sábado, 22 de octubre de 2016

El pacto de las sombras

La falta de transparencia que rodeó toda la negociación de la paz con las FARC fue deliberadamente instituida para que la ciudadanía fuera informada solo a medias sobre el contenido de los temas acordados y de las concesiones efectuadas por los negociadores oficiales a sus contrapartes de la narcoguerrilla. Había una razón para ello y es que los votantes del plebiscito acudieran a emitir su voto desprovistos de información detallada sobre lo que decidirían con su participación. Cuanto más enterados estuvieran estos del contenido del pacto de sombras a que llegaron los participantes de las tratativas de La Habana, menor sería su inclinación a validarlo y otorgarle vida legal a través del plebiscito.
La misma deficiencia informativa con respecto a las concesiones otorgadas a los criminales a cambio de su desactivación se aplicó a todas las personas en el exterior de Colombia ante quienes se promovió y se publicitó el acuerdo para ganar reconocimientos y aplausos públicos. Ello ocurrió con la prensa externa, con personalidades de terceros países, con gobiernos, con líderes religiosos, ante quienes se plantaron los negociadores y el propio Juan Manuel Santos a explicar las bondades del pacto y las supuestas fenomenales consecuencias que su aplicación tendría para instaurar una paz bonancible en Colombia.  No se les olvidó comentar cuanto terreno habían tenido que ceder ante las descabelladas exigencias de las FARC. Fue deliberado no informar abiertamente lo mucho que estaban ganando los criminales con este pacto y como, con esta Paz de cuño Santos, la justicia se volvía porosa.
Para transformarse en portadores triunfalistas de las mejores noticias para todos, las que tenían que ver con la instauración de la paz en un país impactado por el crimen durante medio siglo, no se podían hacer evidentes ante terceros ni los perdones, ni los olvidos, ni la ausencia de reparación de los horrorosos crímenes que se pactaron a espaldas de la población colombiana y del mundo.
Bastó con verter los convenimientos en un texto de casi 300 páginas. Con ello se lavaban la cara los negociadores y el presidente.   Muy probablemente, este adefesio en  su integridad no fue leído ni por  los artífices del  mismo, y en La Habana estaban conscientes de que nadie o casi nadie se dedicaría a expurgarlo ni a recorrer los textos con el cuidado que requerían. 
Es ahora, cuando el No de la mitad de la población votante echó por tierra la puesta en marcha de un convenio absurdo e inhumano, cuando ha comenzado a aflorar con todo su dramatismo el verdadero impacto de lo pactado entre gallos y medianoche. 
Durante los dos años que tomo la negociación también deben haberse hecho evidentes la naturaleza, tamaño y número de los crímenes que protagonizaron los sanguinarios hombres de las FARC en contra de la población. De nada de ello se enteró Colombia. Prefirieron meter el drama debajo de la alfombra de la Historia que guarda enorme cantidad de secretos.
Cuando la prensa de hoy relata como los frentes guerrilleros están instando a los menores secuestrados en sus filas a “volarse” de los campamentos de manera de no tener que hacer entregas masivas y públicas y documentadas de centenares de estos niños retenidos por la fuerza es cuando la ciudadanía se espanta del monumental perjuicio infligido a la sociedad colombiana. ¿Cómo reinsertarlos, como aliviarlos de sus taras psicológicas y morales, si nadie en la mesa habanera se ocupó de dimensionar los daños bajo el supuesto de que el perdón era la más justa de las soluciones?
Casos como este de la perversión de menores se repiten a cada paso con cada una de las atrocidades cometidas por las FARC a lo largo de cinco décadas, las que iban a quedar olvidadas al entrar en vigencia más injusto convenio que se haya podido idear. Apenas uno que otro testimonio aislado le dará al país una idea del precio que algunos pagaron mientras que los jefes de tales errores se sientan cómodamente en el Congreso a legislar sobre el futuro de la patria.
Este pacto de las sombras, el  que, por fortuna, fue detenido por la sabiduría popular de los votantes del No, es el producto de silencios cómplices de grandes personalidades colombianas que se sentaron junto a los narcoguerrilleros a labrarle un futuro muy turbio y doloroso al país, y a conseguirle un Nobel  mal merecido al presidente.


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