TOM JONES¿Cómo soy de bueno?
Por Miguel Martínez
Desde 2010, Tom Jones ha dado un giro a su carrera, alejándose del pop masivo y el éxito transversal y buscando, mediante tres discos de versiones, una especie de redención. Con esa trilogía, que no puede ni quiere ocultar el influjo de la saga “American Recordings” de Johnny Cash, nos muestra su cara tras la máscara, su piel bajo el esmoquin, su raíz primaria. La sobrevuela un tono crepuscular, de “aún no es de noche, pero está oscureciendo”. Miguel Martínez sintetiza en este artículo los últimos años del Tigre de Gales.
Existe la creencia de que en los últimos momentos de nuestra vida, si somos conscientes de que son los últimos, vamos a pronunciar unas postreras palabras que resumirán el sentido de nuestra existencia. Pensamientos que quedarán registrados como adagios firmes, un “ahí queda eso” grabado en piedra lapidaria. Un último vals sabio y elegante. Pero diría que la realidad moribunda, tan horrible tantas veces, se acaba imponiendo a esa fantasía moral. Y entonces aparece “el horror”, que dijo el señor Kurtz en “El corazón de las tinieblas” (Joseph Conrad, 1899), “el horror”, que dijo el coronel Walter E. Kurtz en “Apocalypse Now” (Francis Ford Coppola, 1979).
Así que me cuesta, puede que porque quiero que me cueste, no ver ni escuchar los tres últimos discos de Tom Jones como la voluntad del galés de anticiparse a esa situación. La de decir ese tipo de últimas palabras ahora que, como septuagenario nada moribundo (el 7 de junio cumple 76 años), aún no es un grifo pasado de rosca y ha podido dictar este triple testamento musical con tranquilidad, sopesándolo; ahora que ha tenido el tiempo y la cabeza para pensar cada frase, cada versión escogida para señalarse las arrugas y recapitular, cincelando el autorretrato que va a dejar para la posteridad mientras va enlazando los grandes temas (vida y muerte, hogar y conexión, espíritu y sentido).
VAYA USTED A SABER
No es casualidad, claro, porque los círculos son redondos, que en octubre del pasado año saliera su autobiografía –escrita en primera persona, pero redactada por Giles Smith, periodista de ‘The Times’ y autor de “Lost In Music. Una odisea pop” (Contra, 2014)–, con el título de “Over The Top And Back. The Autobiography” (“En la cima y de vuelta”), ejerciendo de complemento literario de la trilogía –producida por Ethan Johns, a lo Rick Rubin vs. Johnny Cash, un paralelismo de cita inevitable– que conforman los álbumes “Praise & Blame” (Lost Highway-Island, 2010), “Spirit In The Room” (Island, 2012) y “Long Lost Suitcase” (Virgin-EMI-Caroline-Music As Usual, 2015). Este último también es de octubre pasado. Hay un plan.
En el citado libro, Tom no deja que ninguna verdad le estropee una buena historia, así que se aplica el Photoshop políticamente correcto para borrar, sobre todo, sus rastros de pasión extramaritales, esos que años ha no disimulaba. Mientras, ensalza a su abnegada y eterna esposa, Melinda Trenchard, la novia del instituto, la que le esperaba en casa. Habrá sido por remordimiento. Cinismo. Naturaleza humana. Por pudor. Amor tardío. Vaya usted a saber. Memoria selectiva, balones fuera: “La atmósfera estaba viva, con la posibilidad de sexo”; “La carretera te enviaba tentaciones que son difíciles de resistir”, apunta. Tom y Melinda (conocida como Linda) se casaron con 16 años, embarazados. Ella murió el 10 de abril de 2016. Por las entrevistas que él iba concediendo los últimos meses, se veía venir. Retornando a lo de que igual esto y aquello no sea casualidad, el último disco de Jones empieza con una versión de Willie Nelson, la de “Opportunity To Cry”, aquella canción que cerraba el álbum “Pancho & Lefty” (1983) del texano, a dúo con el recientemente desaparecido Merle Haggard. La que en una estrofa dice así: “Me diste tu palabra, ahora te la devuelvo, con esta sugerencia sobre lo que puedes hacer. Simplemente intercambiar las palabras ‘te quiero’ por ‘adiós’, mientras aprovecho esta oportunidad para llorar”.
Si Elvis Presley siguiera vivo, ¿cómo habría envejecido, qué habría cantado en la edad septuagenaria? ¿Qué publicaría si se hubiera levantado de la tumba y llevase cinco o diez años redivivo? Parte de mi imaginación apuesta por Alan Vega, porque algo de Suicide, en la voz de Vega, me lleva siempre, de alguna manera, a un Elvis resucitado, pero cuando escucho su último disco en solitario, “Station” (2007), descarto la opción. Un despropósito infumable. Para poner al lado del “Metal Machine Music” (1975) de Lou Reed. Sin embargo, otra parte de mi imaginación no tiene que inventar nada: le bastan estos tres últimos discos de Tom Jones para pensar que es así como habría sonado Elvis de no haber dejado el edificio y si al entrar en su octava década se hubiese replanteado que ya no deseaba que las fans le lanzasen bragas, que se acabó secarse con ellas el sudor de la cara (Tom lo hizo con la primera que le tiraron: sex bomb), que no quería teñirse más las canas ni que le produjesen Wyclef Jean, Future Cut o Nellee Hooper ni que le escribieran canciones Bono y The Edge, y que adiós a los discos de dúos con The Cardigans y Portishead y a las colaboraciones con Art Of Noise. Podría haber pasado.
LUCES DE CASINO
Jones y Presley se sentían almas gemelas y se entendían bien. Mismos orígenes (basura blanca, ya tú sabes), mismos destinos esquivados gracias a la música (el de Tom, la mina; el de Elvis, ¿algún camión?), parecidos estragos en el otro sexo... Los dos acabaron en Las Vegas. Cantantes de casino. A Presley no le dio tiempo a salir de allí. “Luces de casino, ellas solo traen oscuridad a la noche”, que entonaban Richmond Fontaine en la deliciosamente triste “Casino Lights”. Se hicieron muy amigos. Su primer encuentro, en 1965, con el de Tupelo recibiendo al de Treforest cantándole la balada “With These Hands”, hit del galés de aquel momento, y preguntándole luego si en su país tenían algo parecido a las iglesias negras de góspel, porque, si era que no, ¿cómo había aprendido él a cantar así de bien? “Escuchándote a ti, a Chuck Berry, a Fats Domino, a Mahalia Jackson en la radio. Lo que hacíamos todos en el Reino Unido”. Se intercambiaban regalos a menudo. Para Jones, el favorito de todos los que le hizo Presley –varios de ellos, bien caros– fue un libro de plegarias. Precio, diez dólares. No debía saberlo David Sharpe, vicepresidente de Island Records, la discográfica de Jones, de quien en julio de 2010, cuando se publicó “Praise & Blame”, se filtró un email –tal vez con intenciones promocionales, para asegurar ruido mediático, pues estaba fechado el 19 de mayo; que hablen de uno, aunque sea mal– donde el ejecutivo decía: “¿Esto es una puta broma? No hemos invertido una fortuna para que nos pase doce temas del ‘Libro de Oración Común’. No es para esto que le hemos pagado”. Hacía un mes, en junio, Tom había firmado con el sello un contrato por valor de millón y medio de libras. Si realmente la disquera esperaba versiones actualizadas de álbumes superventas como “At This Moment” (Jive, 1989) o “Reload” (V2, 1999), si quería otra obra de vieja escuela meets pop moderno meets Rey Dólar, su triple chasco, el que va del 39º al 41º álbúm de la carrera del galés, es mayúsculo. ¿Tom Jones incrustando su raíz fusiforme en la base del altar y abonándola con versiones de Sister Rosetta Tharpe y Jessie Mae Hemphill, del “Tower Of Song” de Cohen casi a hueso pelado, de un tema de The Low Anthem sobre Charles Darwin? ¿Tom espiritual, sacándose de la manga su “American Songbook” o su “American Recordings”, el nuevo man in black? WTF!
Igual que esos mafiosos ilocalizables que siempre se esconden en su lugar de origen, como si no pudieran alejarse de sus raíces, ya que sobre ellas se sustenta toda su trayectoria y también por su ausencia esta podría venirse abajo. Microcosmos en los que resulta casi imposible atraparlos, que son su mundo, donde respiran seguros. Porque es su aire. Entramados de seguridad. Una trama familiar. Eso ha hecho Tom con estos tres discos. Y lo ha hecho muy bien. Así debió entenderlo Bob Dylan cuando escuchó la versión de Tom de su “What Good Am I?”, la que abre “Praise & Blame”, canción que había desapareció de sus directos en 1999 (salvo cuatro interpretaciones en junio de 2010, un mes antes de salir el citado álbum de Tom), porque en 2013 la interpretó en 56 conciertos, pero aplicando los mismos arreglos que la toma del galés. En 2014 eso ocurrió 23 veces. ”¿Cómo soy de bueno si solo digo tonterías? ¿Y si me río en la cara de lo que trae el dolor? ¿Y si giro la espalda mientras mueres en silencio? ¿Cómo soy de bueno?”.
TRES EN RAYA
El más reciente Tom Jones, alejado de los caramelos pop y regalándonos un emotivo autohomenaje. En 2010 dio un giro notable a su legendaria carrera hacia los cimientos de la música con la que él creció. Sonaba a una especie de despedida reverencial a todo lo que fue y vivió; era hora de hacer balance. Ayudado por Ethan Jones, el galés revive su ayer y demuestra que todavía es capaz de dar el do de pecho con esta trilogía inesperada. Blues, rhythm’n’blues, soul, rock’n’roll, country-folk, tradicionales… Todo lanzado desde el portentoso chorro de su voz. Con orgullo. Sin ira.
“Praise & Blame”
(Lost Highway-Island, 2010)
Un estudio sobre la mortalidad inminente. Su voz de barítono, arrodillada ante un dios, imaginario o no; góspel para un funeral preventivo. Con una banda donde aparecen Booker T. Jones y Gillian Welch de invitados. Un canto espiritual desde su selva personal. Ethan Jones marca ya el territorio desde aquí y hasta 2015, con una producción de tronco liso. Y Tom, con ese vozarrón incorrupto, soltando verdades nuevas y viejas. Lo de “If I Give My Soul” de Billy Joe Shaver y su manera de despegarse del demonio, espectacular.
“Spirit In The Room”
(Island, 2012)
Eliminado el efecto sorpresa de su predecesor, Jones confirma que busca dejar aquí, en esta nueva senda, su sombrero para que sea su nueva casa. Diversidad en las fuentes (de Blind Willie Johnson a The Low Anthem) y la perversidad de que brilla más en los cortes más oscuros. Las canciones van respondiéndose unas a otras: “When The Deal Goes Down” de Dylan contesta a la plegaria de “Dimming Of The Day” de Richard Thompson; y “Love And Blessings” de Paul Simon, a la duda de “All Blues Hail Mary” de Joe Henry.
“Long Lost Suitcase”
(Virgin-EMI, 2015)
El control de calidad mantiene las constantes vitales, y la pareja formada por el “Elvis Presley Blues” de Gillian Welch y la tradicional “He Was A Friend Of Mine” ejerce de epicentro emocional. Oportunidad de imaginarse al galés al frente de The Doors en “Everybody Loves A Train” de Los Lobos o cantando en Led Zeppelin en “I Wish You Would”, blues de Billy Boy Arnold. De nuevo, el arco temporal es ancho: de un oldie roots como “Tomorrow Night”, de 1939, al “Honey, Honey” de The Milk Carton Kids, de 2013.
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