martes, 28 de mayo de 2019

Joshua Cohen: "Internet potencia nuestros peores impulsos y apetitos"

Autodidacta pero señalado por Harold Bloom, sus relatos parodian la manipulación de las nuevas teconologías en nuestro cerebro. De eso trata su libro 'Cuatro mensajes nuevos'

El escritor estadounidense Joshua Cohen, fotografiado en 2008 en Turín


Un mensaje salta en mi pantalla. "Estoy terminándome el café, nos vemos en 10 minutos". Son las 8:55 a.m. en Brooklyn, Nueva York, y Joshua Cohen desayuna con cafeína para chatear sobre Cuatro mensajes nuevos, segunda traducción (de Javier Calvo) que la editorial De Conatus nos brinda de la celebrada y urgente obra de este joven y no tan airado escritor y ensayista judío norteamericano (Nueva Jersey,1980); autodidacta sin grado universitario (estudió composición musical sin llegar a graduarse, se jacta) y multipremiado por la prensa de su país; elevado en su treintena al parnaso del códice Harold Bloom como el reemplazo generacional de (nada menos que) Philip Roth, Henry Roth y Nathanael West. Sus novelas y relatos parodian insidiosamente la manipulación que las nuevas tecnologías imprimen en nuestro desarmado cerebro.
Y digo no tan airado porque, pese a calificar sin ambages a Donald Trump como un enfermo mental y un "imbécil" sensu stricto (léase discapacitado mental), burdo remedo de "hombre rico proyectado desde la mentalidad de un pobre [de espíritu]"; y a ningunear el poder de Estados Unidos ante el Estado de Sión, Joshua Cohen duerme sus noches tranquilas, seguro de que nunca la humanidad se expresó, leyó y escribió tanto y tan libremente como hoy. Sí, incluso literatura. Y porque se considera a sí mismo un hombre privilegiado, colmado de libertad de expresión y entregado a la loable misión de llegar allí donde la literatura más convencional (o mediocre) no llega: la conciencia de los más perezosos, iletrados de las redes en relación simbiótica con los personajes de sus narraciones.
Una adolescente se suicida después de someterlo a votación en Instagram. Malasia, ayer mismo. ¿Hemos vendido nuestro alma a las redes?
No lo sé, más bien creo que internet ha desarrollado la habilidad tecnológica de manipular nuestra conducta, potenciando nuestros peores impulsos y apetitos. Y somos prácticamente impotentes frente a ello.
"Somos la primera generación nada, no tenemos nada que escribir ni nadie que lo lea, todo el mundo está demasiado ocupado tecnologizándose y demasiado agobiado sacándose títulos", dice uno de sus personajes sobre el mundo circundante. ¿Esto puede ir incluso a peor?
Esa nada a la que se refiere el personaje no es necesariamente negativa, hay más libertad que nunca para hablar y escribir. Las tecnologías nos acercan al resto del mundo, nos hacen conscientes de otros mundos y formas de ser, y esto es un material muy rico para los escritores. Esa falta de audiencia de la escritura supone a la vez la libertad de explorar la multiplicidad de perspectivas.
Ah, ¡me sorprende su positivismo!
No es una cuestión de negativo o positivo, es lo que me ha tocado vivir: no puedo vivir otra vida ni en otro tiempo. Y la función de un escritor es pensar qué hago con esto.
¿Qué espera de la literatura en este contexto de mensajes apresurados y mal escritos?
La gente lee y escribe más que nunca. No precisamente literatura, pero las tecnologías nos dan acceso a comunicarnos de muchas maneras, y esta comunicación es susceptible de convertirse en literatura reveladora del mundo que vivimos. Y ese es precisamente el asunto sobre el que yo escribo: cómo el sujeto se siente impelido a comunicarse.
¿Escribe para viejos? ¿Lee la gente joven o está demasiado ocupada tratando de comunicarse, como bien dice?
La literatura ha de esperar, siempre está ahí para hacer sonar la nota más profunda, para expresar la emoción más intensa, y la gente llega a ella en un momento dado de su vida, cuando le toca; no es algo programático. Hace poco asistí al funeral de un amigo de mi abuelo que había sido un trabajador artesano, nada intelectual: un hombre que trabajaba con las manos y cuando llegaba a casa veía los deportes en la televisión. Pues bien, la lectura que se le dedicó a la hora de su muerte fue un poema, porque era lo que mejor expresaba su vida. Nunca ha habido expresión cultural más intensa que la literatura.
Escribió la primera novela en 'streaming', ¿una parodia o lo hizo para animar a la gente a escribir?
Lo hice como una sátira de los implacables procedimientos de internet para crear, el apetito sin fin por el material de escritura, un apetito desmedido y que nunca consigue saciarse. Además quise parodiar la contradicción que sufre el escritor, entregado a una labor que exige lentitud y pausa, en un mundo que premia la rapidez por encima de todo.
¿Su literatura puede considerarse política?
Escribir es un acto político en sí. Elijo sentarme en una mesa y escribir literatura en lugar de trabajar en un banco o una compañía tecnológica, y esto es un acto político. Pero claro que hay emociones y sentimientos en lo que escribo, clasificar la literatura es un reduccionismo.
 Estudiaba música y se decantó por la literatura como "un acto de rebelión contra la estupidez". ¿Cómo va su rebelión particular?
Es un acto de rebelión que no termina nunca: siempre habrá algo por lo que enfadarse, ante lo que no rendirse.
En medio del desierto intelectual que nos aqueja, ¿dónde reside y qué valor tiene la libertad hoy?
La libertad es algo completamente distinto para cada uno. Para mí es poder expresarme; y soy un privilegiado, porque muchos otros luchan por la simple libertad de caminar al aire libre o poder reunirse con su familia. Pero este privilegio supone a la vez una responsabilidad: la de no rendirme para que otros conquisten la suya, la de existir y ser dueños de su destino, porque todas las libertades están interconectadas.

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