“Aleja de mí la ofensa que temo… Yo he deseado tus preceptos; … Muéstrame, Señor, tu amor y salvación, tal como lo has prometido. Así podré responder al que me ofenda, pues confío en tu palabra.” Salmo 119:39-42 (DHH)
El temor al rechazo viene de todas partes: tu matrimonio, tu familia, tus padres, en la escuela, en el trabajo, de viejos amigos, de decepciones, de la crítica, de sólo un vistazo. Incluso tenemos la expresión, “si las miradas mataran”. ¿Alguna vez has visto a una persona manipular a otra con el simple movimiento de una ceja?
¡Eso es miedo al rechazo! Y puede obstruir tu vida de muchas maneras.
El miedo al rechazo evita que demos y recibamos amor. Las heridas del pasado previenen relaciones futuras. Algunas veces decimos, “Me quemé con la estufa caliente. ¡Nunca la volveré a tocar!” Y entonces aplicamos eso a las relaciones: “Salí muy herido en mi matrimonio. ¡Nunca me volveré a casar!” El problema es, las personas no son estufas. Las personas cambian.
Nuestro miedo al rechazo está basado en dos cosas:
Primero, todos necesitamos ser amados. Es un hecho. Lo necesitamos. Todos necesitamos desesperadamente dosis masivas de amor en nuestras vidas para ser individuos sanos. Dios dice: “Quiero amarte”. La Biblia dice que Dios es amor. Necesitamos ser amados. Y Dios dice: “Quiero amarte”.
Segundo, creemos falsamente que otras personas deberían suplir todas nuestras necesidades. Cuando esperamos que alguien más satisfaga todas nuestras necesidades, nos preparamos para una herida. Nos estamos preparando para el rechazo.
Podemos decidir poner a Dios en primer lugar, porque Él es el único que en última instancia puede satisfacer todas nuestras necesidades
¿Acaso Dios nos puede amar a través de otras personas? Por supuesto. ¿Quiere Dios que amemos a otras personas? Sí. ¿Nos quiere usar como conducto de su amor? Absolutamente.
Pero nunca tendrás todas tus necesidades satisfechas por cualquier persona o grupo de personas. Dios nunca quiso que fuera así. Simplemente no tienen suficiente amor porque el amor humano es limitado. Pero el amor de Dios es ilimitado e incondicional. No importa cuán profunda sea tu necesidad, Dios puede llenarla Y Él nunca se secará.
Reflexiona sobre esto:
- ¿A quién o a qué acudes normalmente para satisfacer tu necesidad de ser amado?
- ¿Cómo has permitido que tus experiencias anteriores con las personas nublen la forma en la que piensas del amor de Dios?
- ¿Qué necesitas tener hoy, que solo el amor de Dios puede llenar?
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