jueves, 24 de noviembre de 2016

Depresión: causas, síntomas y personas vulnerables

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Es uno de los grandes males de nuestra sociedad. Sin embargo, muchas veces se confunde con estados de tristeza o pequeños baches emocionales, y demasiado a menudo se diagnostica mal y se trata solo con psicofármacos. La alternativa es un tratamiento integral.
Jorge L. Tizón y María J. Marcos
"Estoy depre” se ha convertido en una frase frecuente, casi popular en nuestros días. Se habla de estar deprimido con más naturalidad que antes, cuando era casi un secreto a mantener en el ambiente familiar más íntimo porque significaba estar en manos de psiquiatras, esos especialistas que trataban “a los locos”. A la persona que sufría una depresión se le aplicaban a veces técnicas agresivas, como el desprecio social, o técnicas biológicas, como diversas técnicas corporales o el electrochoque.
Sin embargo, hoy en día, en parte desde el descubrimiento de los fármacos antidepresivos, la supuesta “depresión” y la descripción “estoy deprimido” se han hecho tan comunes que tienden a perder toda su utilidad y, sobre todo, a borrar las diferencias entre los acontecimientos cotidianos y las relaciones vitales, por un lado, y la psicopatología y la psiquiatría, por otro. Así, se diagnostica depresión con muchísima frecuencia. Tanta, que hay estudios realizados en Cataluña que apuntan a que hasta el 12% o 14% de las mujeres recibirán ese diagnóstico en algún momento de su vida. Evidentemente, eso significa un sobrediagnóstico que lleva al interesado “sobretratamiento” de la depresión.

En los pantanos de la depresión

Cuando la depresión o la “melancolía patológica” se definieron como trastornos psiquiátricos, se les adscribía una serie de criterios o características que luego han sido simplificados y “relajados” por las modernas clasificaciones psiquiátricas con el objetivo declarado de “diagnosticar más la depresión”. Pero la depresión –a diferencia de estados vitales normales como la tristeza, la pena o el duelo– debería definir a una persona que se encuentra muy triste, con una tristeza profunda y crónica, de tal manera que esos sentimientos, unidos a la culpa y a la dificultad para implicarse en relaciones placenteras, le impiden realizar sus actividades cotidianas, como trabajar, cuidar de los hijos, mantener relaciones sociales significativas...Es un “trastorno de la afectividad”, es decir, de los sentimientos más profundos y significativos del ser humano: tristeza, alegría-placer, culpa... e ira. No hay depresión sin momentos de ira y rabia, como no hay depresión sin sentimiento de culpa.
Sin embargo, actualmente muchas personas que reaccionan con sometimiento, dependencia o pasividad ante las adversidades e injusticias de la vida, o personas con duelos, pérdidas, frustraciones, situaciones sociales desfavorecidas o con trastornos de personalidad, pueden ser diagnosticadas como “depresivas” y “pseudotratadas” como tales. Con el inconveniente de que el tratamiento exclusivamente farmacológico de tales problemas vitales posee un efecto frecuente: agravar la dependencia de estas personas (dependerán del médico, de las pastillas, de la sociedad...). De este modo, en realidad, se empeoran sus relaciones y su desarrollo vital.

La depresión real

Estamos ante un tema complejo, mucho más complejo de lo que suele explicarse, por lo que trataremos solo algunos de sus aspectos: cuáles son los síntomas de la depresión, cómo se produce y cómo aparece, si se puede prevenir o no, y cómo tratarla. El objetivo es reflexionar sobre estas cuestiones con la intención de ampliar y desdramatizar lo que entendemos por depresión.
Como cualquier otro trastorno psicopatológico (psiquiátrico), la depresión es una forma particular de comunicarse una persona consigo misma y con los demás. A diferencia de otros trastornos o dificultades de salud mental, la persona que sufre una depresión real comunica una y otra vez su tristeza, su pena, su profunda desesperanza, a menudo incluso con su postura corporal, con su incapacidad para el placer, con sus narraciones llenas de tristezas, pérdidas, frustraciones, desesperanza e ideas de suicidio... Esos sentimientos son el núcleo de la depresión.

Síntomas frecuentes

Deberíamos darnos cuenta de que una persona está realmente deprimida si predominan esos sentimientos en la mayor parte de sus días y actividades vitales. Pero, además, ese “estado de ánimo bajo”, tanto por mecanismos psicológicos como por mecanismos biológicos, se desplaza a todos los ámbitos de la vida. Por eso, la persona con depresión tiende a mostrar una serie de síntomas o señales en su biología, en su psicología y en su vida social.
Como dice la clasificación internacional de las enfermedades de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en los episodios depresivos típicos la persona que los padece sufre “un humor depresivo” (¿lo definido entra en la definición?), una pérdida de la capacidad de interesarse y disfrutar de las cosas, y una disminución de su vitalidad que lleva a una reducción de su actividad y a un cansancio exagerado que aparece incluso tras un esfuerzo mínimo.
Otras manifestaciones (síntomas) son:
  • La disminución de la atención y la concentración.
  • La pérdida de la confianza en uno mismo y los sentimientos de inferioridad.
  • Las ideas de culpa y de ser inútil (incluso en los episodios leves).
  • Una perspectiva sombría del futuro.
  • Los pensamientos y actos suicidas o de autoagresión.
  • Los trastornos del sueño.
  • La pérdida del apetito.
Todos esos “síntomas”, o formas de comportarse, que configuran el trastorno depresivo interactúan y se retroalimentan unos con otroscondicionando la relación con los demás. Por ejemplo, si tenemos falta de interés por nuestras actividades cotidianas, progresivamente dejaremos de relacionarnos con nuestro entorno y nos aislaremos aún más de lo que la propia depresión (pero no la tristeza) tiende a aislar.
La depresión casi nunca aparece de repente, de forma totalmente brusca... Eso puede suceder con la tristeza, la culpa y, por supuesto, con los duelos. En realidad, en casi todas las depresiones graves encontramos factores vitales que las han favorecido: pérdidas y frustraciones reiteradas en la infancia, pérdidas y duelos en la adolescencia (muerte de familiares, separaciones o conflictos graves entre los progenitores, otros duelos graves y reiterados...). Por eso, ni siquiera la depresión grave, la depresión mayor o la depresión “melancólica” aparecen de repente. Y mucho menos las “pseudodepresiones”, que suelen basarse en manifestaciones crónicas de dependencia, inseguridad o pasividad de larga evolución.

Las raíces o causas de este trastorno del estado de ánimo

En la depresión grave, real, solemos encontrar factores vitales antiguos, factores biológicos, e incluso genéticos, y factores sociales. Por eso, determinados sucesos imprevistos y graves pueden desen-cadenar una depresión en una persona predispuesta si el grupo social no ayuda en esas situaciones de frustración, indefensión, aislamiento... Pero también hay personas cuya vitalidad y deseos de vivir se van minando poco a poco “desde dentro”, por ejemplo, por sentimientos de culpa desmedidos, por excesos de autoexigencia, por “hacerlo todo bien y solos” (narcisismo), por fracasos reiterados en los cuales no son conscientes de cómo han participado en tal fracaso o pérdida... Son esos sentimientos y experiencias los que minan la vitalidad poco a poco hasta sucumbir al “bache depresivo”.

Pero ¿por qué unas personas sucumben y otras aguantan ante factores externos parecidos? ¿Por qué ante la muerte de un padre, una madre o un allegado hay unas personas que elaboran su duelo y se recuperan al cabo de unos meses, y otras se hunden en la depresión incluso durante años? La respuesta es la consistencia de la personalidad global de la persona, el grado de integración o vulnerabilidad al que había llegado previamente. Dicho de otra forma, depende de su capacidad para enfrentarse a la frustración, las pérdidas y los duelos, tanto agudos como crónicos.

Vulnerabilidad psicológica

Los tres componentes de esta vulnerabilidad a la depresión son:
Componentes psicológicos. La integración y consistencia de la personalidad de un individuo se inicia en las primeras y primarias experiencias de la vida, cuando nacemos, cuando somos bebés y, luego, en la infancia y la adolescencia. Una vinculación consistente, “suficientemente estable y suficientemente próxima” con las figuras de apego es lo que proporciona una base segura. De ahí la importancia de los cuidados afectivos en los primeros años y de establecer relaciones de apego seguro, teniendo en cuenta, además, que ya desde el nacimiento y las primeras semanas de vida, el bebé (no solo los padres) lucha por establecer esas relaciones gracias a sus capacidades y a su autonomía naciente.
Componentes genéticos. Algunos investigadores de la psiquiatría biológica postulan que existe una vulnerabilidad genética que se transmite a lo largo de generaciones. Sería otra vía para facilitar esa vulnerabilidad: el establecimiento de circuitos neuronales y neuroquímicos particulares.
Componentes sociales. Determinadas situaciones sociales pueden favorecer la expresión de la depresión o su cuidado inadecuado o parcial: las situaciones de sometimiento crónico sin posibilidades de salida, el alcoholismo y otras adicciones, la marginación y el aislamiento social y afectivo, la penuria socioeconómica, las pérdidas afectivas reiteradas que los allegados y la sociedad no ayudan a elaborar, los deterioros culturales e ideológicos que dificultan el cuidado de los afectos o el cuidado de los niños...

Prevención y tratamiento

Por eso a menudo decimos que la depresión se puede prevenir. No todas las depresiones, no la depresión como trastorno mental, pero sí muchos de los trastornos depresivos. ¿Cómo? Pues con cuidados más próximos o continuados en la infancia, con una mayor atención social a los procesos de duelo y sus consecuencias, a los sentimientos y las necesidades de los niños, y un menor hincapié en la exigencia, el cumplimiento, la culpa... Atendiendo a los niños en duelo o afectivamente negligidos, abandonados o mal cuidados, en vez de pseudodiagnosticarlos como TDAH o como “niño bipolar”... Esas serían actividades de prevención primaria y promoción de la salud mental.
Sindrome cuadrada

Insisten en que mi hijo tiene TDAH

Una prevención secundaria implica el tratamiento precoz y adecuado, y eso únicamente puede lograrse si conocemos sus manifestaciones; sobre todo si, cuando estamos muy tristes o crónicamente tristes, somos capaces de comunicarnos, de hablar de lo que sentimos, en vez de caer en el aislamiento y despreciar la ayuda de allegados, amigos y familiares.
¿En qué consiste y en qué debería consistir el tratamiento de la depresión? No es un asunto libre de controversias médicas, psicológicas, sociales, morales e incluso antropológicas. Por ejemplo, hay numerosos estudios, realizados también en España, que muestran que, al mismo tiempo que la “depresión” se diagnostica más y más y se administran ingentes cantidades de fármacos “antidepresivos” a la población, las depresiones graves se diagnostican y tratan peor... Con consecuencias a veces trágicas.
Una persona con una depresión grave siempre tiene ideas de suicidio. Puede que las lleve adelante incluso si es bien tratada, pero sobre todo si no está tratada o está mal tratada. En nuestro país, los últimos datos publicados (2012) dicen que se suicidan más de siete personas por cada 100.000 habitantes: más de 3.500 personas cada año (probablemente más de 5.000). Esas cifras suponen el 13,6% de la mortalidad general entre los 15 y los 24 años y el 15% de la mortalidad general entre los 25 y los 34 años.
Afortunadamente, solo una minoría de las personas deprimidas intenta el suicidio, una minoría aún más pequeña en el caso de los sufrimientos psicosociales mal diagnosticados como depresión... Aunque algunos de los grupos de “pseudodepresiones” hacen muchos más intentos: se estima que, por cada suicidio consumado, se dan veinte o veinticinco intentos, muchos de ellos más “comunicativos” que dirigidos a lograr la muerte. Sin embargo, en algunas personas, la desesperanza con respecto al mundo hace que no solo deseen suicidarse, sino que quieran que los familiares o allegados o acompañantes dejen también “este mundo cruel”, con el resultado de muertes por accidentes provocados (sobre todo de circulación), homicidios de familias completas o aviones estrellados... Esos son los extremos de la depresión grave, sobre todo cuando no es tratada de forma integral.

Un abordaje integral para tratar el trastorno depresivo

El tratamiento que hoy se da habitualmente a las personas deprimidas y pseudodeprimidas consiste, básicamente, en fármacos y más fármacos. Nosotros lo llamamos “unidimensional”. Puede ser eficaz y, a veces, necesario en determinadas personas y depresiones, pero cuando se han estudiado sus resultados en grupos amplios y a lo largo del tiempo, no ha demostrado su utilidad para la población general salvo en un apartado concreto: el aumento exponencial de la venta y el consumo de psicofármacos, en especial antidepresivos. Sin embargo, en ocasiones y casos (contados) ha de utilizarse esa “vía rápida”, aunque solo de entrada.

Por el contrario, el tratamiento integral de un trastorno como la depresión debería incluir al menos las medidas siguientes:
  • Psicoterapia, imprescindible en todo tipo de trastornos depresivos y pseudodepresivos.
  • Psicofarmacología, pero no en todos los casos, desde luego.
  • Ayuda a la familia, en particular en las depresiones graves.
  • Cuidados corporales: ejercicio físico, deportes adecuados, masajes, relajación (que ya se incluían en los templos del antiguo Egipto).
  • Amigos y allegados que se preocupen de uno, que estén atentos a las necesidades afectivas.
  • Actividades laborales, sociales y de formación atractivas, interesantes, que promuevan el desarrollo solidario de la persona.
Está claro que ni las depresiones reales ni las pseudodepresiones poseen soluciones fáciles ni rápidas. Pero, por cuestiones culturales e intereses económicos, es lo que se busca... aunque a medio y largo plazo no sea ni fácil ni una solución (a veces, el tratamiento crónico con fármacos provoca problemas biológicos, psicológicos y sociales añadidos, por ejemplo en el trabajo).
La tendencia al uso de los “antidepresivos” como única solución es lo que hoy domina: “La rapidez es decisiva”, dice incluso su publicidad. “Hay que barrer los síntomas de la depresión”. “A las dos semanas de actuar, con un reajuste serotoninérgico intersináptico, los síntomas pueden mejorar”. ¿Es tan fácil? ¿Se pueden solucionar estados mentales que comprometen tan seriamente los sentimientos propios y la relación con los otros por esa vía rápida? Nuestra respuesta es que no, aunque en algunos casos, la rapidez de intervención es fundamental, como en algunas depresiones del puerperio.
Diga lo que diga una psiquiatría “milagrera”, hoy de moda, para mejorar los trastornos mentales graves se necesita tiempo y tratamientos no solo profesionales, sino con la colaboración del propio sujeto, sus allegados y las redes sociales. Ese es el mejor tratamiento: el integral. Se necesita paciencia y contención. Se necesita elaboración de los conflictos internos y los interpersonales. Muy a menudo, se necesita la compañía de un psicoterapeuta experto que escuche, contenga y ayude a encontrar salidas ante la sensación de “pantano sin salida” que vive la persona deprimida. Esa es la otra vía, que puede parecernos “lenta y trabajosa”. Y lo es: ni la psiquiatría ni la psicoterapia poseen hoy otros medios que hayan sido probados y que sean más rápidos, suficientemente eficaces y, al tiempo, seguros.

La vía intermedia

¿En qué consiste esta vía? En adelantar el uso del fármaco y aprovechar el efecto beneficioso del antidepresivo para lograr que la persona acepte la psicoterapia para ayudarle a elaborar el “bache emocional” con su participación activa, y pueda tener capacidades para afrontar otros acontecimientos vitales dolorosos o frustrantes en el futuro.
Ese es el objetivo de una psicoterapia para la persona con depresión: no solo que salga de su bache actual, sino que pueda aumentar su repertorio de actividades mentales y en la vida social que le ayuden a afrontar los futuros conflictos. Pero no es fácil, y hay que asegurarse de que el psicoterapeuta esté bien formado y posea experiencia sobre este tipo de complejas situaciones.

A veces es muy necesario usar esa “vía intermedia”: por ejemplo, ante el joven capaz y sensible que se está hundiendo en el pantano depresivo y que, en parte por orgullo o narcisismo, puede negarse a acudir a psicoterapia o, incluso, a usar fármacos. Ahí, la ayuda de su familia y allegados, orientados por los especialistas, es fundamental: precisamente cuando está sufriendo, y no cuando está tan solo protestando o quejándose, es cuando hay que recomendarle, sin insistencia ni mal humor, “lo bien que te vendría compartir estos sentimientos con alguien: con amigas, amigos... con un psicoterapeuta...”.
Sin insistencia, pero con claridad y firmeza. Aunque se enfade y rechace esos consejos familiares. Con cariño y cuidado, la familia y los allegados pueden ayudarle a reflexionar; seguro que hay aspectos personales que pueden gestionarse de otra forma en esta situación y, sobre todo, en situaciones futuras. Por ejemplo, dejar de trabajar o de estudiar solo debe hacerse en los peores momentos y, desde luego, durante pocos días. Pocas cosas cronifican más una depresión que la baja laboral sin tratamiento integral. Y en el caso de las “pseudodepresiones”, este es un elemento grave del empeoramiento, la cronificación, pues aumenta la pasividad, el sometimiento, los rasgos de personalidad dependientes, la falta de autoestima...

Optar por la solidaridad

Los amigos, allegados y familiares pueden hacer mucho por la persona que padece una depresión, sobre todo al principio: acompañándolo en su sufrimiento, no insistiendo en soluciones supuestamente simples o rápidas, estando a su lado intentado comprender sus vivencias y sentimientos, ayudándole a tomar decisiones y, sobre todo, a posponerlas hasta que su estado afectivo mejore... Porque aunque el depresivo se aísle, en realidad está buscando vías para mantener la relación con los demás y su autoestima. Solo que, por definición, la depresión es una vía poco adaptativa de sobreponerse a las pérdidas, los dolores y las frustraciones que acompañan toda vida humana.
Hay medios psicológicos, biológicos y sociales que nos pueden ayudar a buscar otros caminos, con las ventajas que eso comporta para las personas afectadas, y las ventajas sociales que conlleva: pensemos que han padecido diversos tipos de depresión personas que han hecho importantísimas aportaciones sociales y culturales. Una lista interminable en la que podríamos incluir a pintores como Vincent van Gogh y Edvard Munch, escritores como Virginia Wolf y Miguel Delibes, músicos como Kurt Cobain, Mozart, Beethoven, Rajmáninov o Mahler (tratado por Freud), políticos como Lincoln y Willy Brandt, el Che Guevara... Es otro argumento para defender que la ayuda a las personas que se deprimen también es otro campo en el que podríamos optar por la solidaridad, el cuidado y las actividades reparatorias en vez del individualismo y el “sálvese quien pueda”: muchas de ellas son muy sensibles, inteligentes, cumplidoras o creativas, y pueden hacer aportaciones a la humanidad, como es el caso de esos y otros muchos artistas, creadores y emprendedores que han pasado a lo largo de su vida importantes periodos depresivos.

Quien sabe salir bien de un “bache emocional” importante, o de los “pantanos de la depresión”, está mejor preparado para afrontar conflictos en el futuro. Y eso únicamente es posible en la relación con los allegados y en las relaciones sociales. Sin embargo, quien no sale, o “sale mal”, está preparado para recaer.

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