Un tipo de anticuerpos específicos contra el coronavirus que desarrollan algunos pacientes con COVID-19 podrían permanecer siete meses o más, según un estudio que indica que la inmunidad natural puede ser duradera.
La reinfección por coronavirus es posible, según se ha podido comprobar en unas cuantas personas que tras superar el COVID-19 se volvieron a infectar con SARS-CoV-2 posteriormente. Desde que comenzó la pandemia los científicos tratan de averiguar si los pacientes desarrollan algún tipo de inmunidad contra el virus, y cuánto se mantienen en el organismo los anticuerpos específicos que protegen frente a una nueva exposición al mismo. Ahora, un estudio con unas 6.000 personas indica que la respuesta inmune dura al menos siete meses.
Algunas de las investigaciones previas realizados al respecto han mostrado que los niveles de anticuerpos se reducen pocos meses después de superar la infección en el caso de las personas asintomáticas o con síntomas leves, e incluso el estudio serológico que se llevó a cabo en España reveló que solo el 5% de la población había desarrollado inmunidad frente al coronavirus.
Los hallazgos del estudio les hace pensar que la respuesta inmune se mantendría al menos un año, y “probablemente mucho más”
Cuando el coronavirus infecta el organismo nuestro sistema inmune pone en marcha una compleja respuesta que tarda alrededor de dos semanas en completarse y en el que intervienen millones de células de todo el cuerpo. Algunas de estas células con capaces de recordar al patógeno invasor para siempre y de desarrollar las armas moleculares necesarias para destruirlo, incluyendo diferentes tipo de anticuerpos.
En el nuevo trabajo, que ha sido realizado por científicos de la Universidad de Arizona (Estados Unidos) y se ha publicado en la revista Immunity, se han evaluado los datos de casi 6.000 individuos seleccionados de entre 30.000 que participaron en una campaña masiva de test, analizándose la producción de anticuerpos neutralizantes en más de 1.000 de estas personas.
Deepta Bhattacharya investigador del Centro de Cáncer de la Universidad de Arizona (EE UU) y coautor del trabajo, ha explicado que solo encontraron unas 200 personas que hubieran pasado la infección y hubieran producido anticuerpos neutralizantes y, de estas, solo seis se habían infectado entre cinco y siete meses antes, pero habían encontrado muchas más que se habían infectado entre tres y cinco meses antes. Según él, aunque no pueden saber cuánto duran los anticuerpos, sus hallazgos, unidos a lo que ya se sabe de otros coronavirus, les hace pensar que la respuesta inmune se mantendría al menos un año, y “probablemente mucho más”.
Anticuerpos de ‘élite’ contra el SARS-CoV-2
La hipótesis que manejas estos investigadores es que los datos de otros estudios que señalan que los anticuerpos decaen con rapidez se deben a que se basan en el análisis de un tipo de células del plasma sanguíneo que son las primeras en aparecer tras una infección pero cuya vida es corta. Estas células segregan anticuerpos no muy específicos, como los IgM.
Al cabo de un tiempo otro tipo de células sanguíneas más longevas aparecen en los centros germinales –que se encuentran en los ganglios y el bazo– y allí reciben antígenos del nuevo virus que facilitan una identificación más precisa del patógeno y les permiten desarrollar anticuerpos mucho más específicos: los IgG.
Los anticuerpos dirigidos contra la espícula y la zona de la misma que entra en contacto con las células humanas (RBD) son mucho más duraderos
Este segundo grupo de anticuerpos incluye una ‘tropa de elite’ que se dirige contra la proteína distintiva del SARS-CoV-2 que lo diferencia de otros coronavirus de su clase: la espícula, una protuberancia que sobresale de su envoltura y cuya función es encajar en el receptor de las células humanas para que el virus penetre en ellas y pueda comenzar a reproducirse.
Los investigadores analizaron dos de estos anticuerpos que pueden unirse a diferentes áreas de la espícula e impedir su entrada en las células, y que en el laboratorio han demostrado su capacidad para frenar la propagación del virus más eficazmente que los que atacan a la proteína N –nucleocápside– situada en el interior del coronavirus para proteger su genoma y facilitar su copia una vez que se ha introducido en la célula.
Según estos científicos, tanto en el caso del estudio realizado en España, como en otros llevados a cabo en diferentes países, se midieron únicamente anticuerpos contra la proteína N, y por ello se determinó que los anticuerpos contra el coronavirus disminuían alrededor de tres meses después del COVID-19 en cuatro de cada 10 infectados que habían tenido síntomas leves.
Una esperanza para la eficacia de las vacunas
Sus hallazgos muestran, sin embargo, que los anticuerpos dirigidos contra la espícula y la zona de la misma que entra en contacto con las células humanas (RBD) son mucho más duraderos. De hecho, un reciente estudio publicado en Cell y coordinado por dos prestigiosos hospitales de Boston (EE.UU.) encontró que los pacientes con COVID-19 que fallecen no generan anticuerpos germinales y, por tanto, no llegan a producir anticuerpos neutralizantes especializados, por lo que su respuesta inmune no es adecuada y su organismo libera una cascada de proteínas inflamatorias –‘tormenta de citoquinas’–, que provoca su muerte.
“En general la efectividad de las vacunas es mayor cuando el propio sistema inmune es capaz de barrer al virus por sí solo”
Los resultados de esta investigación tienen implicaciones clave en el desarrollo de vacunas efectivas. La mayoría de las vacunas que se encuentran en fase avanzada se basan en generar inmunidad contra diversas zonas de la espícula del virus. Bhattacharya afirma que aunque en algunos casos, como en el de la vacuna contra el papiloma humano, la respuesta inmune generada por la vacuna es superior a la de la infección normal, “en general la efectividad de las vacunas es mayor cuando el propio sistema inmune es capaz de barrer al virus por sí solo”. Este científico confía en que varias de las vacunas más avanzadas serán efectivas.
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