EL EMERGENTE
Por Ignacio Serrano
El joven Martín Prado quería jugar beisbol. Pero ese sueño pareció frustrarse en 2000, cuando muchos de sus amigos y compañeros firmaron contratos de Ligas Menores y él no. Tenía 16 años de edad, era inteligente y buen estudiante. Si no podía lograrlo en los diamantes, al menos le quedaba la opción de seguir una carrera universitaria. Y hacia allá enfiló.
Probablemente llegó a pensar que su sueño de jugar en las Grandes Ligas nunca ocurriría. Pero le faltaba muy poco para empezar el camino que con el tiempo le llevaría a disputar el Juego de Estrellas de la MLB.
Prado estudiaba ingeniería en la UCV cuando le llegó la ansiada oportunidad. Estaba en el básico y probablemente ya se veía en un futuro como ingeniero mecánico. Muchos de sus compañeros de generación estaban ya en las granjas. Miguel Cabrera entre ellos.
Su primer viaje fuera de Venezuela fue en 2003, a una liga en categoría Novatos. Cabrera comenzaba en esa misma justa su recorrido por las Mayores. Él tardaría todavía cuatro campeonatos más para llegar.
¿Cómo un pelotero así llegó a ganar tal respeto de sus pares, que se despide entre aplausos, como capitán de los Marlins?
La respuesta está precisamente en las largas vueltas que dio Prado para llegar a su Ítaca beisbolera, los escollos que encontró, lo mucho que conquistó, a pesar de no tener las habilidades naturales de un Cabrera, un Johan Santana o un Félix Hernández.
Nativo de Maracay, hizo de su casa el gimnasio de cada estadio donde jugó. Célebres entre periodistas fueron las largas esperas que nos “regaló”, porque al terminar el juego tenía que seguir trabajando. Lo que la naturaleza no le dio a su físico, él procuró conseguirlo con disciplina y esfuerzo. Y no solamente trabajando el cuerpo. También la mente.
Muchos peloteros se habrían rebelado ante la orden que un día le dio Buddy Bailey, enviándole al outfield. Ya tenía las charreteras de un bigleaguer recién graduado, ¿por qué debía aceptar una mudanza a tan lejana posición? Merecía la segunda base. Pero aquellos Tigres de Aragua tenían abundancia de infielders y el tozudo timonel estadounidense quería contar con su bate. Así que lo mandó al rightfield. Y Prado aceptó.
Tiempo después, admitió que la decisión de Bailey se había convertido en una enseñanza. Sacó aprendizaje de aquello que inicialmente no le gustaba. Supo que aprender los secretos de otros lugares del diamante podría abrirle puertas. Usó la cabeza y siguió ascendiendo.
Para 2009 ya era uno de los utilitys más reputados en la Gran Carpa. Había cubierto la inicial, la intermedia, la antesala, las paradas cortas, el jardín izquierdo y el derecho, había sido designado y jugaba casi a diario en Atlanta. En 2010 fue llamado al Juego de Estrellas.
¿Cómo llegó a la cita en Anaheim, si los scouts suponían en 2000 que no tenía suficiente madera para firmar? Por su carácter. Porque nunca se rindió. Por su fortaleza intelectual. Jugaba con inteligencia, pero también se preparaba con inteligencia. Así compensó las desigualdades. Bateó sobre .300 cinco veces. Los Yanquis lo buscaron a mediados de 2014 para ayudarse a avanzar a los playoffs. Fue nombrado capitán de los Marlins en 2016. Fue el tercera base de la Selección Nacional un año después, en el Clásico Mundial.
Esa experiencia con la Vinotinto, paradójicamente, marcó el comienzo del fin. Se lastimó gravemente la corva en ese torneo y ya no volvería a ser el mismo. Los problemas en las rodillas y en los tendones ubicados detrás de esa parte del cuerpo le llevaron al quirófano, le quitaron tiempo de juego y le arrebataron la capacidad para ayudar con el madero. El que se convirtiera en brillante defensor de la esquina caliente pasó a ser visitante habitual del cuarto del trainer. Su adiós a los 36 años de edad se debe a eso.
Prado pudo ser ingeniero, cuando perdió la esperanza de firmar para jugar beisbol profesional. Luego de 14 temporadas en la MLB, está claro que no va a ganarse la vida diseñando maquinarias.
También está clara su vocación de pedagogo. “Esto es una cadena, lo que he recibido de otros, me toca enseñarlo a mí ahora”, ha dicho. Su tesón e inteligencia hicieron de él un bigleaguer respetado y admirado por sus pares, y no pasará mucho tiempo para que emprenda una carrera fuera de terreno que le llevará a las oficinas, como ejecutivo, o al rol de manager en las Grandes Ligas.
Nada de eso se estudia en la UCV, el alma mater que abandonó para ir en busca del sueño que llegó a creer perdido, y que hoy se completa con esta despedida entre aplausos.
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Columna publicada en ElNacional.com, el sábado 15 de febrero de 2019.
Ignacio Serrano
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