Cuando se habla de la muerte animal se suele generar mucha controversia alrededor del tema. El sentir de las personas está divido básicamente entre quienes le dan poca o ninguna importancia y quienes consideran que es una pérdida muy dolorosa.
La psicóloga y experta en mascotas Alba Verdugo, colaboradora del HuffPost, citó en un artículo el relato de una de sus pacientes luego de que experimentara la muerte de un ser cercano:
Sabía que este momento llegaría, que su muerte tarde o temprano tenía que suceder; pero no era consciente del dolor que podía llegar a sentir. Sabía que no sería fácil, pero cuando llegó el momento, mi mundo se desmoronó. Me despertaba pensando que estaría en el salón, entraba en casa esperando encontrarlo allí, incluso en ocasiones sentía sus pasos, pero de pronto la realidad me golpeaba en la cara.
Seguramente muchos lectores creerían que este relato se refiere al profundo dolor que a la persona le causó la pérdida de un familiar. Pero en realidad se trataba de su mascota.
Sin embargo, hay quienes no pueden o les resulta difícil hacerse a la idea de que un animal puede generar un proceso como el duelo. Generalmente sueltan frases que poco ayudan y le restan valor a los sentimientos del doliente:
Solo era un animal. Puedes encontrar otro cuando quieras.No llores más, no era para tanto. ¿Vas a hacer un rito funerario? Me parece exagerado.
Lo cierto es que ha muerto un ser querido y existe una respuesta emocional a esa pérdida llamada dolor. De hecho, la ciencia ha demostrado que “perder a una mascota duele tanto como perder a un miembro de la familia”.
El duelo es la reacción de la psique ante la pérdida de una persona, animal, objeto o evento significativo. Se trata de una reacción principalmente emocional y de conducta en forma de sufrimiento y aflicción, cuando el vínculo afectivo se rompe.
Las personas que han experimentado la muerte de una mascota viven un proceso de duelo porque han perdido un ser con el que habían creado un vínculo afectivo estrecho.
Es aquí donde surge tal vez la principal controversia del tema, pues no pocas personas aún se rehúsan a aceptar la existencia de ese vínculo, desconociendo incluso los estudios que lo han puesto de manifiesto con gran evidencia empírica.
La muerte de una mascota puede ser tan impactante como la de una persona
Quienes convivimos con animales sabemos del afecto que se forma, y más aún cuando compartimos con ellos las interacciones propias de tener mascotas: alimentarlos, cuidarlos, pasearlos, acariciarlos…
Muchas veces les contamos cosas que a nadie más le diríamos, de alguna manera nos ofrecen consuelo cuando estamos tristes o en problemas y nos entregan incondicionalmente todo su amor, alegría y lealtad.
Y al morir la mascota, se rompe todo eso. La rutina dispuesta para darle su alimento, salir de paseo, llevarle a la veterinaria… de repente se interrumpe.
Surge entonces una situación desconcertante, un momento para el que pocos se preparan. Ese ser tan especial ya no está y eso duele mucho, tanto como la muerte de un familiar, pues se trata de un dolor asociado a una relación establecida en la que, por supuesto, surgen sentimientos.
Pese a los grandes avances obtenidos en concienciación animal, la respuesta de una buena parte de la sociedad continúa siendo cruda. Si niegan la existencia del vínculo afectivo que se forma con las mascotas, también ignoran y hasta ridiculizan la experimentación del duelo. Y esto puede determinar de forma sustancial cómo la persona vivirá este proceso.
Los especialistas reconocen que para una buena elaboración y superación del duelo no es aconsejable querer huir de esas sensaciones de dolor, pues no se pueden enfrentar si no se sienten.
Así entonces, quienes sufren la pérdida de una mascota merecen todo el apoyo y respeto de la sociedad como si se tratase de un familiar. Adaptarse a un ambiente en el cual falta el ser que murió no es fácil. Y así como las mascotas nos enseñan lo valiosa que es la vida, también nos hacen caer en cuenta lo duro que es aceptar la muerte.
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