Dirigente histórico de la Revolución cubana, frenó la invasión de Bahía de Cochinos
José Ramón Fernández, en su despacho en la Habana en abril de 1996 |
Aunque no era gallego sino descendiente de asturianos, al histórico dirigente cubano José Ramón Fernández todo el mundo lo conocía en Cuba por el apelativo cariñoso del Gallego Fernández, debido a esa proverbial costumbre cubana de designar de ese modo a todos los nacidos en España, sean estos vascos, manchegos, catalanes o andaluces, excepto si son naturales de Canarias, en cuyo caso son isleños.
Hijo de dos emigrantes de Oviedo y Morcín, El Gallego Fernández [fallecido el domingo en La Habana a los 95 años] nació en 1923 en Santiago de Cuba y se educó en colegios públicos y en los Hermanos La Salle, hasta que decidió hacer la carrera militar. Estudió en las escuelas de cadetes y de artillería de Cuba y se graduó en la Escuela de Artillería del Ejército de Estados Unidos, en Fort Sill (Oklahoma), a principios de los años cincuenta.
Después del golpe de Estado de Fulgencio Batista, en marzo de 1952, Fernández formó parte de un grupo de oficiales que se rebeló contra el dictador dentro de las filas de su propio Ejército, durante la llamada Conspiración de los Puros, motivo por el cual fue encarcelado en 1956. Pasó tres años en la cárcel, donde conoció a algunos de los hombres de Fidel Castro, cuya revolución triunfante lo liberó en enero de 1959.
Al salir de presidio, Castro le pidió que dirigiera la Escuela de Cadetes del Ejército Rebelde para formar a aquella desorganizada tropa de barbudos, campesinos y gente de pueblo que había combatido en la Sierra Maestra pero que no tenía preparación militar.
El Gallego Fernández contó en más de una ocasión que aquel día le contestó a Castro que él ya tenía un trabajo como administrador de un central azucarero, donde ganaría un buen salario, y que no le interesaba regresar al Ejército. “Fidel comenzó a dar pasos dentro de aquel pequeño salón. De repente, se detuvo, me puso la mano en el hombro y dijo: ‘Creo que tienes razón. Tú te vas para el central, yo me voy a escribir un libro sobre la Sierra Maestra, y la revolución que se vaya al carajo”. Ese mismo día, tomó posesión como director de la Escuela de Cadetes del Ejército Rebelde. Fue el único oficial del anterior Ejército al que Castro le asignó mando de tropas.
En abril de 1961, cuando la invasión de Bahía de Cochinos, bajo las órdenes de Fidel, El Gallego Fernández dirigió los combates que acabaron en tres días con el intento de derrotar por la fuerza a la revolución, que declaró su carácter socialista en ese momento. Desde entonces, El Gallego se convirtió en uno de los más cercanos y efectivos colaboradores de Fidel Castro.
Pasó por diversos cargos en las Fuerzas Armadas, incluido el de viceministro, y fue después ministro de Educación durante 20 años, además de diputado, vicepresidente del Consejo de Ministros de Cuba y miembro del comité central y del buro político del Partido Comunista de Cuba, además de ser Héroe de la República.
Fue también presidente del Comité Olímpico Cubano y la persona encargada de atender las siempre delicadas relaciones con España y sus autonomías. Amigo personal de Manuel Fraga, organizó el viaje del presidente de la Xunta a Cuba en 1991 en los momentos más difíciles de la isla después de la desaparición del bloque socialista. Ese mismo año, en medio de la peor crisis cubana, cumplió con el compromiso de organizar en La Habana los Juegos Panamericanos, en los que Cuba venció a EE UU.
Conocía al dedillo los pormenores de la política española y, por su seriedad, palabra y buen hacer, fue respetado por gobernantes españoles de izquierda y de derecha. Hombre de confianza de Fidel y Raúl Castro para las misiones más difíciles, era un empedernido lector de EL PAÍS y de la prensa española. Llegaba a las seis de la mañana a su oficina, y no eran raros los días en que, a las siete u ocho de la mañana, sonaba el teléfono de casa de este periodista cuando era corresponsal en Cuba: era El Gallego para comentar pormenores de la política interna española o expresar su parecer por artículos aparecidos en el periódico con los que estaba o no de acuerdo, pero siempre con buenas formas y respeto.
Estaba casado con la combatiente revolucionaria Asela de los Santos y tenía tres hijos.
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