El escritor leonés sucede a Bernardo Atxaga en el palmarés del galardón, concedido por el Ministerio de Cultura.
"Mi vida ha consistido en pasar una vez tras otra de la fortuna a la desgracia. He tenido una suerte enorme en la vida... compatible con mucha desgracia. Y de todas mis fortunas, la mejor ha sido la de tener amigos. También en la literatura. Nunca me he sentido un bicho raro, ni un solitario.Siempre hubo alguien a quien llamar, con quien hablar de libros.La amistad es un bien maravilloso del que he disfrutado durante todos estos años».
Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) no tarda en desmentir la fama de personaje solitario en la literatura española. Díez, junto a José María Merino, su amigo, paisano, colega y compañero en la RealAcademia Española, ha cargado durante muchos años con la fama de ser la excepción, el escritor mágico/maravilloso en una literatura en la que la tradición realista era la dominante. Ayer, para acabar con el rumor de una vez por todas, el ministro de Cultura, José ManuelRodríguez Uribes, anunció que Díez es el nuevo Premio Nacional de las Letras, el galardón del Estado que reconoce el conjunto de la obra de un escritor.
¿Cómo explicar a Luis Mateo Díez para quien no sepa gran cosa de sus libros? «Soy como un poeta que a lo largo de todos estos años ha dados vueltas cada vez más concéntricas a una misma idea, a un mismo tipo de historias, depurándo el lenguaje y el tema».
Díez es, básicamente, un cuentista y novelista de ambientes fantasmagóricos y mágicos que enriquece un talento natural para el humor y que, de alguna manera, también tiene que ver con la literatura popular.
Empecemos por el humor. La ironía de Díez es más cervantina que quevedesca, bondadosa y poco enfática, como si la gracia fuese un objeto encontrado al azar. Los demonios de Díez dan un poco de ternura y de pena así que resultan cómicos; sus fantasmas son tan juiciosos que no dan miedo.Si acaso parecen absurdos.Y sus aventureros son demasiado borrachuzos como para ser verdaderos héroes.
«Hay un punto de inspiración con enraizamientos legendarios, pero mis leyendas las invento yo. Y cuando he recuperado leyendas de nuestra cercanía he hecho una reescritura. Lo sagrado, lo profano, las religiones, los clásicos desde Cervantes a Shakespeare... Todo se sostiene con un punto común de imaginación. Poe, Hoffmann, El manantial de las doncellas, las grandes tradiciones populares indoeuropeas y rusas. En todo lo que invento no tengo conciencia de originalidad sino de amparo», explicaba Díez en una entrevista publicada por EL MUNDO en 2019.
El escritor leonés no ha sido nunca un conquistador que se lanzase a por la gloria de la literatura. Al contrario: la primera mitad de su vida se puede resumir con una familia, una oposición, un trabajo en el Ayuntamiento de Madrid, algunos poemas que sólo leyeron los amigos... Una perfecta normalidad de clase media. Hasta que, en los años 80, Díez empezó a publicar sus relatos y a encontrar un éxito popular casi instantáneo.
Entre los alicientes para los lectores, el autor leonés ofreció una geografía inventada y reconocible de una novela a otra: un teritorio llamada Celama que remite a un León solitario, socarrón y mágico que tiene que ver con El bosque animado más que con los libros de Julio Llamazares. El espíritu del páramo (1996) fue la primera novela en la que apareció aquel escenario que, por debajo de la comicidad, peleaba por no desaparecer, abandonado tanto por la lluvia como por los hombres. Celama parecía a veces una Barataria del norte.
La Trilogía de Celama, un conjunto de tres obras centradas en el reino inventado por Diez, (El espíritu del Páramo, El oscurecer y La ruina del cielo) era una especie de gran carnaval rural por el iban apareciendo personajes pintorescos, delirantes y encantadores. Después desaparecían, uno a uno, del escenario, hasta dejar sólo al reino. En 2008, Díez añadió una novela más sobre Celama, El sol de la nieve o el día que desaparecieron los niños. Su título lo dice todo. «Celama es una metáfora sobre la desaparición de las culturas rurales y una ventana a lo más hondo y misterioso del corazón humano», dijo entonces Díez.
Contado así, el autor parece definitivamente un escritor de tradición cervantina: bienhumorado, mágico-realista, melancólico tras un aire festivo... La más quijotesca de sus obras es, probablemente, Camino de perdición (1994), una novela de viajes, al estilo del periplo de Alonso y Sancho por La Mancha, en las que pasaban cosas y pasaban gentes: 153 personajes relevantes, 11 lances amorosos, peleas, persecuciones, borracheras...
Sin embargo, el mismo Díez cuenta de sí mismo que en su equipaje también pesan mucho Galdós, Tolstoi y Valle. También había algo que recordaba a Torrente Ballester y algo que remitía a Rabelais en La fuente de la edad, la novela que lo dio a conocer ante un público amplio en 1986.
Aquel libro contaba la historia de una cofradía de aficionados a las tabernas y al colesterol que, en una noche de los años 50, en una ciudad de provincias opresiva y solitaria, se embarcaban en una aventura disparatada.
Los cofrades se lanzaban a buscar una fuente que quizá garantizase a su bebedores una memoria infinita. El escapismo, la subversión a través del disparate y la autoparodia de una vida provinciana estaban ya en aquellas líneas.
«Escribir ha sido para mí lo mismo que vivir», explica ahora Díez. «Escribir ha sido mi manera de ampliar la vida desde la emoción y desde las ideas.También leer lo ha sido, pero en otra proporción, con menos intensidad».
¿Y los fantasmas? Los fantasmas están, por ejemplo, en las páginas de Gente que conocí en sueños (Nórdica), el último libro de cuentos de Díez, que era casi un catálogo de muertos vivientes, perfectamente razonables, encantadores y paradójicos. Los fantasmas de Díez son bromistas o, si acaso, seres indecisos, más que almas en pena agraviadas.
«Si alguien se acerca a mis libros por primera vez, expero que encuentre un mundo desconocido. No voy a decir que original, eso sería el colmo de la presunción, pero sí desconocido. Hay atmósferas, hay paisajes y maneras de entender la vida, cierto sentido de la moral, que creo que es propio. No le puedo ofrecer una fantasía lejana pero un viaje a lo desconocido», explica ahora Díez.
Sólo queda hablar del lenguaje. Díez, ganador del Premio Umbral en 2013, asegura que sus 40 años de narrativa se pueden resumir como un proceso de depuración en el uso del lenguaje. El mismo viaje de los poetas.
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