lo que esas palabras tratan de decir”, también ha manifestado.
Su esencia de poeta y de ser humano que rechaza lo intrascendente puede contemplarse o leerse, está ahí, visible, sonora, evidente. Humilde.
“Me resulta trabajoso escribir, carezco de soltura, las palabras no acuden con facilidad a mi bolígrafo; pero no quisiera que fuese de otro modo: desconfío de la brillantez”.
Él siempre tuvo el oficio de profundizar en los orígenes y la importancia vital del lenguaje. Se habrá sentido débil ante cualquier competidor, pero su fortaleza partió de haber aceptado que estaba poseído por una debilidad. Aunque más bien podría aludirse a una virtud: nunca le haría daño a otro ser.
Ningún título le hace falta y ya todos saben que cuando llega se quiere ir. Pero su poesía persiste y se queda con quienes han aprendido a valorar sus palabras. Y sería bueno verlo reír alguna vez, preferiblemente el día en que intente reírse de sí mismo. Porque eso sí que constituye una portentosa y difícil tarea.
Él es un hombre pensativo y silencioso cuya poesía repica con fuerza, como una campana bañada en rezos misteriosos y nítidos a la vez. En una ocasión, entrevistado por el escritor Juan Carlos Santaella, dijo lo siguiente:
“En un poema le pido a Dionisos el don del estremecimiento, que no es frecuente en los seres humanos. Muchas de sus manifestaciones “emocionales” son falsas. Por eso es saludable estar atento a nuestras reacciones y preguntarnos si son genuinas o no. “Los sentimientos que no tengo no diré que los tengo”, afirma Lawrence en uno de los poemas que traduje, poema muy terapéutico porque invita a la autenticidad”.
Por eso, él permanece en silencio mientras su poesía estremece.
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