martes, 25 de junio de 2019

Escribir sobre la mafia, jugarse la vida

Los periodistas son, junto a policías y jueces, la última línea de resistencia ante la Cosa Nostra. A veces, acercarse a la verdad mata

El periodista italiano Mario Francese en los años sesenta.
El periodista italiano Mario Francese en los años sesenta. 


La Mafia no existe, ese ha sido el punto de partida esencial de la existencia de la Mafia en Italia, y en cualquier otro sitio. A partir de ahí, todo lo que sea demostrar que existe es un bien precioso para la sociedad, pero un grave problema para quien lo demuestra. Como es natural, en esta lentísima labor en siglo y medio de vida, y muerte, de las mafias italianas han tenido mucho que ver algunos periodistas. Forman parte, junto a policías y magistrados, de un equipo de choque, la última línea de resistencia de un país civilizado. Más allá, es el caos, o el territorio de la Mafia. El oficio del periodista en estos casos es el más sencillo y complicado: decir lo que no se sabe o no se debe saber. Sacar a la luz lo que está escondido, hacer explícito lo que el miedo convierte en secreto.
Escribir sobre la Mafia en Italia ha sido y, a veces todavía, es jugarse la vida. El caso más conocido en España es el de Roberto Saviano, pero es el penúltimo de una larga serie. Después del caso del autor de Gomorra (2006), por ejemplo, no tuvieron ningún eco en el extranjero las amenazas y el intento de atentado contra el periodista siciliano Lirio Abbate, que tuvo que irse de Palermo y desde 2007 vive con escolta. Se fue a Roma y allí destapó desde 2012 la nueva Mafia surgida en la capital, y se le abrió un nuevo frente de amenazas. Antes que ellos hubo muchos más, en tiempos más difíciles, porque estaban más solos.
Es necesario conocer el trabajo de estos pioneros, auténticos héroes de la democracia a quienes se puede imaginar perfectamente como en un wéstern, porque eso ha sido Sicilia y el sur de Italia durante décadas. Necesario porque una parte de lo que sabemos de la Mafia se lo debemos a ellos, aunque no lo sepamos. Conocemos mucho más de la Mafia por las películas que por la realidad, cuando la realidad suele darle mil vueltas. Sobre esto hay un caso insólito, el de El caso Mattei, de Francesco Rosi, un filme excepcional, y luego muy influyente, estrenado en 1972, precisamente el año de El Padrino. Es la otra cara de la moneda de la gran película de Coppola, basada en una novela, que estiliza la Mafia y la convierte en mitología en el ámbito mundial. La de Rosi no, se basa tanto en la realidad que acaba metida dentro de ella, y luego es la realidad la que termina en la película. Lo explico. El filme relata la historia de Enrico Mattei, un genial industrial italiano que se enfrentó al monopolio de las grandes petroleras norteamericanas y murió en un extraño accidente aéreo en 1962, tras pasar unos días en Sicilia. Como se demostró luego, fue un atentado y la sospecha es que fue obra de la Mafia, subcontratada por élites poderosas. Pero todo esto aún era un tabú cuando Rosi quiso hacer su película. En 1970 llamó a un sagaz periodista siciliano, Mauro De Mauro, y le pidió que investigara el caso para documentarse bien en la preparación del filme. A los pocos días, De Mauro desapareció. Todavía hoy es un caso sin resolver y su cuerpo no ha sido hallado. Según Sciascia, tocó la verdad sin saberlo. En Italia, acercarse a la verdad más inconfesable mata, es como acceder al fruto del bien y del mal. Lo que hizo Rosi a continuación es muy interesante: contó eso mismo en la propia película. La película irrumpe en la realidad, y la realidad en la película. Todo es verdad, no hay ficción. El cine italiano siempre se ha acercado así a la Mafia, no tanto el de Hollywood.
A los mafiosos les encantan las películas de la Mafia, pero también leen, leen muchísimo los periódicos. Para saber lo que se sabe, por pura autocomplacencia e incluso para enterarse también ellos de lo que pasa. Cuando les pillan no es raro que tengan libros de la Mafia, a veces sobre sí mismos. Algo curioso de los mafiosos es que al moverse en un mundo hermético y resbaladizo, viven en la desinformación, ávidos de datos fiables. Lo que se escribe también puede suponer una condena para ellos mismos, cuando trascienden escuchas en las que alguien habla demasiado o revela traiciones imperdonables. A veces causa suicidios, igual que la publicación de secretos es motivo de homicidios.
Fava rompió el silencio sobre la Mafia y el dueño del diario puso una bomba en la redacción para avisarle de que parara
Hubo periodistas que tocaron esa verdad letal, una labor temida que hacían por todos los demás sin apenas no ya recompensa, sino reconocimiento. Caían en el olvido y a menudo les seguía una segunda muerte social. Algunos no solo eran muy valientes, también eran muy jóvenes. Antes que De Mauro, en 1960 fue asesinado Cosimo Cristina, de 25 años, un crimen que la Mafia hizo pasar por suicidio, dejando su cuerpo en un túnel del tren. La verdad tardó 40 años en salir a la luz, gracias a otro periodista. Un cronista que también investigó ese homicidio, Mario Francese, acabó asesinado en 1979 por documentar el ascenso del temible clan de los Corleoneses. Giovanni Spampinato, un reportero que apuntó las relaciones entre terrorismo neofascista y la Mafia, murió acribillado con 25 años en 1972. El periodista napolitano Giancarlo Siani, que investigaba la Camorra, fue asesinado con 26 años. También hubo locutores heroicos en las televisiones locales sicilianas, como el periodista y activista Mauro Rostagno, asesinado en 1988. En 1993 la Mafia segó la vida de Beppe Alfano, otro cronista de una cadena local, y a los seis meses, la de su director, Antonio Mazza.
Pocos casos más audaces que el de Peppino Impastato, que hacía un programa satírico en la radio de su pueblo, Cinisi, burlándose de los mafiosos locales. Fue asesinado en 1978, y la Mafia simuló que era un terrorista que había muerto al intentar colocar una bomba. Fue otro caso olvidado durante años, rescatado por otra excelente película, I cento passi (Los cien pasos, 2000), de Marco Tullio Giordana. Escribió el guion Claudio Fava, periodista e hijo de Pippo Fava, otro cronista asesinado en Catania en 1984. Cualquier periodista que se queje cuando le den un toque desde arriba al abordar un asunto que no debe, que piense en Fava y se le pasará. Era director de un periódico en esta ciudad siciliana y cuando empezó a romper el silencio sobre la Mafia causó tal conmoción que fue el dueño del diario quien puso una pequeña bomba en la redacción (esto lo supo luego, claro) para avisarle él mismo de forma clara de que era mejor dejar lo que estaba haciendo. Como no hizo caso, lo siguiente fue despedirle. Pero Fava fundó su propio diario, I Siciliani, continuó y lo siguiente fue matarle. Su hijo ha contado sus recuerdos de la prensa siciliana cuando era niño, llena de fotos terribles de los homicidios mafiosos: “Esos muertos, a la manera de los muertos de la Mafia en Sicilia, tenían algo de carnicería. La Mafia tenía necesidad de ofrecer imágenes de su fuerza, para decir: ‘Esta es nuestra ciudad”. Ellos controlaban su imagen en la prensa exactamente como querían, con las fotos de sus crímenes. Pero de lo demás, ni una palabra. Sicilia e Italia fueron cambiando cuando la Mafia empezó por fin a ser contada.
Íñigo Domínguez es autor de ‘Paletos salvajes. Crónicas de la Mafia II’ (Libros del KO), cuya dedicatoria es para los valientes periodistas italianos.

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