La investigación policial de unos restos humanos conduce al presunto responsable de la muerte de dos personas en una pensión de Tenerife
Madrid
En la tercera planta de una pensión de mala muerte en el barrio de la Cruz del Señor en Santa Cruz de Tenerife no existía control alguno. “Las habitaciones del primer y el segundo piso constan en el libro de registro, pero de las del tercero —donde indigentes, drogadictos, prostitutas y gente de mal vivir campaban a sus anchas— apenas hay anotaciones”, señala el investigador del grupo de homicidios de la Policía Nacional en Tenerife, a quien todas las pesquisas en relación con la desaparición de una mujer en junio de 2009 y con la muerte de un hombre que iba en silla de ruedas en enero de 2010 llevaban a la habitación 306 de ese hostal.
Solía ocupar esa estancia José Antonio, J. A. L. A. por sus iniciales, Jala para los investigadores. Un hombre canario, que por aquel entonces, en 2009, tendría unos 34 años. Había sido antes un chaval descarriado que se alejó de su familia al mismo tiempo que se aficionó a las drogas. “Se especializó en localizar a personas que cobraban ayudas por alguna discapacidad o invalidez y las extorsionaba o maltrataba hasta sacarles los cuartos”, explica el investigador. En esa pensión solo tenía que esperar a que llegaran sus potenciales víctimas.
Acumulaba denuncias por malos tratos a mujeres a las que había robado y amenazado con violencia, pero su primera víctima mortal —que se conozca— fue Adoración. Una mujer con un problema en la cadera que le había producido una cojera y una invalidez por la que cobraba unos 400 euros al mes. A sus 38 años, también alejada de su hija y sus nietos, vivía en la habitación 207 de aquella pensión y tonteaba con las drogas. Así conoció a Jala.
Ambos fueron detenidos por trapichear con estupefacientes y coincidieron en la cárcel. “Donde mantuvieron algún vis a vis, y donde ella, pese a haberle denunciado por malos tratos, le hacía transferencias de dinero, de hasta 700 euros, a su peculio”, relatan los investigadores.
Al salir de la cárcel volvieron a coincidir en la pensión, y Adoración dejó su habitación y se cambió a la 306, según consta en el registro del hostal con una anotación a mano del 25 de junio de 2009. Nadie la volvió a ver.
Su hija, en 2013, extrañada de no saber nada de su madre en años, fue al banco a hablar con la persona que solía atenderla. El último movimiento en su cuenta era del 22 de junio de 2009: “Sacó 400 euros”. Acumulaba casi 20.000 euros en esa cuenta. “Eso es imposible en mi madre, algo le ha pasado”, diría después su hija a los investigadores de la Policía Nacional.
Se abrió así una investigación que condujo enseguida a Jala, pero este se encontraba de nuevo en prisión, cumpliendo condena por matar a un hombre que iba en silla de ruedas en enero de 2010. “Lo hizo en la habitación 306, encontraron allí su cuerpo a los dos meses de la muerte, oculto entre dos colchones; también le robaba”, recuerdan los investigadores.
En la inspección de aquel crimen se encontró una salpicadura de sangre en la 306 correspondiente a una mujer, pero entonces —2010— a Adoración todavía no la buscaba nadie.
La denuncia de su hija en 2013 llevó a la policía a acusar a Jala de la desaparición forzosa de Adoración, pero no existía cuerpo del delito. “Solo sospechas: él era el último que la vio con vida, el que la acompañó al banco a sacar 400 euros, él fue quien avisó a la dueña de la pensión de que dejaba su habitación para cambiarse a la suya...”.
Un petate de la cárcel
En 2016, unos chavales encontraron un petate con el logo de Instituciones Penitenciarias (una rueda dentada) que contenía restos humanos. Estaba en un barranco, a 400 metros de la pensión. Todo hacía pensar que podía ser Adoración. Las pruebas de ADN lo confirmaron: “Tanto las realizadas a su hija como la de aquella salpicadura de sangre hallada en la habitación 306”.
Finalmente, la juez ordenó que se analizara el teléfono móvil que le había sido requisado a Jala en la cárcel. “Había muchas fotos de mujeres y una fotografía borrada precisamente el 25 de junio de 2009”. Los investigadores acudieron a un experto capaz de idear una especie de “sistema de rebobinado de imagen”. Y ahí estaba la víctima: tendida en la cama, sobre un colchón de tonos azules con flores, con la cara amoratada por los dos días que habían pasado desde que fue asesinada. Le rompió el hioides (el hueso de la garganta). “Esperó a que superara el rigor mortis y la metió, doblada, en el petate de la cárcel para arrojarla después por el barranco”, aseguran los investigadores, que informaron a Jala en prisión de que se le atribuía este otro asesinato la semana pasada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario