Una retrospectiva en el Centro Pompidou restituye a la fotógrafa
y pintora como una figura central del arte en los años treinta
Cargó, durante tiempo, con la etiqueta de "la musa de Picasso" o, en una variación un poco más favorable para ella, "la fotógrafa de los surrealistas". Como si Henriette Théodora Markovitch (1907-1997), más conocida como Dora Maar, no hubiese podido figurar, como merecía, en el canon del arte del siglo XX. Como si estuviese condenada a no ser más que un apéndice de otros.
Una retrospectiva del Centro Pompidou de París, titulada Dora Maar, reúne más de 400 piezas que podrán verse del 5 de junio al 29 de julio. La muestra la restituye como una figura central en el arte de su época: una precursora de la fotografía de moda y documental, y una pintora de segundo rango pero notable que, sin embargo, pasó buena parte de su existencia bajo la sombra del autor del Guernica.
Cuando la crítica de arte Victoria Combalía —una de las responsables, a partir de los años noventa, de la restitución de Dora Maar en su justo lugar— decidió aproximarse a aquella anciana que había sido amante de Pablo Ruiz Picasso y amiga de los surrealistas, ya la avisaron. Dora Maar vivía aislada, no hablaba con casi nadie, rehuía el mundo exterior y sobre todo no quería hablar de Picasso. Combalía le escribió una carta y unos días después, a una hora convenida, la llamó por teléfono. Era 1994. Dora Maar descolgó. ¿La clave para romper el cerco? "Madame Maar, no quiero hablar de Picasso, quiero hablar de usted", le dijo. Y funcionó.
Las conversaciones que mantuvieron Combalía y Maar —cuatro en total, de una hora y media cada una, todas por teléfono— le sirvieron a Combalía, colaboradora de EL PAÍS, como base para escribir la biografía Dora Maar. La mujer invisible (Circe, 2013), que la editorial Éditions Invenit acaba de publicar en francés. El libro explora, entre otros aspectos, la tormentosa relación de Maar con Picasso, que se prolongó de 1936 a 1946 y la marcó para siempre. "Él la abandonó. Ella fue sometida a electroshocks. La trató el doctor Lacan", explica Combalía, quien finalmente, con delicadeza, logró que Maar le hablara de Picasso ("Era muy hombre y celoso de sus derechos", le dijo). Quizá nunca acabó de recuperarse. En todo caso, su reputación siempre estuvo asociada a Picasso, cuando no tapada por él. Fue una gran historia de amor entre dos artistas en la cúspide de su creatividad, pero también, durante el resto de la vida de ella, una losa tanto personal como artística.
La exposición del Pompidou hace visible el corte que Picasso supuso en su carrera. Hasta ese momento, Dora Maar era fundamentalmente una fotógrafa. Primero, de moda, en revistas ilustradas, y también de publicidad. Los retratos de la modelo Assia o de Nusch Éluard y los anuncios de champú o de cremas faciales difuminan la frontera entre la fotografía funcional y la artística, y conectan con los experimentos surrealistas. Los reportajes en los barrios pobres de Barcelona, Londres o París se enmarcan en la mejor fotografía documental de los años treinta, la de los Cartier-Bresson o Brassaï, y resaltan su compromiso político. La incursión en el surrealismo —los retratos de los poetas Éluard, Prévert, Breton, Cocteau; los collages y fotomontajes o el inquietante Portrait d'Ubu— cierran esta etapa, la más fecunda y perdurable, anterior a su unión con Picasso.
Como muchos fotógrafos de entonces, Dora Maar consideraba la fotografía como un arte inferior a la pintura. Su encuentro con Picasso, cuando ella era una fotógrafa reconocida y él ya estaba considerado el mayor pintor del siglo, la llevó a dejar de lado la cámara. Fotografió el Guernica durante su creación, pero pronto dio prioridad a los pinceles, su primera vocación, a la que en realidad dedicaría la mayor parte de su vida: cinco décadas.
Ella retrató a Picasso y Picasso a ella: el más célebre de los cuadros en los que el malagueño la retrata es La mujer que llora. La relación acabó mal. Hay en el Pompidou un retrato de Dora Maar realizado en 1946 por Brassaï, con el porte severo, sola y rodeada de cuadros en su estudio, que refleja toda la melancolía del momento.
"Si ella hubiese continuado con la fotografía, habría sido como Cartier-Bresson. Un crítico de la época la ponía al lado de Heartfield y Man Ray", dice Victoria Combalía, quien en 1995 organizó la primera retrospectiva de Dora Maar, en Valencia. "Lo que ella tiene es una mirada muy personal, un misterio, a veces un poco de humor negro, y, respecto a los pobres y los desheredados, una piedad laica". ¿La destruyó Picasso? "No, tampoco. Destruir sería demasiado. El abandono traumático la destruyó bastante psicológicamente. Pero ella era muy fuerte. Superó el trauma con la pintura, la religión y el psicoanálisis con Lacan". Al morir, a los 90 años, no dejó herederos conocidos. Se encontraron familiares lejanos en Francia y en Croacia. Su obra se dispersó.
Dora Maar decía: "Después de Picasso, solo hay Dios", pero ella fue mucho más que "la musa de Picasso", una etiqueta tan reductora que oscurece una figura que había brillado con luz propia antes de conocer al genio de Málaga. La incógnita es qué habría sido si Picasso no se hubiese cruzado en su camino, qué habría hecho, qué lugar habría ocupado en la historia del arte. La exposición del Pompidou permite imaginarlo.
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