La dimensión de la tragedia venezolana de la emigración registra dos momentos esenciales de desplazamiento humano de grandes proporciones. A lo interno el denominado Deslave de Vargas (1999) con 30 mil muertos, generó un desplazamiento de miles de personas quienes se refugiaron en otras regiones del país.
Hasta el sur venezolano, Guri, La Paragua, Puerto Ayacucho, Upata, entre decenas de ciudades y pueblos, recibieron a los desplazados del estado Vargas. Familias enteras se vieron en la necesidad de buscar refugio y protección frente a un devastador fenómeno natural que sepultó con lodo y barro, decenas de pueblos y caseríos en el litoral venezolano.
El segundo momento de migración forzada más grande en la historia reciente, lo estamos viviendo con el desplazamiento de poco más de 4 millones de personas –según estimaciones de ACNUR- por razones socioeconómicas y políticas. Esto sobrepasa el 13% de una población estimada en cerca de 30 millones de habitantes. Las proyecciones indican que para fines de 2019 la migración de venezolanos estará sobrepasando los 7 millones, convirtiéndose Venezuela en el primer país del mundo con más desplazados, superando a Siria país que se encuentra en guerra civil desde hace poco más de 4 años.
La sociedad venezolana solo había registrado otro acontecimiento de semejantes proporciones, como consecuencia de las guerras de emancipación, en el siglo XIX. Fueron la llamada Emigración al oriente venezolano, el desplazamiento de Valencia a Cundinamarca –Colombia- y la huida a las Antillas –asedio a Angostura- por el río Orinoco. Esos movimientos migratorios dejaron desolación y trajeron miseria y muerte.
Parte de esa población se refugió en las islas del caribe, como Granada, San Vicente, Puerto Rico y Cuba. Inicialmente fueron recibidos de manera solidaria. Poco después debieron trasladarse a otras regiones por las manifestaciones de odio y rivalidades.
Indicamos esto porque en este nuevo movimiento migratorio se está experimentando la misma situación que por aquellos tiempos se vivieron con los venezolanos que se vieron forzados a irse del país.
No nos interesa referir las penurias que desde el mismo momento de partir vivieron aquellos connacionales y que viven éstos del siglo XXI. Los registros históricos describen escenas espeluznantes, dramáticas y muy dolorosas.
Sin embargo, quienes sobrevivieron continuaron con sus vidas, aportando en su cotidianidad la tradición de una cultura que más allá de las fronteras, ha sabido adaptarse e integrarse a las nuevas realidades.
Es eso lo que a fin de cuentas ha quedado y seguirá afianzándose. La fuerza de una cultura que a través de sus hacedores se hace infinita en la dura jornada de los días.
Entre los muchos aportes que el venezolano de siempre brinda al mundo, hay dos grandes experiencias que gradualmente resaltan. Me refiero a la gastronomía y el uso idiomático.
Poco conocida en el siglo XX es por estos tiempos que la cultura gastronómica comienza a rodar por el mundo con su plato bandera, la arepa. Ya es común relacionar al venezolano con la arepa, como en el pasado se le vinculó al petróleo. Esta exquisita tortilla de maíz, inicialmente combinada con la tradición de acompañantes que ha tenido, desde los diferentes tipos de quesos, carne, pollo, entre otros. Ahora encuentra nuevos acompañantes de acuerdo al país que visita.
He leído que en países escandinavos las rellenan con caviar. En Madrid existe una franquicia donde la arepa se rellena con queso manchego o jamón serrano, mientras que en Alemania y Polonia, son las salchichas que adornan el interior de la arepa.
Pero no solo es la majestuosa y ancestral arepa que nos sirve como carta de presentación. También el tequeño se está haciendo imprescindible en Chile, Argentina y México al momento de ir al cine para ver una película.
El pabellón criollo, la hallaca, el pan de jamón y las extraordinarias empanadas indisolublemente adheridas a la malta, son parte del nuevo paisaje culinario mundial. Porque el migrante venezolano, una vez que salió espantado de este infierno chavizta-socialista, ha ido a parar a los confines de la tierra. Como quienes se fueron a la misma Patagonia argentina. O el joven que se largó a fabricar quesos artesanales en Nueva Zelanda. Otros han ido a parar a China, Vietnam y hasta Corea del Sur.
También con la muy elaborada pastelería venezolana, como las jóvenes hermanas que están en Italia o las ya famosas y tradicionales pastelerías de Miami, Houston y Nueva York. Maestros y ayudantes de cocina venezolanos son buscados por restaurantes famosos para dar a conocer esta impresionante y multisápida gastronomía.
El otro extraordinario aporte está referido a nuestro español venezolano. No solo son los neologismos. Es la manera de pronunciar el español desde el centro del alma. A todo pulmón y con la sonrisa en el rostro. Salen las palabras del hablante venezolano para pronunciar el sentimiento de hermandad, solidaridad y reconocimiento del Otro, semejante o diferente.
Es que la alegría de vivir priva en la idiosincrasia y cotidianidad del venezolano. De quien se sabe heredero de una cultura y la practica a través de su lengua. Porque ella posee sabor y sabiduría ancestral.
Escuché hace poco un comentario según el cual en Santiago de Chile, mientras un venezolano esperaba el ascensor, se le acercó un vecino y le preguntó si era venezolano. –Sí, vengo de Venezuela, contestó. –¡Qué bueno! le respondió el chileno. No se vayan jamás, ustedes nos alegran la vida.
Ahora Venezuela está expandida en el mundo. Ahora el mundo es un poco más soportable, más grato y cordial.
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