Jaime Septién - publicado el 14/03/21
El grito durante el funeral de las víctimas de la masacre de Santa Anita
Aquel 21 de enero de 2021, una llamada postrera a sus familiares de la muchacha Santa Cristina García, minutos o segundos antes de ser baleada e incinerada en Santa Anita, Municipio de Camargo (Tamaulipas( pudo dar la pista para poder encontrar su cuerpo y los de sus compañeros de infortunio.
De no haber sido por ella y por el aviso de uno de los traficantes o coyotes que llevaban a un grupo de guatemaltecos hacia Estados Unidos, los cuerpos de 16 guatemaltecos hubieran acabado, como tantos otros que cruzan por México, como los 72 de San Fernando (también en Tamaulipas) en una fosa clandestina.
Santa Cristina tenía 20 años de edad. Quería llegar a Estados Unidos para trabajar y ganar algo de dinero con el que poder costear la operación de su hermana menor, que padece de labio leporino. Su padre, Ricardo García, confesó a la prensa: “Era una buena muchacha, creo que se sacrificó”.
Un grito desesperado
Este fin de semana fueron enterrados –después de un largo y doloroso proceso de repatriación desde México—los 16 migrantes calcinados en Santa Anita, a 63 kilómetros de la frontera entre México y Estados Unidos. Los funerales fueron un rosario de dolor e impotencia, y una petición general de justicia por un crimen tan atroz como inexplicable.
El luto fue mayor en la comunidad de Comitancillo, en el departamento de San Marcos (al noroeste de Guatemala), lugar de donde procedían once de las 16 víctimas, casi todas ellas indígenas mam, una etnia maya que sobrevive en condiciones de pobreza extrema.
La Misa funeral estuvo a cargo del padre Mario Aguillón, perteneciente a la diócesis de San Marcos. El padre Aguillón tuvo palabras muy fuertes en contra de las autoridades mexicanas y, concretamente, a las del Estado de Tamaulipas, territorio que se ha convertido en “un lugar de huesos”.
«¡Nunca más! Nunca más a la violencia a los migrantes. Gracias a que Santa Cristina envió un mensaje de teléfono de donde estaban pudimos saber de ellos, si no estarían enterrados en una fosa común”, dijo el sacerdote guatemalteco.
Los hechos y las causas
Tamaulipas, sobre todo en la zona cercana a la frontera de Estados Unidos, es un territorio dominado por la lucha entre los cárteles de la droga. Coludidos con los cuerpos policiacos locales, realizan incursiones violentas en las que, muchas veces, el botín son los migrantes que luego utilizarán para sus fines criminales.
De los 19 cuerpos que aparecieron calcinados y amontonados en la parte trasera de un par de camionetas abandonadas, baleadas y también quemadas, 16 eran guatemaltecos, dos mexicanos y una persona a la que todavía la fiscalía de Tamaulipas no logra identificar.
Actualmente, hay cinco sobrevivientes del asesinato, que están como testigos protegidos en Estados Unidos, según el gobierno guatemalteco, a través del canciller Pedro Brolo. Mientras en México, doce agentes enfrentan cargos de homicidio, abuso de autoridad y falso testimonio, además de que el Instituto Nacional de Migración anunció el cese de ocho de sus agentes por irregularidades aparentemente vinculadas con el caso.
Y el drama de la migración por la pobreza continúa. México se ha convertido, en general, en algo muy similar a lo que dijo en el funeral el padre Aguillón: un gran cementerio de huesos de hermanos centroamericanos.
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