El uso patológico de Internet empieza como una afición, pero después de un tiempo empieza a ocupar una parte central en la vida de la persona, que utiliza la pantalla del ordenador para escapar del mundo real
Internet es un instrumento de comunicación, de trabajo, de ocio, de información, de compra-venta y de otras actividades que ha supuesto un cambio en la forma de relacionarnos con las personas, con los dispositivos electrónicos y con los hábitos de consumo. Conectarse a la Red representa, en la mayor parte de los casos, implicarse en actividades positivas que generan muchas ventajas y, en último término, una mejora en la calidad de vida. Sin embargo, algunas personas vulnerables (menores, personas solitarias, inestables emocionalmente) pueden quedar atrapadas en la Red, generar una falsa identidad -un yo a la medida de los deseos de uno mismo- y sustituir el mundo exterior por una realidad virtual.
La compulsión que induce al uso abusivo de Internet, con un abandono de las aficiones, de las relaciones presenciales y de las obligaciones laborales/académicas, se relaciona con un flujo de transrealidad que recuerda la experiencia de las drogas. La mayor ventaja del ciberespacio es el anonimato y la accesibilidad. En estos casos el uso patológico de Internet empieza como una afición, pero después de un tiempo empieza a ocupar una parte central en la vida de la persona, que utiliza la pantalla del ordenador para escapar del mundo real y mejorar su estado de ánimo.
La adicción a Internet se realimenta con actividades múltiples, como conectarse a las redes sociales, escuchar música, ver videoclips, buscar información, visitar un perfil en una red social, publicar fotos o vídeos de forma constante, descargar música o películas, jugar con otras personas o hacerlo solo o contra el ordenador, descargar apps gratuitas, chatear, compartir ficheros, publicar mensajes en un blog, crear un avatar, usar una webcam. Es decir, la Red permite satisfacer dos tipos de necesidades básicas: la estimulación solitaria y la búsqueda de interacción social.
Esta adicción puede afectar al 5% de los usuarios de la Red y se manifiesta en una serie de síntomas: privarse de sueño para estar más tiempo conectado; descuidar otras actividades importantes, como el tiempo con la familia, las relaciones presenciales o las obligaciones cotidianas; pensar en Internet constantemente, incluso cuando no se está conectado; e intentar limitar el tiempo de conexión pero sin conseguirlo. El componente objetivo de la adicción es, más allá del tiempo invertido, la interferencia negativa grave en la vida cotidiana; el subjetivo, la utilización del ciberespacio para mejorar el estado de ánimo y escapar de una vida real que se percibe como insatisfactoria.
La Red permite satisfacer dos tipos de necesidades básicas: la estimulación solitaria y la búsqueda de interacción social
A diferencia de otras adicciones a sustancias químicas, como el alcohol u otras drogas, la adicción a Internet no está rechazada socialmente, la Red es necesaria para desenvolverse en la vida cotidiana y, por ello, no se puede marcar la abstinencia como un objetivo terapéutico en las personas adictas.
Sin embargo, no es lo mismo ser adicto a Internet que adicto en Internet. Es el caso, por ejemplo, de personas con otras adicciones (adicción al juego on-line, adicción a las compras, adicción a los videojuegos, adicción al sexo) que se enganchan a Internet por las posibilidades de accesibilidad, inmediatez y anonimato que ofrece la Red.
Así, por ejemplo, el juego de apuestas on-line facilita la exposición al juego a personas que no se atreven a acudir a una casa de apuestas, dificulta la protección a los menores, permite camuflar la identidad más fácilmente, potencia la satisfacción inmediata del ansia al estar disponible las 24 horas, no está expuesto a la censura social y, al ser algo oculto, derriba más fácilmente las inhibiciones que la persona pueda tener. Además, una gran parte del dinero apostado on-line se hace durante el mismo partido. Se trata, por ello, de un juego más impulsivo, que puede relacionarse con el consumo de alcohol y la emoción del directo.
La adicción al sexo por Internet, a modo de impulso incontrolado, con intervalos cada vez más cortos y con necesidad de estímulos más excitantes, se instaura por su fácil acceso y por el anonimato que conlleva. Entre sus variantes están el cibersexo solitario (webs porno), muy ligado a la masturbación, y el cibersexo social (ligochats, webcam), que ofrece todas las variantes imaginables en un espacio sin culpa ni vergüenza. El cibersexo contribuye a fomentar las fantasías más osadas, tan importantes en el ámbito del sexo, y es una vía de escape para las personas más inhibidas. A veces, el cibersexo está asociado a la adicción a la cocaína. Algunos síntomas de esta adicción son pasar muchas horas en los chatseróticos o buscando cibersexo, localizar personas anónimas para desarrollar fantasías sexuales que normalmente no se realizan en la vida real, masturbarse mientras se está en el chat erótico y preferir obtener el placer sexual en Internet antes que en la relación con la propia pareja.
A su vez, la adicción a las compras por Internet funciona como un hábito inadecuado que se adquiere a fuerza de repetir una conducta que en un principio resulta agradable (consumir) o bien como una estrategia de afrontamiento inadecuada para hacer frente a los problemas personales. La impulsividad, la baja autoestima y la insatisfacción con uno mismo propician estas conductas, que se caracterizan por compras que son innecesarias, que no están planificadas y que desbordan la capacidad de gasto de la persona. Al ser realizadas con tarjeta de crédito, no tienen efectos negativos inmediatos y facilitan el descontrol. El frenesí de las compras busca cubrir ciertos vacíos existenciales. Los valores sociales impulsan al consumo en una sociedad en la que más se es cuanto más se tiene y que no ve ningún peligro en el consumo desmesurado.
El enfoque de tratamiento es distinto según se trate de una persona adicta a las pantallas o de un adicto en Internet. En el primer caso se trata de establecer unas normas básicas de funcionamiento (control de horario estricto, cultivo de aficiones off-line, relaciones sociales presenciales, contacto con la familia, atención a las obligaciones cotidianas, afrontamiento de problemas de soledad o timidez, etcétera). Y en el segundo caso, en cambio, la personas afectada debe tomar conciencia del problema existente, sentirse motivada por el cambio y llevar a cabo un tratamiento específico para hacer frente a la adicción y a los problemas colaterales planteados.
Enrique Echeburúa es catedrático de Psicología Clínica de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU). Académico de Jakiunde.
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