viernes, 28 de octubre de 2016

Las piezas inmortales que deja Nelson Pinedo, el 'Almirante del Ritmo'

La gran estrella colombiana de la célebre Sonora Matancera murió en Valencia (Venezuela).

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Por su cadencia,estilo, versatilidad, repertorio, y por haber grabado con las agrupaciones más prestigiosas de América Latina de su momento (Sonora Matancera, Cortijo y su Combo, Memo Salamanca, Chucho Sanoja y Tito Rodríguez, entre otras colectividades), Nelson Pinedo, el ‘Pollo Barranquillero’, que este jueves murió a los 88 años en Valencia (Venezuela), es la figura vocal masculina de música tropical más trascendente de Colombia.

Además de esos atributos, a Nelson Pinedo hay que abonarle el hecho de que se constituyó en un genuino difusor de la música colombiana, pues en las agrupaciones que cantó impuso como norma grabar canciones de nuestros compositores. Es así como en su repertorio sobresalen títulos como Momposina, El vaquero y Estás delirando, de José Barros; El ermitaño, de Rafael Escalona; Mujer celosa, de Pacho Galán; Bésame morenita, de Álvaro Dalmar; El mochilón, de Efraín Araújo, y su éxito más sonado: Me voy pa’ La Habana.

En la época en que imperaban las grandes voces, en la que se enamoraba con las sentidas letras de un bolero y se bailaba al compás de una guaracha, un porro o un chachachá, Nelson construyó su nombre y se consolidó a la par de las rutilantes estrellas de su generación.

Había nacido el 10 de febrero de 1928 en el barrio Rebolo, de Barranquilla; viernes, víspera del sábado de Carnaval. Fue bautizado Napoleón Pinedo Fedullo.
El libro
Narrar su historia fue una idea que empezó a bullirme en la cabeza desde mediados de 1987, cuando lo vi por primera vez en persona, en la sala de tertulias del periódico El Heraldo.

La música de Nelson había colonizado mi alma desde temprana edad, pues gracias a mi padre –un melómano incurable que tiene por hábito coleccionar música de la ‘Vieja Guardia’–, crecí escuchando la mayoría de las canciones que grabó con la Sonora Matancera.

Con el discurrir del tiempo fui enterándome de su maravilloso pasado artístico (llegó a La Habana disfrazado de español en una agrupación sevillana, y tras ‘pasar hambre’, se permitió el lujo de reemplazar a Daniel Santos en la Sonora Matancera). La curiosidad por saber cómo era su vida privada creció como una bola de nieve en mi interior. Me inquietaba saber cómo se desenvolvía en el hogar, cómo lo miraban su esposa y sus hijos, qué le gustaba y qué lo irritaba, y otros aspectos más de su acontecer íntimo.

Cuando el judío Samuel Minski me contrató para que escribiera la biografía del Almirante del Ritmo, como fue rebautizado Nelson Pinedo en el ámbito artístico, mi alegría fue desbordante.

Esa biografía me proporcionaría la bella oportunidad de conocer de cerca al que, por méritos propios, es la máxima figura vocal masculina de la música popular de Colombia. Mi dicha fue absoluta cuando Minski me dio los tiquetes y viáticos para viajar a Venezuela a fin de que entrevistara al cantante en su hogar.

A Caracas llegué el 24 de septiembre del 2006 con el propósito de observarlo en su casa. Me encontraba en la recta final del trabajo de campo sobre su biografía, que publicaría la Editorial La Iguana Ciega, en diciembre de ese año.

Desde 19 años atrás venía entrevistándolo, y lo había disfrutado en varias presentaciones musicales; unas veces lo vi a él solo, y otras acompañado por artistas del prestigio del argentino de Leo Marini; de los cubanos Estanislao Sureda ‘Laíto’ y Celio González; de la puertorriqueña Carmen Delia Dipiní; de los venezolanos Luis Felipe González y Tania, y de los colombianos Víctor Hugo Ayala, Juan Carlos Coronel y Claudia de Colombia.

Antes y después de cada uno de los conciertos que ofreció, y en algunas ruedas de prensa que concedió, le pregunté aspectos sobre su vida y apreciaciones suyas acerca de otras situaciones. A cada interrogante, Nelson le tenía una respuesta jovial. Varias de esas entrevistas sirvieron de base para elaborar los textos que publiqué en diversos medios escritos como El Heraldo, Viacuarenta, El Universal de Cartagena y EL TIEMPO.

Fruto de nuestras cortas y largas conversaciones en diferentes sitios de Barranquilla conservaba casi un centenar de casetes. También nos comunicábamos permanentemente vía telefónica o a través de correos electrónicos. Solo me faltaba el diálogo en el seno de su hogar, en Caracas, donde se había residenciado de manera definitiva desde mediados de 1968, y donde cuatro años más tarde adoptaría la nacionalidad venezolana.

“Vente cuando quieras. Te espero con los brazos abiertos”, me había dicho un mes antes, vía telefónica, cuando le comenté mi propósito de visitarlo. Eso sí: nunca me dio la dirección de su domicilio. “Tan pronto estés acá, me llamas para vernos”, me dijo.
‘A mi casa no va la prensa’
Luego de aterrizar en el aeropuerto de Maiquetía, en la periferia de la capital venezolana, y tan pronto me instalé en la casa de mi amigo Jorge Pardo, intenté de nuevo comunicarme por teléfono con el inolvidable ‘Pollo Barranquillero’, pero no respondió. El resto de la tarde le insistí sin obtener resultado. “A lo mejor no se encuentra en casa”, pensé. Mi amigo Jorge me tranquilizó dándome las coordenadas de su residencia.

Temprano, al día siguiente, resolví presentármele en su domicilio, en Chacao. El taxi me llevó a la dirección indicada. Era un edificio viejo. Desde un local comercial, situado al frente de su residencia, le marqué. Esta vez sí tuve éxito. Me contestó de manera jovial, como siempre. Cuando le dije que estaba a pocos metros de su morada, su tono cambió de inmediato. “¿Cómo así? ¿Ya estás aquí?”, inquirió con asombro.

Amable y espontáneo como siempre, me dijo que en ese momento le era imposible atenderme, que por favor nos viéramos a las 3 de la tarde pero en la oficina de su representante, Luis Francisco Mendoza (‘el Negro’ Geño Mendoza), en Korta Records. Le manifesté mi querencia de conocer su casa, pero me frenó con un “Fausto, valoro lo que haces; me caes bien y te aprecio, pero en mi casa no hablo”, y tras dictarme la dirección de Korta Records acabó la conversación con un contundente “bienvenido a Caracas; te espero a las 3, donde te dije”, y me cortó. Intuí que no quería recibirme en su morada.

Llegué puntual esa tarde a la cita, en el lugar indicado. Me recibió con una amplia sonrisa, y dialogamos por más de una hora en la oficina de Geño Mendoza. Nelson me habló con ternura y a grandes rasgos de su esposa, Alba Marino Blanco, una cucuteña de ascendencia venezolana, y de sus dos hijos nacidos por cuestión de trabajo en el exterior: Rosalba, en México, y Carlos Julio, en Argentina.

Me confesó su afición por el Atlético Junior, de Barranquilla; sus preferencias gastronómicas (bocachico, bollo de yuca, aguadepanela y el dulce de coco con leche), su encanto por el cine y su temor a la soledad más que a la muerte. Hablamos de todo, muy poco de música, temática que ya habíamos abordado a plenitud en nuestros encuentros anteriores. “Guardo cierta privacidad para mi familia. Mi hogar es una cosa que considero de mi fuero privado. Allá no va nadie de la prensa”, me recalcó.

Sobre su modo de vida en Venezuela me aseguró que era 10 puntos, que todos los mandatarios de ese país, incluido Hugo Chávez, le habían dado un privilegiado trato.

Regresé al día siguiente a la capital del Atlántico con la enorme frustración de no haber podido conocer la faceta en el hogar de mi célebre biografiado. Con la desaparición de Nelson Pinedo se cierra uno de los capítulos más trascendentes de la música popular de Colombia de la última mitad del siglo XX. ¡Paz en su tumba!
Datos claves
En su juventud desempeñó varios oficios: operador de sonido y locutor de radio, este último en 1948, en ‘La Voz de la Patria’.

Su debut como cantante fue con la orquesta del maestro Julio Lastra.

El recorrido artístico del rítmico Nelson Pinedo incluye su paso por las agrupaciones de Lucho Rodríguez Moreno, Antonio María Peñaloza y Américo y su Caribes.

En Bogotá se unió al conjunto Casino Sevilla, formado por españoles. Con ellos viajó a la isla de Cuba, en donde el grupo musical cambió de nombre: Serenata Española.

En Cuba grabó con el conjunto de Luis Santi los temas ‘Entre palmeras’ y ‘De ti no quiero nada’, bolero de su propia autoría.

En 1953 se produjo su ingreso a la Sonora Matancera y se ganó la confianza de su director, Rogelio Martínez, quien le dio la oportunidad en una grabación. ‘El ermitaño’, de Rafael Escalona, fue lo primero que llevó al acetato con la Matancera. Resultó tan grande el éxito obtenido que la disquera le prolongó a cinco años el contrato de exclusividad, que inicialmente había sido a dos años.

En 1954 se inmortalizó con la grabación ‘Me voy pa’ La Habana’, de José María Peñaranda. Con la Sonora permaneció alrededor de cinco años.

Entre otros de sus éxitos musicales están ‘Amor fenecido’, ‘El carioqueño’, ‘El muerto’, ‘El muñeco de la ciudad’, ‘Buen amigo’, ‘El vaquero’, ‘El pregón del enyucao’, ‘Estás delirando’, ‘Fuiste mala’, ‘Mi chica y yo’, ‘Prieta y santa’ y ‘Te engañaron, corazón’.

También grabó con la orquesta de Tito Rodríguez. Se recuerdan temas como ‘Conociendo el alma’, ‘Kalamarí’ y ‘Nostalgia’, entre otros.

Al Combo de Rafael Cortijo aportó grabaciones como ‘Micaela’, ‘El pilón’ y ‘Conocí a tu papá’.
FAUSTO PÉREZ VILLARREAL
Especial para EL TIEMPO

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