2020 no es un simple punto en la Historia. Es un hito especial en la proyección existencial de un país que pudiera estar pisando el terreno del desarrollo humano, de acuerdo a las proyecciones de hace dos décadas del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) establecidas para esta fecha. Hoy esos indicadores, abandonados por los teóricos nativos de lustros atrás y más aún por aquellos abanderados de los frustrados cambios del milenio, no son más que espejismos dejados atrás en el tortuoso camino de una nación fracturada por los odios, la pobreza, la represión y la distancia que impone el éxodo entre millones de connacionales.
Un amigo cercano, que fuera migrante en el mejor momento de su vida, me comentaba hace días que ya no podíamos hacer nada. Que tendríamos que coexistir con el oprobio porque éste se había adueñado del país. Que se había apagado la llama de la causa de liberación, en parte porque ya no había luchadores, ni siquiera aceptables activistas, en una sociedad que se ha aletargado y quedado huérfana de inspiración, sumergiéndose en el lodo del conformismo.
Yo comprendí su sentir más no lo compartí. Sé que en este largo camino emprendido hace más de dos décadas, enfrentando una revolución devastadora del alma nacional, habíamos caído cada cierto tiempo en un lago interior oscuro y sin viento para volver nuevamente a navegar sobre la espuma de las olas del mar de leva de la esperanza renovada, una y otra vez.
Esa inercia siempre es sacudida por una conciencia nacional que pervive intacta e indomable en una nación que no se rinde y que ahora vuelve a empinarse altiva tras el sacudón producido por el periplo de un líder joven que emprendió gira por el mundo libre y que fue recibido con apoyo y aliento para persistir en una causa trascendental liberadora.
Esta conciencia nacional se encuentra viva, allí silente pero en movimiento permanente, percibida su existencia cada vez que un grito de dolor surge de la garganta misma de la patria, en momentos en que la herida abierta duele adentro, profunda, en la tragedia del sufrimiento de sus hijos, pero que emerge también de la luz de los talentos encendidos de aquellos que no se rinden y abren nuevos cauces al discurrir de las corrientes creativas del ingenio y las capacidades del venezolano. Esta última expresión se visualiza en la actividad de grupos organizados en torno a propuestas que buscan realización para que esas ideas se concreten en soluciones efectivas en todas las áreas del acontecer nacional.
El Plan País es una de esas experiencias fecundas donde centenares de venezolanos de buena voluntad dejan su huella en la arena de lo realizable, determinados a continuar adelante salvando obstáculos y empinándose sobre las dificultades.
Cuando las mismas voces del reproche intentaron la recurrente descalificación surgió la fortaleza de las mismas elaboraciones, el férreo rigor de los especialistas y la creatividad de un voluntariado que buscar trascender más allá del terreno de los sueños rotos.
Hoy el Plan sigue allí alimentándose de nuevas propuestas en su posibilidad de realización, en la espera de que sus actores logren más que un cambio político, una transmisión ordenada a un estado superior de confluencias y coincidencias en el escenario de este tiempo y este lugar. Ellas sugieren acuerdos entre todos los sectores de la vida nacional que deben estar cimentados en la diversidad y la pluralidad, como diversa es la raza venezolana y plural su pensamiento, ya que solo en el respeto a la diversidad se puede construir una unidad sólida, fecunda y no impuesta.
El regreso de Juan después de su gira debe ser el inicio de una nueva etapa, con una renovada actitud de conquista colectiva. Con un nuevo sueño compartido que fortalezca el alma de la nación. Así somos en este país, en la Venezuela que quiere cambiar para bien.
Volver a ser aquello que dejamos de ser no será más, pero tenemos la oportunidad de construir una nueva realidad de oportunidades, respeto y posibilidades para todos. Hoy toca replantear la lucha y emprender nuevos caminos para superar esta noche oscura. Se vuelve a encender la esperanza, se aviva el fuego de nuestras hogueras. Al final ellas nunca se han apagado en nuestros corazones.
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