Jaime Septién - publicado el 07/03/21
Entrevista con el filósofo español Carlos Díaz, entrañable estudioso de la pandemia y de América Latina. Hablamos con él de Guatemala y los mayores
Auténtico trotamundos, filósofo personalista, entrañable anarquista cristiano, fundador de institutos, polemista, autor de cerca de 300 libros, incómodo para los unos y para los otros, imprescindible y generador de filias y fobias, historiador del dolor de los olvidados y de la constancia del otro que no tiene voz, Carlos Díaz (Cuenca, España, 1944), entrañable estudioso de la pandemia y de América Latina, de la ética y de las costumbres burguesas, ha atravesado mil veces el Atlántico (de ida y vuelta).
Hoy habla a Aleteia de un país que conoce tan bien como cualquiera otro de la región: Guatemala. Y del tema de los ancianos, de los “descartados” que en el “continente de la esperanza” forman una enorme cadena de abandono; un motivo constante de tristeza para un hombre mayor que no se fatiga de enfrentar lo que para él es ofensa: el desamor a los que “nos enseñan mucho para nuestra propia vida”.
¿Cómo encuentras el envejecimiento en Guatemala, país al que has visitado muchas veces?
En la presente transición demográfica se está produciendo en todo el mundo el envejecimiento del envejecimiento. Pero sólo el 17 por ciento de los guatemaltecos mayores de sesenta años tiene seguridad social o pensión. Los restantes trabajan ocasionalmente en la calle para ganar unas monedas, o viven de la caridad, o de familiares que quieran o puedan hacerse cargo de ellos.
Hay muchas familias que no pueden sostener a un anciano en sus casas y los abandonan en los hospitales, por ejemplo los dejan en Emergencias indicando que van a aparcar el coche y que volverán en unos minutos, pero no regresan ni dejan datos del paciente. Muchos hijos no quieren responsabilizarse de sus padres; alegan que, cuando eran niños, les dieron “muy mala vida” y, ahora que son adultos “no les ofrecen ayuda porque sufrieron mucho con ellos”.
¿Es parte de la “cultura del descarte»?
El abandono de los ancianos en Guatemala es terrible. Y lo hay de dos tipos: el que los lanza a la calle en condición de indigentes (porque ya nadie se hace cargo de ellos) y el que los relega a la parte de atrás de las casas porque se los ve como un estorbo. Quizá estos últimos sean quienes más sufran; los primeros tienen la esperanza de salir a la búsqueda de algo o de alguien, los segundos sólo pueden esperar maltrato y vejaciones.
En las ciudades y pueblos de Guatemala, vemos cada día más ancianos deambulando en busca de un bocado o de una prenda de vestir. Son los longevos estoicos, aquellos octogenarios cuyas fuerzas aún les permiten hacer acopio del arrojo mínimo para salir a las calles en busca de algo que les permita llevarse algo a la boca.
¿Hay suficientes albergues?
Algunos de los pocos Hogares especiales funcionan sin los permisos correspondientes, dos de ellos al menos con patente de salones de belleza y venta de aparatos terapéuticos, cuyo personal carece de toda capacitación en gerontología y de conocimiento de los derechos humanos, siendo inadecuada la alimentación e inapropiadas las dietas para la tercera edad. La mayoría de adultos carecen de dentadura y dentro de la dieta nutricional se les sirven alimentos imposibles de digerir. Y eso por no hablar de las inenarrables condiciones en que cumplen condenas penosísimas en los centros carcelarios.
En este caos, menos del 10 por ciento de las Ciencias de la Salud incluyen la geriatría en sus programas de estudio de grado o posgrado. La gente con seguridad social acude a hospitales nacionales, pero sólo les extienden recetas de medicamentos y volantes para realizarse los exámenes de laboratorio, rayos X, etcétera, en centros o clínicas particulares, que han de pagar de sus bolsillos, misión imposible por su situación de pobreza. Hay, en fin, muchos que ya no pueden valerse por sí mismos.
¿Conoces algún albergue católico que funcione bien en Guatemala?
El centro de San Vicente de Paul, por ejemplo, pide donativos de ropa (las prendas que más se necesitan son suéteres, blusas, bufandas, gorros, entre otros). ¿Por qué no pasamos algún rato con estas mujeres que nos enseñarán mucho para nuestra propia vida? Un país tan oficialmente católico, ¿qué hace ante el rostro de la viuda, del huérfano, del extranjero, del loco, del anciano, del muerto de hambre? ¿Y qué están haciendo los increyentes que presumen de progresistas por su parte?
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Guatemala es un país mayoritariamente cristiano. Hay evangélicos de muchas denominaciones, católicos en diversos grupos laicales, y creyentes de otras religiones, pero los “cristianazos de pura cepa”, ignoran que el único mandamiento que tiene retribución en esta vida es el cuarto, “honrarás a tu padre y a tu madre”.
Un mandamiento que cada día pierde más fuerza… y no solo en Guatemala…
Un médico cuenta: “Hace cuatro días dialogué con una anciana a quien encuentro con alguna frecuencia cerca de mi clínica. No es una persona materialmente abandonada, aunque sí relegada socialmente. A más del saludo respetuoso que se merece como persona y como octogenaria, la ayudé a cruzar la calle. Y con la tristeza saliéndole por sus ojos me dijo: ‘Un apoyo así quisiera en mi propia casa’. Pese a contar con familia cercana (hijos y nietos), no tiene con quién hablar, se considera completamente sola. Un hijo la visita una vez al año durante unos minutos y le ofrece ‘volver en cuanto pueda’. ¿Qué esperanza habremos de merecer si no le proveemos la mínima a nuestra ascendencia cercana?”.
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Si a alguien esto le parece una actitud sentimentalista es que apenas le quedan sentimientos. Esa pérdida de valores humanos ha significado que ya no se tenga una valoración respecto al anciano o anciana en términos de lo que significan para nuestras vidas.
Tu vida se ha gastado, entre otras muchas tareas, en denunciar a los cristianos que se “creen buenos” y eso te ha acarreado mala fama, de gruñón e intransigente…
Tengo lectores que no comprenden que estas denuncias o anuncios míos no proceden de un pesimista ni pretenden generar pesimismo; más bien buscan recordar que, si estamos vivos, nuestra dignidad nos compromete a todos los niveles, en este caso específicamente en lo referido al respeto y la educación hacia los mayores, contra una cultura en donde la gente anciana no entra.
¿Es imposible cambiar las estructuras y los corazones al mismo tiempo? Vivo muchos meses del año en Latinoamérica, y podría decir de casi todos los países lo que acabo de narrar respecto a Guatemala. A quien lo desee le invito a que me acompañe. Y luego, en la acción, hablaremos de optimismo o pesimismo, del optimismo que hay en el pesimismo, y del pesimismo que hay en el optimismo.
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