sábado, 18 de noviembre de 2017

El Peregrino que ha sido olvidado


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Adrián Guacarán fue un símbolo de aquella Venezuela de esperanza, de solidaridad y de fraternidad entre ciudadanos que hicieron de esta tierra un lugar donde convivir con las diferencias, se hizo un modo de ser.
Aquella voz que resonó en el alma del país cuando de niño le cantó al papa Juan Pablo II se ha ido desvaneciendo mucho antes de su muerte física.  Ha ido muriendo en esta etapa política en la que se ha tratado de borrar el pasado, que ha desecho los valores, la fraternidad y la ética.
Murió en un hospital público igualmente arruinado como lo está todo el país, implorando ayuda por medicinas, por una mano amiga que donara los medicamentos que requería para salvar su vida, así como están muriendo cientos de venezolanos diariamente.
Pero Adrián no entrará en las estadísticas de muertes violentas, su caso no aplicará como homicidio culposo y la razón de su muerte no conmoverá a Nicolás Maduro ni a la cúpula del chavismo que disfruta de un oasis de bienestar del poder. Esa muerte no es razón para rectificar, como para aceptar las exigencias de la ONU y de la OEA de aceptar la ayuda humanitaria para salvar a miles de vidas.
La muerte se ha mimetizado en el paisaje cotidiano. Los gritos de auxilio que se expresan en las redes sociales, en videos improvisados, en las aisladas expresiones de médicos y de enfermeras que claman por el auxilio, no alteran el mundo socialista creado por Chávez y Maduro. El dolor se acoge de manera íntima por el ciudadano común con resignación y orando para no ser víctima de una enfermedad o de un ataque sorpresivo en cualquier esquina.
Mientras Adrián agonizaba, en la OEA se presentaban los testimonios  de las víctimas asesinadas por los cuerpos de seguridad y colectivos oficialistas. Entre ellos estuvo el padre del joven de 17 años, Fabián Urbina, quién fue asesinado por la Policía Nacional. “Enfermarse es una sentencia de muerte” denunció ante los representantes de la OEA al referirse cómo su hijo salió a protestar luego de que su madre muriera por falta de medicamentos para el cáncer que padecía.
Pero la cotidianidad de la muerte sigue su curso en un día normal. Tres venezolanos fueron asesinados para quitarles el celular mientras sobrellevaban su día normal de trabajo en la ciudad de Caracas. Otro joven que hacía compras con su esposa e hijos fue detenido por policías del CICPC y asesinado de 8 disparos. La muerte del joven ingresará a las estadísticas oficiales como enfrentamiento y su caso, denunciado por familiares, quedará enterrado en un expediente en algún archivo de la Fiscalía.
La muerte de Adrián y de tantas personas nos obligan a recordar que una vez existió una Venezuela que celebró con esperanza y optimismo, que un niño venezolano de diez años de edad pudiera conmover de tal manera a una figura tan prominente como la de Juan Pablo II aquel día de 1985 cuando cantó “El Peregrino”.
Twitter: @folivares10

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