domingo, 29 de septiembre de 2019

El cebiche como refugio

La nicaragüense María Elena ha compartido su receta en la feria Andalucía Sabor, un plato que ejemplifica el dolor del exilio forzoso y la esperanza de una nueva vida


La nicaragüense María Elena posa con su receta de cebiche en la feria Andalucía Sabor en Sevilla.
La nicaragüense María Elena posa con su receta de cebiche en la feria Andalucía Sabor en Sevilla. ALEJANDRO RUESGA
La familia de María Elena, nombre ficticio, se reunía todos los fines de semana para comer cebiche y beber cervezas. Una costumbre que se truncó en septiembre de 2018 cuando ella tuvo que abandonar abruptamente Nicaragua, junto a su marido y sus hijos de siete y tres años, huyendo de la represión del Gobierno de Daniel Ortega a raíz de las manifestaciones que se saldó con más de 200 muertos, 1.600 desaparecidos y más de 50.000 exiliados. En estos 12 meses que lleva refugiada en España aún no ha tenido tiempo de preparar ese plato porque no ha tenido un hornillo donde cocinar. La añoranza de la comida nicaragüense y de los seres queridos que se reunían en torno a ella ha acompañado a María Elena, agriando aún más la extrañeza y la soledad que han rodeado su destierro, y a la vez ha sido el hilo con el que ha ido tejiendo la esperanza de poder forjar una nueva vida en España. Ese plato es el que cocinó el pasado lunes junto al chef Julio Fernández en la segunda edición del evento Acoge un Plato, que CEAR organizó en el marco de la feria gastronómica Andalucía Sabor, celebrada en Sevilla.
“El cebiche para mí significa mi familia. Adaptarse a la comida española, pese a ser muy parecida a la de Nicaragua, ha sido una de las cosas más duras para mi hijo. Menos mal que en unos días nos mudamos a un piso y podré por fin cocinar”, explica María Elena en un despacho del centro de refugiados que CEAR tiene en el barrio de Torreblanca de la capital andaluza y en el que lleva residiendo con sus hijos y su marido dos meses. Él fue el primero en aterrizar en España. Un conocido, también nicaragüense, les ofreció una habitación en Sevilla. “Cuando yo llegué, se había arrepentido”, recuerda María Elena. Una familiar lejana les encontró un local —“un bajo con cuatro paredes y un baño, sin nada más”— en Écija. Allí malvivieron durante mes y medio, hasta que gracias a los contactos de CEAR, les facilitaron un hostal en la localidad sevillana de Dos Hemanas. “Allí pasamos los nueve meses más largos de mi vida”, recuerda.
María Elena compatibilizaba su trabajo como profesora de inglés en la Universidad Americana de Managua con un empleo en el aeropuerto de la capital en Delta Airlines. Durante las protestas de 2018, el aeropuerto se convirtió en un puesto de operaciones del espionaje del Gobierno de Ortega. Por allí entraban y salían los principales líderes opositores y allí fueron detenidos algunos de esos dirigentes, como Medardo Mairena o Félix Madariaga. “Un trabajador oficialista me advirtió de que me estaban vigilando y esa fue la alerta que nos hizo abandonar el país”. Antes, había sido apedreada dentro de su coche cuando se dirigía a dar clases a la facultad y los agentes habían entrado en el autobús escolar de su hijo para revisarlo. “Nos habíamos tenido que mudar de casa y cambiamos al niño de colegio por seguridad. El Gobierno había desarrollado tal límite de maldad que sentí que no podía sobrellevar mi vida”, explica.
La llegada a España tampoco fue fácil. Acostumbrada a gozar de una posición económica desahogada y a tener un empleo estable, la inactividad forzosa y forzada por no tener permiso de trabajo y su abismal cambio de vida le hicieron replantearse su decisión de abandonar su país. “Me arrepentí muchas veces. Este tiempo solo hemos tenido contacto con migrantes con los que hemos compartido tristezas y añoranzas. Los comentarios racistas que oía en el bar del hostal, quejándose porque veníamos a robarles sus puestos de trabajo, eso es lo que más me golpeó”, reconoce.
María Elena y su marido consiguieron trabajo hace un par de meses y van a mudarse a un piso en unos días. “Ahora siento que voy a empezar a echar raíces”, explica, aunque su sonrisa no termina de arrancar en una cara de facciones circunspectas. Teme a los infiltrados del Gobierno nicaragüense. Su solicitud de refugiada aún está en trámite y existen posibilidades de que el Ministerio del Interior español no la admita y tenga que regresar a Nicaragua. “Antes me ponía muchas metas, pero ahora no me genero expectativas, porque nada depende de mí, tengo lo que tengo hoy”, resume su cambio de percepción vital.
Este pragmatismo no empaña sus esperanzas. “Mi país está secuestrado y creo que desde fuera puedo ayudar. En América Latina tenemos un problema, vamos de dictador en dictador, caemos en un populismo detrás de otro porque el pueblo no tiene conocimientos en democracia o derechos humanos. Yo he aprendido más aquí de ellos que en toda mi vida en Nicaragua”, explica. Espera volver, aunque no ahora. “Lo mínimo que voy a hacer es regresar a la universidad y formar a profesionales en valores humanos”, afirma.
Esa vehemencia es la que utiliza para expresar la gratitud que siente por poder participar en Acoge un Plato y evocar el torrente de emociones que implica el cebiche. “La vida son experiencias que vas ganando y te enriquecen, quién me iba a decir que iba a conocer a un chef con estrella Michelín”, sostiene. Ese chef, Julio Fernández, tiene un sentimiento similar: “No solo estamos acogiendo personas, estamos acogiendo cultura, absorbiendo de ellos, y en unos años, como hace más de nueve siglos en Andalucía, donde convivieron la cultura cristiana, la árabe y la judía, lo suyo, sus sabores, sus orígenes, serán los nuestros”.

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