Rafael Garcìa Marvez
Brasil es un extenso y poderoso país que limita, prácticamente, con todas las demás naciones suramericana: Colombia, Venezuela, Guyana, Surinam y la Guyana Francesa; Argentina, Uruguay y Paraguay al sur y al oeste con Bolivia y Perú. Son más de ocho millones de kilómetros cuadrados, es decir, siete veces más las dimensiones territoriales de Venezuela.
El triunfo de Jair Bolsonaro, 55 % de los votos, más allá de cualquier otra interpretación o acerba crítica, válida para los radicalismos, tiene para todo nuestro hemisferio una excepcional connotación geopolítica. Su triunfo no fue una competencia en contra del actual presidente en ejercicio, Michel Temer. Ni siquiera, mirando más profundo, fue una lucha en contra de Fernando Hadad, 45 %, candidato del Partido de los Trabajadores (PT). Sí fue una derrota aplastante al expresidente Lula Da Silva; asimismo a su colega Dilma Rousseff. Pero lo más trascendente fue sin titubeo la sepultura del Foro de Sao Paulo. Ese nido de víboras que ha sido refugio de comunistas y socialistas corruptos patrocinado por el tirano Fidel Castro para liquidar las democracias en América Latina. Por cierto, en esa ciudad simbólica de Sao Paulo, la más poblada de Brasil, el PT fue derrotado con una amplia mayoría por el Partido Social Liberal (PSL), como lo fue en Río de Janeiro y Minas Gerais, también de los más poblados y ricos de esa inmensa región del sur.
Este acontecimiento del domingo pasado, 19 % de abstención, viene a consumar el trágico cuadro del socialismo brasileño. Con Lula preso por corrupto y la expresidente Dilma Rousseff derrotada en sus aspiraciones de ocupar un escaño como senadora, que tan solo alcanzó un deshonroso cuarto lugar, no le va a ser sencillo levantarse.
Pocas dudas caben entonces, de que a partir del 1 de enero de 2019 fecha de la toma de posesión del ultraderechista, la actitud que asumirá esa gran potencia suramericana frente al gobierno de Nicolás Maduro será más determínate, más radical que la del actual mandatario brasileño Michel Temer.
Temer llegó a esa posición a través de una circunstancia coyuntural como todos conocen. No a través del voto popular y eso es una limitante; una fragilidad en términos de legitimidad que comprometía la toma de decisiones duras frente al hecho fáctico del desplazamiento de migrantes, por ejemplo.
Distinto será de ahora en adelante frente al pronunciamiento masivo de apoyo hacia el candidato del (PSL), quien, a su vez, complicará en extremo la cohabitación amistosa con el régimen venezolano. Este podrá actuar sin ningún tipo de ataduras, con ambas manos sueltas.
En conclusión, la victoria de Bolsonaro cuestionado por unos cuantos por su condición de ultraderecha, es producto de un pueblo, en este caso el brasileño, que se asqueo de la astral corrupción de los socialistas, de la crisis económica, de promesas incumplidas. Tanto, como corre por las redes, que un candidato que fue acusado de misógino, pero las mujeres votaron por él, de homofóbico y resulta que los homosexuales votaron por él, de racistas y los negros votaron por él, es prácticamente un respaldo incondicional. Todos estos hechos ciertamente paradójicos, extraños, se traducen como resultado de los altos niveles de irritación y de rechazo a los robos y coimas de los gobiernos corrompidos e ineficientes del fracasado socialismo.
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