La urbe colombiana, parte de la red 100 Ciudades Resilientes, lanza su hoja de ruta para mejorar su respuesta ante las adversidades
Bogotá
Mauricio Armitage, el alcalde de la ciudad colombiana de Cali, admite sin tapujos que hasta hace poco no conocía el concepto de resiliencia. Pero eso no le impide acogerlo con entusiasmo, ni afirmar que los caleños llevan años siendo resilientes, sobreponiéndose a retos persistentes y eventos excepcionales.
La capital del departamento del Valle del Cauca se convirtió en 2015 en la segunda ciudad de Colombia en sumarse a la organización 100 Ciudades Resilientes —una iniciativa de la Fundación Rockefeller—, después precisamente de Medellín, la otra urbe colombiana que sufrió a finales del siglo pasado el estigma del narcotráfico y los embates de los grandes cárteles. Este miércoles, la conocida “capital de la salsa” presentó su estrategia de resiliencia, específicamente diseñada para los desafíos que enfrenta, con cinco ejes o líneas de acción: educación, convivencia, movilidad, sostenibilidad y planeación. “Mi gabinete está comprometido con incorporar el enfoque de resiliencia en el trabajo de toda la administración”, ha enfatizado Armitage, un empresario que ha apoyado sin matices la reconciliación del país tras el proceso de paz con la guerrilla de las FARC.
Cali y Medellín son parte de las 17 ciudades latinoamericanas que hacen parte del programa global. “La verdad es que han sido ejemplo a nivel mundial de cómo han buscado seguir cada vez más hacia algo mejor. Y esto ha sido de mucha ayuda para trabajar con otras ciudades de la red, como Ciudad Juárez en México, que han sufrido condiciones similares”, explica Jessica Hernández, directora Asociada para 100 Ciudades Resilientes. “Parte de este ejercicio es intercambiar experiencia y crear redes de apoyo, las ciudades se pueden enriquecer como pueden enriquecer a otras, la Ciudad de México, o las de Brasil. La red visibiliza problemas que no son de una región, sino de las dinámicas de las ciudades”, agrega.
Las urbes de la red cuentan con una oficina de resiliencia que trabaja de la mano de la Alcaldía para generar estrategias y planes de acción a la medida de las problemáticas y vulnerabilidades de cada una. “La propuesta es ver la resiliencia como un tema más amplio, no solo de manejo de riesgos ante desastres naturales, sino que tome en cuenta también lo que le llamamos tensiones crónicas, que son estos retos constantes que tienen las ciudades de violencia, desempleo o crecimiento económico”.
La educación como motor
Cali, con 2,4 millones de habitantes, es la gran urbe colombiana en el occidente del país, la puerta al Pacífico, una de las regiones más golpeadas por el conflicto armado. Con tasas de homicidio por encima del promedio nacional, la reducción de la violencia urbana es uno de sus desafíos, y uno de los principales motores de su estrategia de resiliencia es la educación, a través de una gran inversión en infraestructura y calidad educativa. El proyecto Mi Comunidad es Escuela tendrá la inversión más grande que se ha hecho en el sistema educativo público en la historia de la ciudad, con unos 500.000 millones de pesos (más de 150 millones de dólares). “El enfoque es la inclusión, la raíz, canalizar a los jóvenes, que puedan ver que hay oportunidades, formas más creativas”, apunta Hernández.
La ciudad también ha emprendido esfuerzos en movilidad, con una reforma al sistema de transporte masivo, y el reforzamiento del dique (jarillón) que la protege de las inundaciones del río Cauca. La estrategia de resiliencia da orden y sentido a todos esos esfuerzos, con una hoja de ruta que sirve como carta de navegación y también involucra a la academia, organizaciones civiles y empresarios. A fin de cuentas, los caleños, aún sin saberlo, llevan años siendo resilientes.
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